Los escritores y sus fuentes de inspiración (III) – Las imágenes

“Inspiración y genio son casi la misma cosa”.
Victor Hugo

The book - Dave Heuts

Si en el artículo anterior, cotejaba la lectura de otras obras literarias como una fuente de inspiración, el mismo trato debo demostrar con las imágenes. A pesar de que ni soy un amante de la fotografía ni un forofo de los museos de bellas artes, estas formas de arte me han inspirado alguna que otra vez un relato o una novela.

La fotografía, los retratos, las pinturas y, en definitiva, cualquier imagen visible, esconden en su seno una historia, un momento o un protagonista, algo que puede adquirir un cariz de tremenda complejidad en la mente de un escritor.

La fotografía

Hace años, escribí una novela corta titulada Sexo, drogas y violencia, cuyos extractos pueden encontrarse en este blog. Elaboré esta narración a raíz de dos fotografías que encontré en una revista dominical. Aún hoy me resulta curioso pensar que dos simples fotos pudieron concebir una docena de protagonistas.

Afortunadamente, en su día guardé celosamente esas fotografías en una carpeta titulada “Recortes de revistas”, y por tanto, aún sigo en posesión de las mismas. La primera de las imágenes muestra a una mujer sensual, sentada frente a una mesa cubierta de fichas de póquer. Tiene el codo apoyado en la mesa y el brazo alzado verticalmente, con la mano acariciándose suavemente el rostro. El otro brazo reposa holgadamente sobre la mesa. Viste un vestido rojo, el mismo vestido que Eva, protagonista de Sexo, drogas y violencia, viste en la novela. En la otra fotografía aparece un joven guitarrista en plena actuación, vistiendo una camisa desabotonada hasta la mitad que exhibe un pecho firme y atractivo.

A raíz de estas dos fotografías, me imaginé la interacción de esos dos personajes en un ambiente hostil y clandestino, y finalmente, concebí la novela mencionada anteriormente. Sendas imágenes dieron luz una historia oscura y apasionada.

El fantasma del yelmo dorado, un breve cuento de terror, es otro caso en el que una fotografía me inspiró una historia al completo. La imagen real, incluso, forma parte del relato, por lo que recomiendo encarecidamente la lectura del texto para conocer el origen del daguerrotipo.

La fotografía en general me ha proveído de escenarios, personajes, paisajes y sensaciones. Colores y líneas que toman forma de diálogos, acciones y pensamientos. Un método inefable de aumentar la creatividad es contemplar una fotografía, sea un retrato o una panorámica, y escribir al instante las emociones suscitadas por la imagen. En mi caso, al menos, es un método que nunca falla.

La pintura

Aunque no tengo ningún tipo de conocimiento en torno a las bellas artes, las pinturas de un museo guardan en su interior miles de interpretaciones, como un poema del que se pueden extrapolar diversas tesis, y por lo tanto, se muestran abiertas a cualquier sugerencia.

Además, en el ámbito personal, he de decir que he tenido la oportunidad de conocer a una pintora andaluza, cuyas obras he podido transcribir en pequeños textos. Por ello, opino que las artes visuales y la literatura guardan una estrecha relación artística que se puede alimentar recíprocamente.

Una imagen vale más que mil palabras

En conclusión, tal y como he intentado argumentar en las líneas anteriores: una imagen atesora una novela entera. En el instante en que nuestros ojos leen el brillo, el color y el paisanaje de una fotografía o de una pintura, nacen en la mente cientos de palabras que un escritor siente la necesidad de plasmar.

Cuando la musa se esconde, no hay nada como darse un paseo por un museo de pintura y sentir la inmensidad de un arte antiguo y lejano, o moderno y vanguardista. En cada uno de esos marcos, se oculta una historia ejemplar que necesita ser redactada.

Os ánimo a probar esta experiencia.

Iraultza Askerria

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Los escritores y sus fuentes de inspiración (II) – Los clásicos

“Qué se enorgullezcan por lo que han escrito, yo me enorgullezco por lo que he leído”.
Jorge Luis Borges

Alguien me dijo una vez: “lee a los clásicos”.

Nunca recibí tan buen consejo.

Para un escritor no hay nada mejor que leer y revisar a los maestros de la literatura, quienes supieron contagiar de pasión sus escritos, de amor sus poemas y de intriga sus novelas. Leer a los magos de las palabras significa leer a la literatura misma, y eso cala muy en el fondo del corazón.

