Lazo rosa

Rosa - {author}Lazo rosa, de piña colada, con una sutil textura picante. Tierna gracia sin término, como fresa que al morderla exhala cálidas vitaminas. Pan de molde cuya miga se mantiene siempre blanda. Fogosa delicia que despide una fragancia única. Flor de doble pétalo rosado, cuyas semillas blancas traen frutos de ensueño, no hallados en ningún otro edén del universo, más que en tu cara.

Así pienso que es tu boca: una obra perfecta de la naturaleza, con sus largas comisuras y su carnosidad caliente, donde germina un jardín de sensaciones. Habla y grita, muerde y saborea, destila el meloso gusto de tu lengua punzante, como la espina de un rosal, que protege coquetamente el borde de los labios.

Es allí donde florecen los deseos de este hombre, tibios y sinceros, que encuentran en la profundidad de tu garganta el escondrijo en el que ocultar sus razones, sus secretos, su amor y su alma entera.

Iraultza Askerria

La lluvia negra

Photo - {author}El agua, como siempre, caía negra del cielo, formando opacas sombras que se estampaban contra la ciudad. En esos instantes, aunque fuese mediodía, el firmamento parecía de noche, sin un resto de sol que pudiera atravesar las brunas nubes.

Por suerte, cuando la tormenta negra llegaba, los ciudadanos ya estaban listos para enfrentarse a ella.

Se cobijaban bajo sus paraguas pálidos, cuyas varillas resplandecían como perlas. Se vestían entonces los chubasqueros de finos hilos de nácar para poder destacar bajo el firmamento de agua negra. Como colofón, los vehículos encendían sus luces de posición, tintando el automóvil de un aura pura como la nieve.

De esta forma, cuando acontecía la lluvia negra, toda la ciudad se engalanaba de blanco y parecía un estelífero cielo bajo el brumoso firmamento, que se figuraba un planeta corrompido de oscuros sentimientos.

En ese momento, el afán y el compromiso de la gente demostraban que un mundo mejor era posible.

Iraultza Askerria

Des-inspirado

The dawn of freedom - digital-art - {author}A veces experimentas en tu interior un nudo, un obstáculo, una carretera cortada o un camino embarrado por las sombras. Te sientes desorientado, confuso, perplejo. Sin ideas. Ignoras a dónde tus pasos te llevarán. El mundo parece frío y desolado y tu propia alma se te figura desconocida.

En esos momentos, la frustración y la impotencia se respiran junto al oxígeno. Los ojos pestañean queriendo despertar de una pesadilla, pero incapaces de hacerlo. Los sentimientos se evaporan ante la indiferencia y la desilusión, y ninguna alegría puede ensanchar tu espíritu.

Intentas evadirte leyendo un poemario de Rubén Darío…, pretendes reconfortarte con un poco de ejercicio físico…, incluso optas por encender la adictiva televisión, algo extraordinario para ti.

No obstante, nada, las ideas siguen lejos de tu imaginación, escabulléndose, riéndose, solazándose con tu íntima agonía. Las musas se han evaporado, la inspiración corre por caminos distintos a los tuyos. Nunca en la vida te has sentido tan solo.

Entonces recuerdas a Picasso, casi como si le hubieras conocido en vida: “Si existe la inspiración, que me encuentre trabajando”. Te imaginas al famoso pintor frente a un enorme lienzo blanco, inmaculado, sin más compañía que la oscura intimidad. Le ves dubitativo pero firme, destemplado pero constante, desmotivado pero decidido. Luego una pincelada al aire y el lienzo comienza a tomar color, forma y contenido.

Con dicho pensamiento, te sientas frente al ordenador, cierras los ojos y comienzas a escribir; para imitar al difunto Pablo Ruiz. Las palabras fluyen, se entrelazan y se componen en armoniosos párrafos.

Al terminar, te percatas de que tu musa no te había abandonado. Solo esperaba a que te pusieras a escribir.

Iraultza Askerria

Solos tú y yo

S. - {author}Entonces nos abrazamos desnudos y en silencio, mirándonos en la penumbrosa duda de sabernos vivos o muertos, tras haber combatido ferozmente en la batalla de los sexos. Yo estaba sin energías. Tú estabas desmantelada. El mundo lamía nuestros pies sudorosos y el cielo se derretía en nuestras mejillas. Teníamos los rostros juntos, pegados, y nos ardían. Pero no sentíamos dolor, no sentíamos nada, salvo el amor destilado por nuestros cuerpos lujuriosos y nuestras almas hermanadas de por vida. Habíamos hecho el amor consecutivamente y habíamos destrozado nuestra felicidad en simultáneos orgasmos. ¿Qué quedaba entonces de nuestros recuerdos terrenales? ¿De nuestro lugar en el mundo? Nada. Todo desaparecido, todo fuera de nuestro universo propio, de nuestro sistema solar intransferible, de nuestro tímido, minúsculo, sobrio, pero acogedor planeta que habíamos labrado en nuestras carnes.

