El hombre contemplaba el bar con un carácter enojado, mientras mantenía la espalda apoyada contra el capó de su vehículo, estacionado a un lado de la carretera. Podía haber optado por la prudente alternativa de aparcar el automóvil dentro del garaje, pero había rehusado tal elección a causa del hedor a aceite y gasolina que saturaba el parking, lo cual podía atufar la tapicería del recién comprado coche. Le había sugerido al propietario que almacenase los bidones de carburante en el ático del bar, donde el nauseabundo olor no importunase a nadie; pero éste había hecho caso omiso del consejo, como si sus palabras le entrasen por un oído y le saliesen por otro. Quizá, para que le quedasen las cosas claras, debía coger un cuchillo y extirparle una oreja.Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria
Sep242013