Words (Palabras) - Juan Pablo Lauriente
Sin embargo, la titularidad de ser un clásico” no es un requisito indispensable en las lecturas de un buen escritor. Pienso que los escritores deben contribuir a la cultura de su imaginación revisando tanto las obras de autores consagrados como los “no consagrados” o de articulistas de medio pelo que cuelgan sus textos en un sitio particular —tal que yo, por ejemplo—. No sería la primera vez que, leyendo a un autor completamente desconocido, encuentro la llama de la inspiración que me descubre una u otra idea.

Por eso, sea o no leyendo a los clásicos, la primera fuente de inspiración debe encontrarse en la lectura misma, en la literatura más genuina y primitiva.

La Ilíada  y Lolita

Recuerdo mi primera aproximación a La Ilíada, de Homero; esa epopeya clásica oriunda de la Antigua Grecia que relata la ira de Aquiles y la muerte de Héctor. Tras leer la obra comprendí que los personajes de la mitología griega ofrecían todo un mundo de alternativas literarias. Así comencé mi propia versión de la guerra de Troya, novela en la que invertí cuatro fatigosos meses de redacción y otros tantos de documentación, y durante los cuales redacté poco más de 120.000 palabras. En tanto que elaboraba este libro, leí La Ilíada en varias ocasiones, no para plagiar su contenido, sino para contar desde mi propia pluma lo que otros contaron ya.

Otro caso en el que encontré la inspiración leyendo a un autor consagrado es más reciente. De hecho, actualmente estoy trabajando en dicha novela, cuyo germen nació mientras leía Lolita, de Vladimir Nabokov. El erotismo de esta obra inspiró en mi mente la silueta de un personaje cuya profesión era la literatura y su vocación los asesinatos, individuo al que estoy conduciendo por una vida de delitos y de belleza artística.

La poesía

La poesía, igualmente, es un tesoro para las musas impacientes. Leer un soneto, una copla o cualquier forma de verso activa la mente del lector, impulsando un análisis crítico de la obra en un intento de comprender lo que el poeta quiere transmitir. Este proceso intelectual es una gran ayuda en la búsqueda de ideas particulares, debido a que la comprensión de la poesía es algo muy personal e íntimo, y permite adentrarse en el mundo de las emociones propias, donde siempre aguarda una idea que descifrar en palabras.

Muchas veces, cuando mi musa está dormida y las palabras se me atragantan en el vértice de un bolígrafo, la única solución que encuentro para reencontrarme con la inspiración es leyendo a otros. Sea un pequeño poema, un párrafo de una novela o un microrrelato, leer me motiva a escribir, ayudándome a desentrañar esas palabras que se esconden de mí.

“La lectura hace al hombre completo; la conversación lo hace ágil, el escribir lo hace preciso”.
Francis Bacon

La importancia de la lectura

En definidas cuentas, la escritura nace directamente de la lectura más voraz e íntima. Leer, sea o no a los clásicos, influye en las musas desconocidas de nuestra imaginación, incitándolas a que despierten con la idea, el personaje, el momento o el paisaje leído.

Por eso, la lectura es una fuente de inspiración en sí misma, y es recomendable leer y leer para poder escribir y escribir.

Si a mí me inspiraron Homero y Nabokov, a vosotros seguramente os habrán inspirado muchos otros, y eso nos conduce a la reproducción sistemática de la literatura, cuyos genes, en forma de palabras, son capaces de componer millones y millones de ejemplares.

Y vosotros: ¿alguna vez os habéis inspirado leyendo a otros?

Iraultza Askerria

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Writer's Block - Neal Sanche

Relatos, cuentos, novelas, epopeyas y microrrelatos; poemas, sonetos, coplas y liras; tragedias, comedias y guiones; artículos, ensayos y cartas… Mil y una forma de escribir y contar, de relatar y comunicar. El escritor profesional debe controlar este abanico de posibilidades y poder esgrimir cada una de estas alternativas en el momento adecuado.

Ahora bien, ¿cómo se inspira un escritor? ¿De dónde surge esa emoción que le incita a desenfundar la pluma y trazar cientos de palabras sobre el papel? ¿Cuándo le llega la inspiración y dónde se esconde?

Aunque son preguntas muy personales, intentaré plasmar en una serie de artículos las respuestas particulares que puedo dar a las mismas, basándome siempre en experiencias personales y sin desmerecer la opinión de los demás. Porque la escritura es un proceso especialmente íntimo y unipersonal, acorde y enlazado con la personalidad de cada uno y, por lo tanto, una parte inherente a la imaginación de cada cual.

