La sombra de la memoria

Lavender dream - Bhumika.BMe resultó extrañamente doloroso verla en el austero papel, lejos del alcance de mis manos y tan cercana en la distancia de mis ojos. Viendo sus labios, recordé aquel beso que me entregó con fogosidad y que nunca más volví a sentir. Lo que veía sólo era un espejo, una ilusión, la mentira de un momento esculpido en el presente y proyectado en el pasado; pero aún así, se me figuraba tan bella como siempre, quizás más bella que siempre.La chica más bonita que he visto nunca.

Acaricié la foto evocando en mi mente la suavidad de su piel, de su rostro, de sus pestañas negras, de su mirada clavada en el corazón.

Sólo era una fotografía, pero el recuerdo le daba vida, le entregaba carne y cuerpo; la sombra de la memoria…

Extracto de Rayo de luna, de Iraultza Askerria

Durmiente

La bella durmiente - Juanedc

El silencio de nuestra compañía nos dejó a solas con nuestros cuerpos, y únicamente después de que los espíritus se unieran en uno, pude comprender lo hermoso y agradable que resulta la soledad, el silencio y la calma.

La agonía del deseo había sucumbido al placer del recuerdo, y mientras mis manos la agasajaban con caricias y abrazos, ella se relajaba sobre mi pecho desnudo. Bañándome con el perfume delicioso de sus labios, sus suspiros se pegaban a mi piel pausadamente, como una brisa cadenciosa y apacible.

Unos minutos después, se había dormido.

Extracto de Rayo de luna, de Iraultza Askerria

Por lo que merece la pena vivir

 - Adriano Agulló

Al tiempo que el muchacho deambulaba junto a la orilla de la playa, evocó, tan tangiblemente que volvió a sentir los latidos en su pecho, aquellas caricias y aquellos besos que le arrancaron el alma y el corazón. Durante aquellas noches del estío en las cuales vagaron solos por la arena, fue el chico más feliz del tiempo, no sólo de la historia; y la playa el más sublime paraíso que Dios nunca hubiese podido crear, como tampoco pudo crear una mujer tan perfecta. Ella fue una diosa, reina de las olas, musa de la arena, trompeta de fragante aroma.

La había amado apasionadamente y con la sinceridad de unos votos de eternas promesas, nunca quebrantadas. Había soñado despierto durante aquellas noches, abrazado a su cuerpo, hermanado a sus labios. La había amado y había sido correspondido. Había sido feliz.

Pero ahora… El presente devoraba su dicha y lo suplía de pesar y tormento, crudas razones del averno que en el mundo terrenal tomaban aspecto de gritos y lamentos, de lágrimas sin aliento. Las heridas de su corazón seguían sangrando como al principio, manchando la saliva de sus labios jóvenes y arrebatándole la gracia de su juventud, la lozanía y el vigor de su espíritu mozo, todo por lo que merecía la pena vivir.

Ella había muerto.

Extracto de Rayo de luna, de Iraultza Askerria

El tacto de la naturaleza

Tacto - Anwar Vazquez

Dejado el ceremonioso altar de los sueños, en donde el religioso y consagrado matrimonio se viene a efecto mediante un cercano beso en los labios ajenos, y abandonando instantes después la inmensa iglesia de la felicidad tapizada por una cortina de ébano, el amor se vuelve ahora un completo sentimiento de reciprocidad y fortuna.

En la ciudad, ruinas de cementerio al día, y vergel de cielo a la noche, la pareja, él y ella, se unen en un beso de amor puro, al punto que un trueno arranca un ensordecedor aplauso de las manos de las nubes. Las lágrimas de los astros, sonrientes en lo alto de la vastedad creciente del universo, nublan el cuerpo de los amantes, imposibilitando cualquier recepción visual. No obstante, a pesar de que los ojos no se puedan ver, el corazón, unido, ve por ellos. Ella le muestra su alma, dichosa en el interior de su regazo, mientras en la oscuridad de los ojos y en los truenos de los oídos, se ven y se escuchan con el tacto de la naturaleza.

Extracto de Rayo de luna, de Iraultza Askerria

Se cierran los ojos

Me lanzo sobre mi adversario. Durante los pocos segundos que dura el forcejo, mi percepción permanece nula, turbada por la adrenalina, la emoción, la violencia y la rabia y el dolor. Todo ello englobado en puñetazos, empujones y patadas; una competición de boxeo donde el premio no implica la gloria del triunfador, sino la necesidad del superviviente.

Consigo desarmar a mi adversario, pero sus músculos me doblegan irremediablemente. Cuando recupero la noción de mis ojos, me revelo de hinojos frente a él. Sus manos yacen hundidas en mi cuello y las mías intentan vanamente zafarse de las mismas.

Las fuerzas me abandonan lentamente, como un suspiro cuyo aire se evapora al desprenderse de los labios de un ser vivo. Es mi último aliento, mi último ser.

