El silencio de nuestra compañía nos dejó a solas con nuestros cuerpos, y únicamente después de que los espíritus se unieran en uno, pude comprender lo hermoso y agradable que resulta la soledad, el silencio y la calma.
La agonía del deseo había sucumbido al placer del recuerdo, y mientras mis manos la agasajaban con caricias y abrazos, ella se relajaba sobre mi pecho desnudo. Bañándome con el perfume delicioso de sus labios, sus suspiros se pegaban a mi piel pausadamente, como una brisa cadenciosa y apacible.
Unos minutos después, se había dormido.
Extracto de Rayo de luna, de Iraultza Askerria
Jun62013