“La inspiración es una predisposición del alma
para la percepción viva de las impresiones y, por
consiguiente, una rápida comprensión de los
conceptos que favorecen su explicación… Los
críticos confunden inspiración y éxtasis”.
Aleksandr Pushkin

En cualquier caso, desde mi punto de vista, se puede dividir la inspiración en tres fuentes esenciales: la lectura de los clásicos o no tan clásicos, las imágenes fotografías, pinturas, retratos, etc. y la experiencia personal la más insistente e intensa de las tres—.

Cada una tiene sus pros y sus contras, y por ello, lo más beneficioso es no centrarse en un único núcleo de inspiración y sí en cambio beber de todos los posibles. Porque en la literatura, al igual que en cualquier forma de arte, es transcendental no caer en la monotonía, variando el contenido y la forma, el tema y el objetivo.

Y en tu caso: ¿cuáles son las fuentes de inspiración que te motivan a escribir?

Iraultza Askerria

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El balbuceo bárbaro

German Hero - Giovanni

La semana pasada, sentado en los asientos del aeropuerto de Ginebra, aguardaba intranquilo la voz intrigante del megáfono. Mi vuelo de regreso se había retrasado hasta nuevo aviso debido a las constantes huelgas en aeródromos europeos. Cuando al fin sonó la voz, en un francés femenino y sensual, no escuché más que “ua-ua-ua-ua-ua”. Un balbuceo ininteligible que reflejaba mis escasos conocimientos idiomáticos.

Algo similar me ocurrió en Edimburgo cuando, habiendo perdido mi equipaje de mano -sí, mi equipaje de mano-, me entrevisté con la policía local, y en la conversación no pude entender más que “sfi-sfi-sfi-sfi-sfi”.

De la misma forma, supongo que si un anglo o francoparlante escuchase hablar mi gangoso castellano, sentiría resonar en su mente una onomatopeya del tipo: “bla-bla-bla-bla-bla”. Así que, en definitiva, independientemente del lado de la frontera en la que uno se encuentre, cuando se escucha hablar a un extranjero de idioma desconocido, sólo se percibe un murmullo ininteligible, un balbuceo impreciso, un “blablabla”.

Esta discordancia entre los pueblos, viene sucediendo desde tiempos inmemoriales: cuando las más incipientes civilizaciones comenzaron a conocerse unas a otras, como la egipcia, la asiria o la griega. Debido a que nuestra cultura es básicamente un legado grecorromano, lo más sencillo para nosotros es estudiar la cultura grecolatina.

Situémonos en la Edad del Hierro varios siglos antes del último milenio que antecedió a Cristo. El Peloponeso estaba dominado por la civilización micénica, fundando la base sobre la que se cimentaría la cultura griega. En la península cohabitaban varias tribus prehelénicas. Cada una de ellas hablaba su particular dialecto del griego, como el eólico o el jónico. Pero en cualquier caso, compartían un idioma similar y único que aglomeraba a estos pueblos bajo una misma cultura.

Naturalmente, lejos de la península del Peloponeso, habitaban otros pueblos, cuyo lenguaje nada tenía que ver con el idioma griego. Cuando las tribus prehelénicas escuchaban hablar a un extranjero sólo distinguían sílabas sin sentido, algo como “bar-bar-bar-bar-bar”.

Fuesen asirios, hititas o egipcios, los griegos englobaron a estos pueblos foráneos bajo un mismo nombre, del mismo modo que nosotros tenemos una palabra para ellos: “extranjero”. Este término que acuñaron los griegos fue: “barbaroi”.

Con los siglos, los griegos conformarían una civilización que no tendría parangón a nivel cultural, llegando a su apogeo con obras de poesía, epopeyas, tratados filosóficos y códices políticos. El idioma griego sería el más culto y el más avanzado de Europa hasta la consolidación del latín, el cual a su vez heredaría multitud de grecismos.

Para la civilización griega, el resto de pueblos cuyos lenguajes eran incomprensibles seguían siendo “barbaroi”, con un balbuceo confuso como única seña de identidad. Pero además, no eran tan cultos, refinados, educados y civilizados como el estado griego, que ya había alcanzado su cenit. Por tanto, el significado del término “barbaroi” evolucionó pasando de “gente que habla de manera extraña” o “no-griego” a “gente incivilizada, inculta, ignorante y tosca”. Esta designación se corresponde con el significado actual de la palabra “bárbaro”, que nosotros hemos heredado del latín y éste del griego.

