Ambrosía

Working the Lines & Angles - Dragon OnlineSe lanzó sobre ella como una tigresa se lanza sobre su inofensiva presa. Con rabia pasional, le arrancó a mordiscos los botones de la blusa blanca. Deslizó los labios por el desnudo vientre de su amante y besó el margen de la minifalda negra. Introdujo la traviesa lengua bajo la prenda, mientras Magdalen cerraba los ojos en un lamento de éxtasis. Eva comenzó un ascenso hasta los pechos de la mujer, donde sus dientes resbalaron por las hermosas montañas de tierna carne, en cuya elevada cima se erigía un estandarte de rica ambrosía.
Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria

Masturbación

Respiró hondo, con los ojos cerrados. En su imaginación, el cuerpo de Eva se delineó sin prendas, sin tapujos que ocultasen el pudor de sus encantos femeninos. La piel se mostraba límpida y sedosa, sin arrugas, sin lunares, sin impurezas.

La imaginó tendida sobre el lecho, sobre un cómodo y hermoso cobertor como las plumas de un pavo real. En la mente de Leví, las piernas de Eva estaban tímidamente separadas, ostentando el cabello púbico y el rostro genital; virtudes que despertaban el deseo carnal del hombre.

Casi sin percatarse, Leví comenzó a deslizar los dedos por su miembro viril, de arriba abajo, de abajo arriba, masturbándose placenteramente mientras el cerebro pintaba un apasionado retrato de fornicación.

Él se tendía sobre la grácil Eva, con el falo erecto y dispuesto, mientras ella le tomaba de las manos y las colocaba sobre sus ardientes pechos. Él besaba sus pezones, casi mordiéndolos como un caníbal. Luego la penetraba sin pausa. Los gemidos de ella se distorsionaban con su respiración cortada por el éxtasis.

Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria

Perdida

La astucia del tiempo se negaba a tañer las campanas de la aurora, dilatando la tenebrosidad de la noche como un funesto paseo de la muerte ante las lápidas de los difuntos a quienes había arrebatado la vida, y ahora, la eternidad quería arrebatar. Eva se sentía circundada por las uñas y los látigos de una oscuridad dominada por el fin, y no era capaz de encontrar entre tanta sombra una estela de luz, un sol ardiente que le devolviese el dulce sabor por la vida.

Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria

Porque quise ser feliz

La víctima se retorcía entre alaridos, ahogada en la sangre que manaba por los dos orificios abiertos en su cuerpo. El primer impacto había desgarrado la carne del pescuezo, mientras que la otra bala había aterrizado en la parte dorsal del pulmón izquierdo. Moriría asfixiado en breves minutos.

—¿Por qué? —gimió, enfocando el distorsionado semblante de su asesino.

El pistolero se reveló con la mirada perdida en la abundante sangre del vestíbulo. Las piernas le palpitaban de miedo, seguidas del sonido chirriante de sus dientes. Aún mantenía el brazo diestro horizontal, aferrando el arma homicida. Recobrando el valor instintivo que había mostrado unos segundos atrás, se encaminó hacia su moribunda víctima.

Su lamentable aspecto le hizo estremecer.

—¿Por qué? —repitió la víctima.

Brother-Fabrizio Rinaldi

El pistolero se detuvo a una distancia considerable, dispuesto a responder:

—Por qué te preguntas. Yo también me pregunto por qué. ¿Por qué has asesinado a tantos inocentes? ¿Por qué has robado a tantos individuos? ¿Por qué has jodido la vida de tantos hombres? ¿Por qué? ¿Por qué? ¡Qué Dios te perdone por la bestia que fuiste en vida! Espero que la muerte te convierta en el hombre que nunca fuiste.

Alzó la pistola, dispuesto a terminar con el sufrimiento de su víctima. Pero se percató de que no era necesario.

—¿Por qué…? Porque quise ser feliz. ¿Por qué sino?

Fueron sus últimas palabras.

Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria

Una chispa de excitación

Era tan apuesto, tan hábil en su movimiento manual…, que se preguntaba si sus dedos serían tan agradables pulsando las melodías guardadas entre sus muslos. Le imaginó desnudo, sin esa camisa, sin esos pantalones ceñidos, sin la ropa interior que le arrancaría a mordiscos. Le imaginó tendido sobre ella, soportando su sagrado peso contra la cadera, percibiendo como el sudor recorría sus cuerpos flamígeros, mirándose recíprocamente con las pupilas extraviadas en el culminante éxtasis. Imaginó la saliva varonil y meliflua descender empalagosamente por su propia garganta.

Blue eye-Pablo Fernández

Sus ojos femeninos chispeaban de excitación, rehuyendo de la ferocidad de su hermano.

—¡Qué me des tu móvil, joder! —Su hermano alcanzó la culminación de la ira. Empuñó con ambas manos el fusil, miró al otro hombre y le disparó—. ¡Y mírame a la cara cuando te hable!

Se hizo un completo silencio, un silencio puntualmente roto por la caída de un cadáver.

Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria

Hacerla disfrutar

Lanzando un gemido suave y agudo, la agraciada mujer cerró los ojos. Al instante, todos sus sentidos se evaporaron, salvo la excitación del tacto —y del contacto—, convertido en la única impresión de su cuerpo.

Bajo una sonrisa de agrado, sentía la cabeza de José hundirse entre sus dos senos, mientras las cinco vergas de las manos naufragaban entre las húmedas aguas de sus ingles. Apreció las olas ardientes del hombre resbalar por sus pezones, dejando la estela salival sobre la piel.

De esta forma, deleitándose con los besos y las caricias de José, que se encallaban entre sus pechos y entre sus muslos, María no pudo más que continuar con los párpados cerrados mientras prorrumpía pausadas exclamaciones de complacencia, comprendiendo que aquel hombre iba a hacerla disfrutar.

Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria

El asesinato

Su rostro estaba totalmente destrozado. Más que a un ser humano, sus facciones se asemejaban a las de una serpiente de coral, con su cuerpo ribeteado con los matices níveos del polvo y rematado con la áspera sensación coagulada de la sangre. Carecía de nariz, puesto que la prominencia carnosa había sido reducida a un insignificante segmento agudo de cartílago y piel. Además, su lengua tenía la forma de un músculo bífido debido a que el ingente dolor le había obligado a mordérsela en varias ocasiones. Por suerte para él, y gracias a que había perdido varias piezas dentales durante la tortura, aún le quedaba lengua suficiente para gritar de dolor.

Su asesino, implacable y cruel, se detuvo frente al moribundo. Le oprimió la muñeca con la suela del calzado, y con la guitarra, le golpeó delicadamente la mejilla para que volviera el rostro hacia él.

Contempló su mirada, o al menos, intentó contemplarla entre la infernal oscuridad de las horas nocturnas. Los párpados estaban todavía abiertos, pero el brillo de las pupilas se hundía en aquel abismo rojo. Las gotas de sangre y las gotas saladas de las lágrimas anegaban los dos globos oculares como los infinitos nubarrones del ocaso que, en tardes tormentosas, colmaban cada espacio azul del firmamento.

En definitiva, toda la vida que podía brillar en sus ojos, estaba oculta por el dolor de la sangre y el pesar del llanto. Sus segundos estaban contados, deslizándose ante aquella atormentada mente con una lentitud agónica. Ni siquiera sus débiles gemidos podían empujar el tiempo hacia la deseada muerte.

El único que gozaba de tal don o acaso maldición de matar era el asesino, quien se deleitaba perversamente de la angustia de la víctima. Al final, exhausto de una película monótona que sólo contenía los mismos ríos de sangre y las mismas lástimas lacrimosas, alzó la guitarra por el mástil y le partió el cuello con un golpe súbito.

Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria

Extraviado en el paraíso

Derrotado por el placer, examinó su belleza femenina. Los labios húmedos esbozaban una deleitosa sonrisa, los imponentes senos se agitaban retándose mutuamente en un duelo sicalíptico, y las piernas mostraban una piel cálida y suave, una piel de vértigo.

Así se sentía él, mareado por la visión de aquel goce; desequilibrado por las caricias de tal desenfreno; estimulado por la posibilidad de fusionarse con otra persona, por la perspectiva de escuchar los latidos femeninos sobre los suyos, por la capacidad de extraviarse en el paraíso mientras él se extraviaba en ella.

 

Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria

El bar

La mayoría de aquellos compartimentos ubicados a la izquierda estaban vacíos, puesto que sólo eran utilizados para buscar privacidad, ya fuese para enredarse con la falda de una camarera o para discrepar sobre temas trascendentales y arriesgados. La luz resultaba mortecina en aquella zona, bien alejada de las restantes mesas de la barra del bar.

Ésta estaba construida en la pared lateral de la estancia, a la derecha. Detrás, se ubicaban diversas estanterías repletas de botellas de vodka, ron, whisky y mil licores de todos los rincones del mundo. Los camareros asían y desasían los recipientes situados tanto sobre los anaqueles como bajo la barra, mientras los clientes consumían sus bebidas, algunos con ánimo juerguista y la mayoría con sobriedad tónica.

El escenario, que abarcaba el centro de la pared trasera, estaba flanqueada por un telón rojo. Tras él, se escondía el pasillo que conducía a diversas piezas y camerinos. En el centro del escenario, un empleado estaba arrodillado frente a los restos de una extensa mácula, fregando el lugar.

Además, la sala estaba provista de confortables lugares donde descansar: anaranjados divanes, tresillos y sillones de respaldo reclinable. Pero los emplazamientos más abundantes correspondían a mesas cuadradas y esbeltas rodeadas de cómodas sillas.

Ni una décima parte de los asientos del local estaban ocupados, incluyendo en tal cálculo los taburetes instalados frente a la barra. El recinto era enorme, y ni aunque todos los socios de Jesús se congregasen durante una noche, se conseguiría atestar el local.

Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria