… y entonces contemplé su espalda desnuda. Se recortaba suave y perlada bajo la luz del dormitorio. Mis ojos se deslumbraron ante la belleza de los hombros desnudos, de la cintura estrecha y de la piel tersa y morena. Tanta hermosura me arrancó el corazón, contagiando mi cuerpo de un insufrible sentimiento de agonía. Tuve miedo de alzar la mirada y observar el reflejo de sus pechos y de su rostro en el espejo del armario. Su divino esplendor me mataría. No pude resistir más angustia y malestar.
Deslicé los dedos por la pared y apagué la luz.
Es así… A veces lo hermoso, lo perfecto, lo divino… De tan hermoso, de tan perfecto, de tan divino…, nos da miedo.
Estoy con el prota…, apaga la luz, -o cierra los ojos-, agárrate fuerte y disfruta de lo que en esos momentos tienes entre las manos. No sabe uno cuándo va a convertirse en horrible, imperfecto o maldito, o en qué instante, sencillamente, va a desaparecer…
Saludito, Iraultza.
Una cosa! Tengo curiosidad…, si eres tan amable… ¿Era una idea preconcebida este microrrelato? ¿O surgió por sí solo tras escribir esas palabras mágicas: «… y entonces contemplé su espalda desnuda.»?
Gracias!
Gracias por el comentario. Respondiendo a tu curiosidad: se trata de una idea preconcebida, de hecho, se inspira más en la realidad que en la ficción.
Gracias a ti.
Da la sensación de haber contemplado algo prohibido a los ojos de un mortal.