Los romanos llamaron bárbaros a todos aquellos pueblos que limitaron con sus fronteras y, especialmente, a las tribus germánicas que finalmente destruyeron el Imperio Romano de Occidente. Asimismo, los romanos bautizaron los pueblos del norte de África como “bereberes”, que es una transliteración de la palabra bárbaro.

De esta forma, durante la consolidación del Imperio Romano, el mundo estaba dividido entre los habitantes latinos y los pueblos bárbaros, que ya no eran sencillamente tribus con un balbuceo ininteligible, sino gente incivilizada, inculta, bestias que sembraban el terror y la brutalidad por donde pasaban. Al menos estas fueron las descripciones que nos legaron los historiadores romanos, siempre tan demagogos.

Finalmente, la palabra bárbaro se convirtió en el adjetivo peyorativo que designa a cualquier persona “fiera, cruel, inculta, grosera o tosca” o más precisamente a “los pueblos que a partir del siglo V invadieron el Imperio Romano”; perdiendo su significado original de “extranjero” o “aquel que balbucea”.

Este es el origen etimológico del vocablo “bárbaro”. Yo, personalmente, y en mi orgullo más primordial y salvaje, diré que cuando estuve perdido en el aeropuerto de Ginebra y Edimburgo, me vi completamente rodeado de “bárbaros”.

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Iraultza Askerria

El primer asesino

Si consideramos la terminología bíblica, el primer asesinato conocido ocurrió cuando Caín mató a su hermano Abel. Desde entonces, los milenios de la historia han estado plagados de asesinatos, atentados y homicidios. El faraón Teti, Jerges II, Filipo de Macedonia, Darío III, Seleuco, Viriato, Pompeyo, Julio César, Jesucristo, Calígula o Godofredo de Frisia forman parte de este tan poco envidiado elenco.

No obstante, a pesar de tantos siglos de atentados y conspiraciones, el término “asesino” tiene su origen en el último milenio, durante el apogeo del Islam. En el contexto de un mundo dividido entre cristianos y musulmanes, estos últimos habían erigido un imperio religioso que se prolongaba desde la Meca hasta la península ibérica. Las ideas del profeta Mahoma se habían extendido abiertamente por los tres continentes del mundo conocido.

Sin embargo, como en todas las grandes ideologías, pensamientos y doctrinas, el Islam también sufría de disputas internas, escisiones y cismas. Ya en los albores de la religión ocurrió una importante ramificación de la ideología musulmana, creando grupos enemistados de chiítas y sunitas. Las causas fueron disputas sucesorias.

Estas lides entre partidarios de la misma religión se vio empeorada por divergencias en la propia doctrina chiíta, que se dividió entre imamíes e ismailíes. A su vez, del ismailismo brotaron otras corrientes independientes como la secta nizarí. En esta última vamos a centrarnos.

La fortaleza de Alamut

La fortaleza de Alamut

Durante el siglo XI, la hermandad nizarí, llamada Hashshashin por sus detractores, se granjeó la fama y el miedo de sus enemigos. El líder Hasan ibn Sabbah, consagrado con el título de “El Viejo de la Montaña”, consolidó dicha comunidad. Su principal fortaleza era Alamut, ubicada en un macizo montañoso al sur del mar Caspio. Era un paraje inexpugnable donde los nizaríes se reforzaron mientras sus enemigos vivían en el más íntimo miedo, en el pánico más visceral, en la inseguridad más hiriente.

Pero… ¿por qué este terror? ¿Cómo fueron sembradas las semillas del miedo? ¿Qué convertía a los nizaríes en la secta más peligrosa y aterradora de la región?

Si el lector ha sido atento, se habrá fijado en la curiosa etimología del sobrenombre de la secta nizarí: Hashshashin. Si obviamos el uso de las molestas haches y simplificamos esta palabra árabe, obtenemos la raíz “assasin”, de donde derivan nuestras palabras actuales de asesino, asesinato o asesinar.

Aunque existen diversas hipótesis acerca del significado y el origen de la palabra Hashshashin, la mayoría de las fuentes la traducen como “bebedores o consumidores de hashish”, siendo el hashish el cáñamo índico.