Se cierran mis ojos.

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Y mientras tanto…

Y mientras el mundo prosigue envuelto en las brumas de la guerra; mientras un octubre rojo se decanta al amanecer y se recoge al ocaso; mientras las estrellas persiguen la luz de la luna allí donde ésta huye; mientras la humanidad se disemina bajo el manantial de la muerte; mientras los misterios atacan y desamparan; mientras la injusticia se arropa bajo el velo de la democracia; mientras la Nada devora y el Todo palidece, ¡mientras ocurre todo esto!, yo sigo igual: mirándome en el espejo, atormentándome el corazón, llorando enamorado y envejeciendo.

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Bajo el acecho de la luna

Las caricias del viento suspiran de amor bajo el acecho de la luna, la cual lo persigue ansiosa y apasionadamente, derramando sus besos de luz allí donde se perciben sus murmullos. Dentro de ese iluminado entorno, la musicalidad de la brisa se ofrece como el roce de un cuerpo contra otro; como el jadeo de unos labios sobre una boca ajena; como el suave pestañeo entre dos pupilas que se miran. Algo tan hermoso y ardiente como el propio amor.

—Te quiero.

—Y yo a ti.

Voces que, fingiendo una única armonía, comprenden dos alientos abrazados a un beso. Dedos que, pareciendo una única mano, se desafían por poseer la palma contraria. Ojos que, pestañeando al unísono como un mismo párpado, se reflejan envidiando y anhelando el centelleo del otro. Suspiros de los labios, caricias de una mano y miradas de un alma. Un corazón en dos cuerpos y en un mismo hálito. Tan hermosa pareja se ama bajo el abrigo de la noche.

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El amante de Eros

Eros, como todos los muchachos, era hermoso. Las quince primaveras de sus ojos de cielo brillaban sobre un perfil menudo de rostro impoluto y terso, sobre el cual se esparcían los destellos de unas nutridas sortijas. Su mirada atenta y hermosísima, acaso fruto de la ternura de Venus, se desprendía en un derroche de carácter bohemio y libre, haciendo honor a la grafía despreocupada y atrevida de los adolescentes.

Esos largos ríos de oro vistiendo superficialmente el oval de su rostro y esos grandes zafiros de destellos celestes iluminando el pozo de sus cuencas, generaban un semblante de refinada hermosura. En el fondo de su mirada, las aguas de un mar siempre vehemente rompían con un eco de autoridad.

Era terco, quizá a causa de la vanidad aristocrática heredada de su padre, un insigne noble reconocido a lo largo y ancho de toda la península peloponésica. Gracias a él, el muchacho siempre había saciado cada uno de sus caprichos.

Pero los caprichos no son sino un deseo material que dista mucho de ofrecer la felicidad consagrada a las virtudes del amor, cuya simiente fue sembrada por aquel joven de catorce años en quien nadie se había fijado hasta entonces, hasta que llegó Eros.

Era un chico de catorce años, de esculpido y desnudo torso, de marcados y apetecibles músculos, de firmes y exquisitos labios, que se erguía recto e imponente al filo de la entrada. Eros le observó como un mortal que observa a Zeus en la cima del Olimpo: uno en la llanura de la mortalidad y el otro sobre la divina cima.

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Aún cuando no era mía

Disfruto del recuerdo; de las líneas del pasado que se esbozan tras mis ojos dibujadas por los lápices del más expresivo y preciso pintor. Evoco sus labios, chicos como una perla, que pese a su pequeñez, resplandecen más que el más grande diamante. Y más feliz me siento, a más recordar las noches que se nutrió entre mis brazos, bebiendo de mi piel, sorbiendo de mi boca, comiendo de mis latidos. Mas el recuerdo… es nostalgia, añoranza, menos felicidad.

Te miro. Te envidio. Te odio. Te recuerdo con ella, junto a ella, y siento que eres la daga de la traición.

Una lágrima se derrama desde mis ojos.

Yo la amaba, yo la he amado más que cualquiera, yo me he rendido a sus encantos ofreciéndole el sacrificio de los míos, yo la he adorado como a una deidad, la he amparado como a un frágil tesoro…, y tú me la arrebataste, aun cuando no era mía.

Extracto de Rayo de luna, de Iraultza Askerria

La última vez

La despertó un aliento frío que se pegaba a la piel como el sudor de un amante. La despertó una sensación olvidada por el cerebro y que sólo el corazón puede reconocer. La despertó el brillo de unos ojos que no veían, y que tampoco eran ojos: un misterio secreto, la mirada de Dios.

Entre la penumbra de la habitación, y ofuscada por la somnolencia, divisó durante un segundo un contorno pálido en mitad del dormitorio, inmóvil pero sonriente, firme pero sereno, muerto pero inmortal.

Cuando pestañeó, la presencia del espíritu había desaparecido.

Aquella fue la última vez que vio a su esposo.

Extracto de Rayo de luna, de Iraultza Askerria