En aquel momento, solo existíamos tú y yo.

Iraultza Askerria

Siete meses de poesía

_D7B0249_bis_poesia - {author}
Han pasado siete meses desde que acaricié tu rostro de porcelana, desde que abrí tus Puertas Esceas con los dedos, desde que tomé entre los labios los trocitos de tu alma. Todavía recuerdo esas primeras caricias inundadas con el posible miedo al rechazo, y la mucha esperanza que me instaba a esperar lo mejor de ti. Y así fue.

Han pasado siete meses en los que he adelgazado de odio para engordar de amor. Seguro que a ti te ha ocurrido lo mismo. Hemos comido aquí y allá, hemos bebido de la lluvia y del océano y nos hemos comido y bebido mutuamente, dejando un poquito para la cena y el desayuno. Aún dispondremos de cien mil banquetes en los que alimentarnos.

Han pasado siete meses desde que comprendiera que eras la mujer de mi vida. En ese tiempo, conocí a tus padres, a tus abuelos, a tus tíos, a tu hermano, a tus amigos y amigas, a tu tierra, a tu cama, a tus fotos de niña, a tu risueño saludo de bienvenida, a tu gato, a tu incapacidad para mantener el orden de una habitación y a tu divertida perra. Nunca supe tanto de una persona en tan poco tiempo y nunca tan poco fue el tiempo necesario para conocerte mejor que nadie. Uña y carne, viento y nube, sol y luna, sal y mar, norte y sur, cielo y tierra, ¿qué somos tú y yo sino siete meses de poesía?

Iraultza Askerria

En busca de una estrella

The Sentinel / El Centinela - Claudio.ArCuando naciste, una estrella se prendió en el firmamento. Aún no había sido descubierta por el ser humano, pero cuando sus telescopios la vislumbraran, la bautizarían con tu nombre. Hasta ese momento tu existencia quedaría únicamente ligada a La Tierra.

Desde tu nacimiento, fuiste algo más que una persona, algo más que una mujer. El cosmos te guardaba un sitio junto a otros entes de tu categoría; entes que no pudiste encontrar en un lugar tan cotidiano y abismal como La Tierra. Por esta razón, siempre estuviste por encima del resto de los mortales, a pesar de que intentaras por todos los medios bajar a su nivel.

Yo lo sabía y aún así pretendí conquistarte. Intenté alcanzar tus encantos, encadenarlos a mi alma, sentir tu corazón desbocado bajo el mío, besar el deseo de unos ojos celestes y pegarme a un aliento que suspiraba desde las entrañas del universo. Anhelé tocar un sol ardiente y abrazar un agujero negro. Fue un intento de la nada, puesto que caí esclavo de tus virtudes, como un planeta aprisionado ante la luz vivificadora de su sol.

Mientras yo sepultaba mi amor en el fondo de un mar de orgullo, tú ascendías en el aire como una nube inalcanzable: todo suavidad, todo pureza. Quien pudiera rozar tu piel volátil, podría considerarse el hombre más afortunado del mundo.

Todavía así, yo no quise rendirme. Quería obtener tu cariño aunque tuviera que despreciar, arriesgar o condenar mi vida. De esta forma, me licencié en física, transcurrí cuatro años en la marina y finalmente ingresé en la N.A.S.A. Cuando mis aptitudes estuvieron firmemente desarrolladas, pude apropiarme de una nave espacial. La infinidad del universo estaba al alcance de mi mano.

Desde entonces, he navegado por el cosmos incansablemente, buscando el brillo de tus ojos en una estrella perdida.

Iraultza Askerria

Rencor, celos, odio y traición

LasNeveras2 - {author}Cada orgasmo sembró una arruga en tu frente; cada goce mancilló un poco más tu alma dedicada a la egolatría; cada risa fortaleció la piedra de tu corazón y cada roce desvirtuó con grietas el cristal de tu mirada.

De esta forma, ajada, sucia, pétrea y agrietada, te descubrí un amanecer amancebándote entre contenedores de basura; sola como un sentimiento que nadie quiere; desamparada como la cara oculta de la luna que nunca se ilumina; desterrada como un ángel caído que un día fue la gloria de Dios; traicionada por un eterno amor tragado por un agujero negro.

Te vi en este estado tan lamentable, que me acerqué a ti con intención de ofrecerte ayuda. Sabía que un beso, un te quiero, una caricia dulce o una mirada sincera curaría tus pecados, tus mentiras, tus egoísmos y tus falsas promesas, devolviéndote la pureza y la candidez con la que te había conocido años atrás.

Sin embargo, no lo hice: te ignoré, rencoroso, despiadado y terco, y me marché de aquel contenedor en el que te pudrías.

Después de eso me dediqué a gozar, a disfrutar de mí mismo, a reírme del mundo y a utilizar mi franqueza como un arma letal.

Al final, terminé en el mismo vertedero que tú.

Ningún beso ni ninguna caricia pudo salvarnos.

Iraultza Askerria

Besos enajenados

Photo - {author}Tus pestañas parecían derretirse como cera bajo el influjo de mis besos. Con los ojos cerrados y el cuerpo inmóvil, te rendías ante los encantos de un desconocido, que bien podría haber sido un violador o, peor aún, un asesino.

Pero cuando mis labios actuaban, no había mujer que pudiera resistirse a mis sortilegios.

Esto lo descubrí siendo adolescente, cuando me revolqué en la playa con la chica más egocéntrica, prepotente, avariciosa e irascible de todo el instituto. Una vez mis labios rozaron los suyos, la chica dejó a un lado su carácter ególatra para convertirse en una princesa en apuros, dulce e inocente. A mi merced.

Igualmente, a ti te tocaba ahora estar a merced de mi voluntad, sin más defensa que un agudo gemido atemporal que poco me importaba escuchar.

Lo cierto es que terminé rápidamente contigo y con tu complacencia empalagosa, y después de eso, abandoné tu lecho, tu habitación y tu casa para rendirme a la penumbra de la noche; igual que tantas otras veces había hecho ya.

Al fin, exhalando la libertad de la madrugada, deambulé sin destino alguno por las avenidas y los parques de Ginebra. La luna me perseguía, acosadora, desde aquella lejana vez en la cual alcé la cabeza y sin pensarlo mucho le lancé un beso desde la Tierra. Desde entonces, ella tampoco había podido resistirse a mis labios, y me seguía a todas partes.

En este punto, me perdí en el amplio Parque de los Bastiones. Crucé sus calzadas pedregosas, avancé por el Muro de los Reformadores y me encaminé hacia los gigantescos tableros de ajedrez pintados en la misma plaza. Llegué a un recodo y me detuve un instante junto a un enorme matorral de forma triangular.

Alcé la vista por encima del arbusto y visualicé a una joven pareja acomodada en un banco metálico de color verde. Una farola se alzaba por encima de ellos, iluminando a los amantes como el foco de un teatro. Al ver tanta luminosidad, yo me sentí desterrado a una sombra perpetua de la que no podía escaparme.

El chico se encontraba sentado en el banco. La chica se había acomodado sobre la cadera de su amante con las piernas flexionadas y abiertas. Ella se inclinaba para besarle en la boca apasionadamente. El chico parecía extasiado ante los besos de su amante y pude ver en sus ojos el mismo destello, el mismo gozo, la misma falta de voluntad que yo veía en todas las mujeres que probaban mis labios. En ese instante, la chica volvió la cabeza hacia mí y me miró con sus ojos radiantes, seguros, lujuriosos e indiscutibles.

Sentí envidia, deseo y un tímido agarrotamiento en mis músculos.

Acababa de encontrar a mi media naranja.

Iraultza Askerria

El riachuelo y la cadena

Ponte vello de Xuño Ou Ponte Río Sieira (Porto do Son) - {author}
Tu cuerpo me parecía a veces un riachuelo. Otras una cadena.

Cuando acariciaba y besaba tu piel, te sentía húmeda, undívaga, timorata, como hielo derretido bajo el calor de viriles centellas. Al principio, fría como el agua de las montañas, pero luego cálida como el oasis del desierto. Te dejabas herir por mis besos y atravesar por mis dedos, que entraban en tu interior. Aun así, intentabas escabullirte de mis acometidas una y otra vez, como la corriente que desciende rauda, intentando esquivar las férreas rocas del lecho. De esta forma, como un riachuelo suave y perlado procurabas evadirte, y solo lograbas ensalivar mi ansia.

En otras ocasiones, sin embargo, te convertías en una cadena: implacable, esclava, dictadora, de la que no podía escapar. Te abrazabas a mí, oprimiéndome y aplastándome el pecho, arañándome la espalda como un alambre de espino, sintiéndome tan enterrado en tu alma que me condenabas a no salir nunca de ahí. Me perdía en el placer de tu cuerpo como dentro de un despiadado laberinto: nadie, ni el más audaz, podía fugarse de tu prisión, de tus entrañas, de tus encantos.

Así eras cuando te hacía el amor: primero una líquida y frágil inseguridad y luego una sólida y lujuriosa dependencia.

Iraultza Askerria

La serpiente silenciosa

Photo - {author}No se percató de tu presencia. Apareciste en el interior de su cuerpo con una lentitud tan parsimoniosa que nadie pudo augurar tu llegada. Lentamente, te abriste paso en el interior de su alma, silenciosa como una serpiente, arrastrándote entre sus vísceras con el veneno de tu corazón podrido. Latente como un secreto o como una maldición profética, te recluiste en el interior de su cuerpo a la espera de la mejor ocasión para salir a flote.
Y de esta forma, cuando el hombre había crecido hasta alcanzar la plena madurez, se había desposado y concebido dos hijos, tenía un trabajo estable y una cuadrilla de amigos, tú, maldito cáncer, le arrancaste la vida.

Iraultza Askerria