Es bastante probable que el líder de los nizaríes ponía a sus súbditos bajo la influencia del hachís, momento en el que estos disfrutaban de cualquier tipo de placer carnal. Este “paraíso” no duraba eternamente y cuando los nizaríes despertaban del letargo de la droga estaban dispuestos a hacer cualquier cosa para poder regresar a ese preciado edén, a ese lujurioso cielo al que acudirían al término de sus vidas. De esta forma, el líder nizarí tenía a su disposición a decenas de hombres leales y preparados para consumar cualquier orden, sin valorar la posibilidad de morir.

La verdadera fama de la comunidad deriva de los asesinatos que cometieron. Estos atentados eran premeditados y estaban dirigidos contra los líderes políticos o religiosos de sus enemigos. Eran infalibles, mortíferos y osados. No tenían porque salvaguardar su propia vida: si conseguían cometer el asesinato, tendrían el paraíso asegurado. Morir durante el atentado era un mal menor.

Por todo esto, los nizaríes fueron una célula terrorista kamikaze que durante siglos acobardó a sus enemigos. Fueron capaces de derrocar gobiernos, asesinar ministros y acabar con líderes religiosos. Sabiendo que los nizaríes eran una comunidad minoritaria del ismailismo, a su vez minoritario del chiísmo y éste a su vez minoritario del Islam, se puede decir que no les faltó trabajo.

Tal fue la fama y la popularidad de la hermandad, que el término árabe “fumadores de hachís” ha desembocado en la palabra “asesino” de la cultura occidental moderna, vocablo que no sólo se utiliza en el castellano, si no también en otros muchos idiomas como el inglés, el francés o el italiano.

Iraultza Askerria

La casa del faraón

Templo de Ramsés II - Abel Jorge

La memoria del Antiguo Egipto se ha mantenido viva hasta nuestros días gracias a dos de sus entidades más representativas: las pirámides y los faraones. De las primeras aún queda la imborrable edificación en honor a Keops, que en la meseta de Guiza se alza majestuosa como la última de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo. Entre los segundos, cabe destacar a Tutankhamón, el faraón niño; al longevo Ramsés II, gobernante de Egipto durante 67 años, y a la hermosa Cleopatra. Esta última, sin duda, la reina más famosa de la historia.

La raíz etimológica

Como bien es sabido, la palabra “faraón” se utiliza para designar a los monarcas que gobernaron en el Antiguo Egipto, desde el faraón Narmer (Menes) alrededor del 3050 hasta la reina de origen griego mencionada anteriormente, quien dirigió el país africano hasta el año 30 a.C.. Aunque no se puede precisar con certeza debido a la pérdida de referencias contemporáneas, el número total de faraones durante esos tres mil años puede haber superado la cifra de trescientos, dividida, al menos, en una treintena de dinastías.

Sin embargo, a pesar de tan larga historia, el pueblo egipcio no empezó a utilizar el término “faraón” hasta el siglo XIV a.C., durante el reinado de Amenofis III. Por tanto, rígidamente hablando, éste fue el primero de los faraones egipcios.Entrando de lleno en la etimología de la palabra, “faraón” deriva del latín “pharaon”, éste a su vez del griego “paraoh”, que proviene del hebreo “paroh”. Fueron los hebreros quienes adaptaron la palabra egipcia original, que se transcribe como “per-aa”.

El significado de la palabra

Siguiendo el esquema lógico, el significado de “per-aa” debería ser “rey”, “monarca” o “majestad”. No obstante, nada más lejos de la realidad: significa “casa” [per] “grande” [aa]. Esta “gran casa” no era más que el palacio donde vivía el faraón, a quien se mentaba utilizando la personificación de su propia vivienda.Esta actitud, no debe parecernos extraña. Generalmente, el pueblo, y especialmente un pueblo tan religioso como el egipcio, consideraba al monarca una figura divina, relevante, suprema, que se encontraba por encima del individuo común. Por consiguiente, los egipcios utilizaban la metáfora de “gran casa” para referirse al rey de Egipto, del mismo modo que nosotros utilizamos fórmulas como “Su Majestad”.

Distintos vocablos, mismo sentido

Además, cabe señalar que en la sociedad moderna actual existen sutiles paralelismos con esta curiosa etimología del monarca egipcio, comola Casa Blanca, que frecuentemente se utiliza para simbolizar al presidente estadounidense o a su gobierno. Otro ejemplo, se puede encontrar en la innecesaria e infructífera monarquía del Reino de España: el Palacio de la Zarzuela, que en multitud de ocasiones, personifica a toda la familia real. En la práctica, este modelo de “vivienda-gobernador” se repite en otras tantas instituciones.

