Este término tan común en el vocabulario español proviene de la palabra latina «absurdus». El diccionario de la Real Academia Española nos define el término como «Contrario y opuesto a la razón; que no tiene sentido«. Sin embargo, huelga decir que ésta no fue su primera acepción.
Su morfología proviene del lexema «ab» y el calificativo «surdus«. El primero puede traducirse como la preposición «de» y el segundo, tal y como el lector habrá pronosticado ya, como «sordo«. Originalmente, la palabra «absurdus» se utilizaba en el lenguaje musical, y hacía referencia en alto latín a los sonidos desagradables para el oído. Las cacofonías y disonancias eran por tanto “ruidos absurdos”. Dicho de otro modo, “absurdus” era el adjetivo idóneo para cualquier sonido desafinado, discorde o ininteligible que no guardase armonía con lo que sonaba.
Con el tiempo, el término «absurdus» fue adquiriendo otras significados, trasladándose más al terreno del intelecto y el juicio. Ya en la era romana, cobró otras aceptaciones como irracional, inconcebible, disparatado, chocante, ilógico, contradictorio o incongruente. En resumen, la palabra que originalmente hacia referencia al oído y a los sonidos meramente disonantes, fue irrumpiendo en el terreno de la mente para referirse directamente a la razón, o mejor dicho, a la falta de razón. Lo que no “sonaba” razonable era absurdo.
Pero no olvidemos que, etimológicamente hablando, cuando decimos que «algo es absurdo» estamos reflejando que es «de sordos». De hecho, desde mi punto de vista, la propia pronunciación de “absurdo” suena bronca, destemplada y aburrida, por lo que, siendo puristas, bien se puede decir que “absurdo” tiene una entonación absurda.
En cualquier caso, no debería sorprendernos el vínculo metafórico de las funciones del oído con las intelectuales, puesto que otras palabras del castellano entremezclan dichas facultades. Es sabido que los romanos asociaban la actividad sensorial con las facultades intelectuales.
Podemos cerciorarnos de ello examinando las etimologías de “discrepar”, que en su origen guardaba relación directa con el crujir de la leña o el crepitar del fuego, pero que, actualmente, significa “Disentir una persona de otra”. Tampoco hay que pasar por alto la raíz etimológica de “obediencia”, compuesta por el prefijo “ob-” y el lexema “audire” y con el significado inicial de “el que escucha”.
En definitiva, el sentido auditivo ha sido utilizado en nuestra lengua para la formación de las más variopintas palabras, lo que demuestra la riqueza histórica y evolutiva de nuestra querida lengua.
Como sordo parcial que soy, no de nacimiento sino idiopático, tengo que reconocer el talento de los antiguos latinos para asociar lo metafísico con lo cotidiano a través de las palabras.
Cuando tienes sordera (no total) corregida con mejor o peor fortuna con audífonos, es normal que trates de participar en las conversaciones de tu entorno (más en las familiares que en las otras). Frecuentemente pierdes o malinterpretas «piezas de información» que han expuesto los hablantes o incluso yerras totalmente el tema del que se está tratando. En esas ocasiones es frecuente que ─creyendo aportar algo novedoso y coherente─ vocalices alguna «disonancia» (no musical sino lógica) que produzca a los presentes reacciones entre el asombro y la hilaridad.
En ese sentido entiendo que usaban nuestros ancestros latinos el término «absurdus», es decir, algo incoherente o ilógico propio de un sordo que participase en una conversación que discurre, por lo demás, dentro de la lógica.
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Jajaja, interesante comparación 🙂
Gracias a ti por pasarte por el blog y dejar un comentario. Te lo agradezco de corazón.
‘“absurdus” era el adjetivo idóneo para cualquier sonido desafinado, discorde o ininteligible que no guardase armonía con lo que sonaba’ Ahora se le llama reguetón. Muy ilustrativo tu artículo, como siempre, al pasar por este blog uno se lleva algo.