El Mausoleo de Halicarnaso

Mucho antes del nacimiento del ilustre Alejandro Magno, la península de la Anatolia —actual Turquía— pertenecía al Imperio aqueménida persa. Los aqueménidas favorecieron la autonomía de las regiones locales mediante el sistema de satrapías. Éstas eran unidades geográficas y administrativas gobernadas por un único sátrapa, que a su vez estaba subordinado al emperador persa.

Caria y la dinastía Hecatómnida

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Una de estas satrapías pertenecía a la región de Caria, ubicada en el extremo suroriental de Asia Menor. A principios del siglo IV a. C., un nuevo linaje adquirió la satrapía del lugar. Se trataba de una familia de origen cario, que llegó a fortalecerse y a enriquecer las arcas estatales, convirtiendo Caria en una próspera comarca.

El primero de estos reyes carios fue Hecatomno. Gobernó entre 391 a. C. y 377 a. C. Además de Caria, obtuvo por intervención del emperador persa el gobierno y la administración de Mileto, la mayor ciudad griega de Anatolia. En consecuencia, Hecatomno no sólo logró una importante prosperidad, sino que también recibió la influencia de la cultura griega, algo que llegó a fascinarlo.

A la muerte de Hecatomno, su hijo heredó la satrapía y se inició una nueva y vital página en la historia de Caria, conformándose así una nueva capital.

Halicarnaso: la nueva capital

El nuevo sátrapa demostró una desbordante inteligencia tanto en lo civil como en lo local. Obtuvo una posición favorable dentro del Imperio Aqueménida, conquistó algunas ciudades griegas y entabló prósperas alianzas con otras localidades cercanas. Además, trasladó la capitalidad de la región. La nueva capital fue Halicarnaso. Esta metrópoli pronto adquirió fama, riqueza y un aumento progresivo de la población, además fue embellecida con plazas, estatuas y monumentales edificios.

Pero este segundo gobernador de la dinastía Hecatómnida aún quería más. Antes de su muerte, proyectó y ordenó la construcción de un inmenso y colosal edificio funerario, que habría de alberga su cadáver. Se sabe que contrató a los arquitectos griegos Piteo y Sátiro de Paros para tal empresa.

Tras veinticuatro años en el poder, el sátrapa murió en el año 353 a. C., dejando una esposa desolada por un profundo dolor. Se llamaba Artemisia y se perfiló como la gran artífice de esta ancestral historia.

El Mausoleo de Halicarnaso

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Fallecido su esposo, Artemisia se sumió en un abismal sufrimiento, muy próximo a la locura. Pero más que demencia, era un amor fiel y sensato que no buscaba sino venerar a su difunto cónyuge. Para ello buscó a los mejores arquitectos y escultores, queriendo culminar el monumental sepulcro comenzado primeramente por su marido. A la llamada de Artemisia llegaron célebres artistas griegos como Briaxis, Escopas, Leocares o Timoteo. El edificio resultante fue una obra maestra de la arquitectura y la decoración escultórica.

45 metros de altura, 38 de longitud y 32 de ancho hacían de este monumento funerario algo colosal. La obra se dividía en tres pisos. El primero de ellos albergaba en la fachada una profusa ornamentación de bajorrelieves, inspirada en escenas mitológicas, bélicas e históricas. En el segundo piso se alzaba un recinto de 36 columnas, rematadas mediante estatuas de dioses griegos. El último sector estaba coronado por un espectacular techo piramidal. Sobre él mismo, se ubicaba una cuadriga tirada por cuatro corceles que portaba las efigies de Artemisia y su difunto esposo.

El amor de una mujer propició la gestación de esta obra maestra de la arquitectura. Su fama precedió a la de Halicarnaso durante más de quince siglos. El Mausoleo de Halicarnaso fue una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo.

La etimología de mausoleo

Por propia voluntad, se ha omitido el nombre del difunto esposo de Artemisia. Ahora debemos regresar a él. Este sátrapa que reinó durante 24 años en Caria, falleció en el 353 a. C. y tras ello, fue conducido a la tumba erigida para él. Se llamaba Mausolo, y el lector habrá adivinado con esto el origen de la palabra mausoleo.

La imponente tumba funeraria de Mausolo no tuvo parangón. Fue el monumento sepulcral por antonomasia, y desde entonces toda tumba magnífica y suntuosa ha sido llamada mausoleo. Artemisia había rendido un inmenso homenaje a su marido, haciendo que su nombre perdurase en la eternidad. Cada vez que se quisiera enaltecer la figura de una persona tras su lecho de muerte, todos tendrían que recordar a Mausolo, a Artemisia y al Mausoleo de Halicarnaso.

Es curioso como la historia tiene el poder de desechar y acoger nombres. Algunos apelativos fluyen por los siglos sin mácula y llenos de pureza, arraigándose en las lenguas de una u otra región. El nombre de Mausolo y su sustantivo derivado son prueba de ello. Prácticamente, todas las lenguas occidentales tienen el vocablo mausoleo en su diccionario.

Desde el Taj Mahal, hasta el Ángel de la Independencia, pasando por el Mausoleo de Qin Shi Huang o la Tumba de Jahangir. Emblemáticos edificios todos ellos y monumentos sepulcrales, que recuerdan de una forma u otra al primer mausoleo de la historia: el Mausoleo de Halicarnaso, el mausoleo de Mausolo.

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