En definitiva, aunque pueda parecer curioso el verdadero significado de la palabra “faraón”, no debe extrañarnos de ninguna manera. Así como los reyes y monarcas sucumben ante el beso de la muerte, sus moradas pueden permanecer en pie durante siglos, trascendiendo al propio nombre de sus anfitriones.

Iraultza Askerria

El amor de Casagemas, la inspiración de Picasso

La última vez que Pablo Ruiz Picasso visitó Málaga, su ciudad natal, fue en las navidades de 1900 a 1901. En esta ocasión, no viajaba a la capital con su familia. Tampoco parece que tuviera muy buenas relaciones con los parientes de la ciudad debido a su carácter bohemio; recordemos que en aquel momento tenía diecinueve años y todo la vida por delante. Su acompañante en este último periplo a su tierra natal fue Carlos Casagemas.

De la misma edad que Picasso, ambos se habían conocido en Barcelona en el año 1899, donde compartieron estudio y visitas a los burdeles de la ciudad. Los dos eran jóvenes promesas de la pintura, jóvenes artistas. Sólo uno de ellos, llegaría a consolidarse como tal, empero.

Se hicieron inseparables amigos, no sólo por su vocación artística, sino también por su personalidad aventurera. A finales del siglo XIX, no había mejor lugar para los románticos que París, centro bohemio. Aquel año de 1900, ambos artistas se encontraban en la capital francesa durante el mes de octubre.

El amor de Casagemas

Allí el cándido Carlos Casagemas conoció a una hermosa bailarina del Moulin Rouge, llamada Germaine. Ningún artista, por veterano e insensible que sea, puede derrotar el amor de una mujer. El joven barcelonés no fue un caso aparte: se enamoró perdidamente de la parisina y mantuvo una corta relación con ella. Sin embargo, la bailarina lo dejó antes de finalizar el año.

Como suele ocurrir en los corazones inexpertos y todavía inmaduros, Carlos cayó en una profunda depresión. Su gran amigo Picasso le propuso viajar a Málaga, donde esperaba que el barcelonés se recuperase de su desamor.

En la ciudad andaluza transcurrieron los dos pintores las últimas navidades del siglo XIX. Pasaron los días en cafés, bares, prostíbulos y ambientes bohemios, fieles a su estilo aventurero y romántico. No obstante, nada de esto fue suficiente para despertar el ánimo en el corazón roto de Casagemas.

A finales de enero, los amigos se separaron. Nunca más volverían a verse, del mismo modo que Picasso nunca más volvería a ver la Málaga donde nació; acaso para evitar recordar a su preciado amigo. Pablo partió a Madrid y Carlos a París. El barcelonés anhelaba reencontrarse con su amor perdido de la metrópoli francesa.

Pero por regla general, cuando se pierde un amor, se pierde para siempre. La fortuna de Carlos no fue distinta, y rechazado, su espíritu artista y romántico sólo tenía dos posibles caminos a seguir.

El primero de ellos era llorar impotente, y dedicarse a la consecución de diferentes obras de arte: óleos, retratos, pinturas, paisajes…; el desamor es uno de los pilares básicos de la inspiración. Desafortunadamente, Casagemas eligió el otro camino: el suicidio.

La muerte de Casagemas, París, 1901, por Pablo Picasso

La muerte de Casagemas, París, 1901, por Pablo Picasso

Se pegó un tiro en la sien derecha, la noche del 17 de febrero de 1901, en la que estaba acompañado por varios amigos, incluida su amada Germaine. Picasso, en aquel instante, estaba lejos, en la capital española. Pero cuando fue notificado del incidente, el pintor malagueño se ahogó en una terrible nostalgia que cambió por completo su noción del mundo.

La inspiración de Picasso

Pablo Ruiz Picasso pintó tres óleos en recuerdo de su difunto amigo. Además de una merecida dedicatoria, también significó la entrada en una nueva etapa artística, que llegaría a denominarse Azul (1901-1904), caracterizada por el empleo de este melancólico color.

Si bien el arte de Casagemas murió con él, puede decirse que la musa que inspiró su suicidio inspiró a su vez a Picasso. El amor de una mujer es la pluma y el pincel de los artistas, y aunque sea como un daño colateral, acaba inspirando obras en los maestros más destacados de la historia.

Pablo Picasso fue uno de ellos.

Iraultza Askerria

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Pequeño juicio sobre la banca y sus desahucios

Leo en un artículo del diario 20 minutos que «Todos los bancos paralizarán durante dos años los desahucios en casos extremos», noticia que se publica a raíz de un comunicado de la patronal bancaria en el que explican que dicho compromiso responde a «razones humanitarias».

¿Razones humanitarias? ¿Después de varios suicidios y familias malviviendo sin un hogar? Razones humanitarias…

Solo faltaría que el próximo año os concediesen el premio nobel de la paz.

Iraultza Askerria

Gramática ministerial del siglo XXI

Se ha formado un pequeño revuelo en torno a una carta remitida por el Ministerio de Cultura. En la misiva, se ensalza la literatura, recordando que hoy se celebra el Día Internacional del Libro. La polémica ha sido suscitada por las incontables faltas ortográficas y gramaticales que abundan en la carta. Algo inaceptable tratándose de José Ignacio Wert, Ministro de Educación, Cultura y Deporte.

Lo cierto es que después de revisar la correspondencia, cuya lectura se vuelve especialmente trabada del segundo al cuarto párrafo, no comprendo como se han podido pasar por alto estas sobresalientes incongruencias. Teniendo en cuenta la eficacia de los correctores ortográficos de las suites ofimáticas y de que todo hispanohablante sabe que se escribe en mayúscula toda letra que sigue a un punto, no me entra en la cabeza que algo así haya podido suceder. Por tanto, no me queda más alternativa que suponer, deducir y conspirar:

Doy por hecho que la carta no ha sido escrita por el ministro y que posiblemente ni siquiera la haya leído en profundidad; de lo contrario, no tendría sentido que hubiese permitido su publicación. También afirmo que ningún escrito puede relatarse sin cometer ningún error gramatical de primera mano -la perfección, si existe, pertenece a Dios-. Así que sólo se me ocurren dos cosas. Uno: la carta ha sido escrita apresuradamente sin ayuda de correctores ortográficos o revisiones exhaustivas. Dos: se han omitido las rectificaciones voluntariamente para incentivar el morbo, la polémica y desviar la atención ciudadana de cuestiones importantes.

En cualquier caso, no acepto de ningún modo las críticas tan acerbas que se han venido realizando alrededor de esta noticia. Al menos, no de un modo tan desmesurado y destructivamente ofensivo. Sobre todo por parte de los internautas ¿Por qué? Porque los propios usuarios son los primeros en desacreditar su expresión escrita, tal y como nos demuestran los mensajes del Twitter, del Facebook y de cualquier SMS. La escritura del siglo XXI es lamentable. Ni más ni menos.

Muchos me argumentarán que primero debe aprender el Ministro de Cultura a escribir bien; luego, ya lo harán ellos. Yo digo que ojalá los jóvenes de este país escribiesen la mitad de bien de lo bien que está escrita la famosa carta.

Quien quiera defender su analfabetismo enorgulleciéndose de los errores de la declaración de Wert, que lo haga. Quizás eso sea precisamente lo que quiere el gobierno.

Iraultza Askerria

La Puerta de Alcalá

La historia, en forma de cicatrices, imprime su firma en el alma de la humanidad, en sus tierras, en sus obras, en sus creencias y en sus monumentos. El pasado transforma al mundo en su diario, y anota con precisión los sucesos que merecen ser recordados para la posteridad, bien sea por su magnificencia o por su maldad.Prueba de ello es la Puerta de Alcalá, en el centro de Madrid. Un monumento de piedra que ha sido protagonista de caminos, de bienvenidas ilustres, de resistencias bélicas y de atentados anarquistas, y centro del bastión republicano, de manifestaciones sociales y de la canción que lleva su nombre. Una verdadera enciclopedia de la historia.800px-Madrid_06.JPG

Al repasar la antigüedad del monumento, se debe referir que antes de la puerta moderna, hubo otras tantas construcciones que servían de paso obligado para aquellos transeúntes que venían de otros puntos de la península. Por ejemplo, desde Alcalá. De ahí su etimología. Además de a la Puerta de Alcalá, hubo otros muchos portones que cerraban las murallas de la capital y que unían los caminos de diferentes puntos regionales: Segovia, Guadalajara, Toledo, etc. La utilidad del edificio era a grandes rasgos defensiva y civil.

Sin embargo, la puerta fue reconstruida varias veces con el devenir de los siglos, hasta que Carlos III, en la segunda mitad del siglo XVIII resolvió derribarla y erigir una puerta monumental, convirtiéndola en un símbolo para la capital, una pieza indispensable en la arquitectura española.

Como el arte monumental no entiende de patrias, el trazado del edificio fue encargado al italiano Francesco Sabatini, cuya propuesta fue la elegida en detrimento de las ofertas de otros dos arquitectos españoles. Además, para consolidar la agradable autoría internacional, un escultor francés y otro hispano fueron los encargados de las decoraciones escultóricas.

De esta forma, se encontraba Madrid sin su puerta más prestigiosa en el año 1770, cuando empezó la edificación del nuevo proyecto. Se tardó ocho años en erigirla. Mucho tiempo tal vez, pero la espera, indudablemente, mereció la pena. A fines de esa década, la ciudad contaba ya con una puerta monumental, insigne y maravillosamente hermosa. Formada por cinco vanos. Los dos laterales eran adintelados, y los centrales, arcos de medio punto. Estaba provista además de dos fachadas completamente disímiles; la exterior, que miraba al este con su escudo de armas y sus cuatro niños que simbolizando las cualidades cardinales, y la interior, algo más sobria que la pareja y ataviada con decoraciones de leones, cornetas y trofeos de guerra.

Es tan basta la simbología del monumento, que se harían necesarias decenas de páginas para describir cada motivo arquitectónico y escultórico, y vincularlo con la historia o la mitología; conocimiento que cierto autor no tiene.

Por tanto, es necesario adentrarse en otro curioso rasgo de esta pétrea puerta. Y es que, desgraciadamente, porta las heridas en sus muros de tantos ataques no identificados, que han mancillado su monumentalidad artística y su rigidez histórica. Basta con contemplar momentáneamente la fachada exterior, y la monstruosidad de sus columnas llagadas abrirán de par en par los ojos del espectador. ¿Tan poco sentido común tiene el ser humano que es capaz de destruir su propio arte? ¿Nada se ha aprendido de la devastación de la biblioteca de Alejandría? Bastante corrosivo resulta el tiempo y las arenas del olvido como para contribuir voluntariamente a dicha aniquilación.

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La autoría y el contexto del ataque a la Puerta de Alcalá no tiene una respuesta clara. Se especula con la posibilidad de que las tropas napoleónicas ocasionaran los daños durante el levantamiento del 2 de mayo. Aquel primer paso hacia la guerra de la independencia, que sería recordado renombrando con dicho título a la plaza en la que se levanta la puerta.

Otra posibilidad, se encuadra en el marco del Trienio Liberal, cuando entre 1820 y 1823, los liberales contrarios a la restauración obligaron al rey Fernando VII a firmar la Constitución de 1812. El monarca necesitó la ayuda de la Santa Alianza, países europeos defensores del absolutismo, para restablecer su poder totalitario. Para ello, los Cien Mil Hijos de San Luis del ejército francés acudieron en defensa del rey español. Se dice que en la contienda, los proyectiles de los franceses, impactaron contra la Puerta de Alcalá. Estos hechos no han sido unánimemente aceptados. Después de la confrontación, Fernando VII fue depuesto en su trono. Diez años antes los españoles habían luchado contra los franceses por la restauración de su monarquía y una década después, fue al contrario. ¡Qué irónico!

Avanzando un poco más en el tiempo hasta atracar en 1921, antes de la dictadura de Primo de Rivera, acaeció junto a la Puerta de Alcalá un atentado anarquista que acabo con la vida de Eduardo Dato. El presidente de gobierno fue tiroteado desde una motocicleta mientras viajaba en su coche, y parece que los proyectiles pudieron deteriorar el monumento.

Sea cual fuere la razón de los desperfectos de la puerta, lo cierto es que la humanidad debe aprender de sus errores. Sin hacer apología de la violencia, las revoluciones y las guerras deben respetar las obras artísticas del pasado. Ya que parece imposible convencer a los militares y a los rebeldes de que respeten a los civiles, al menos, que respeten su arte. El arte no daña a nadie y enriquece a todos, independiente de la religión o signo político del individuo.

Aprendamos de nuestras culpas y corrijamos el futuro. El arte sólo debe pertenecer a la eternidad. No quiero ver a otro Carl Sagan atormentado por la destrucción de la biblioteca de Alejandría. Quiero… poder ver esa biblioteca.

Iraultza Askerria