La métrica de Venus y Darío

In space, no one can hear you scream - Carl JonesEn este blog, ya hemos hablado más de una vez del genial poeta nicaragüense Rubén Darío, el embajador del modernismo. Incluso nos atrevimos a adentrarnos en su más famoso libro Azul, inmortalizando algunas de sus citas sin pedir permiso al encomiable autor. En esta ocasión, volveremos a sumergirnos en esta obra para tratar de esclarecer la singular métrica de un soneto titulado Venus.

Se trata de una poesía de Rubén Darío que uno lee dubitativo y termina devorándola enamorado. Ese poema es sentimiento, es acción, es recuerdo y pasión. Es un relato en verso y un diálogo con el alma del poeta. Es casi una obra de teatro comprimida en versos heptadecasílabos, métrica que se aleja del estándar de los sonetos.

Empieza así:

En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.

Este nicaragüense ratificó el verso alejandrino como un emblema del modernismo y se destacó magistralmente en su empleo. Recordemos que el verso alejandrino consta de catorce sílabas, separadas en dos hemistiquios independientes de siete. Si el lector observa la métrica del verso anterior, notará que no se tratá de un endecasílabo, ni tan siquiera de un alejandrino. ¡Se trata de un verso de diecisiete sílabas!

Veamos el segundo verso:

En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín.

Si enumeramos las sílabas estrictamente, nos encontramos con un total de dieciséis, contando la sinalefa incluida entre las palabras “bajé” y “al”. No obstante, el verso es en realidad heptadecasílabo, ya que debemos asimilar y diferenciar dos hemistiquios, existiendo una cesura entre las palabras “quietud” y “bajé”.

Por ello, el verso se divide en dos partes: “en busca de quietud”, siete sílabas puesto que es de terminación aguda, y “bajé al fresco y callado jardín”, de diez sílabas por la misma razón. Ambos hemistiquios repiten la métrica del verso inicial: diecisiete sílabas.

Igualmente, consideremos el último verso del primer cuarteto:

como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.

Si contamos las sílabas de este verso respetando una supuesta sinalefa entre las palabras “ébano” y “un”, alcanzamos la cifra de diecisiete sílabas (métrica que se repite durante todo el soneto). A pesar de esta coincidencia, debemos distinguir el verso como dos hemistiquios separados entre la palabra “ébano” y “un”. Por tanto, no existe sinalefa. El primer hemistiquio de ocho sílabas “co-moin-crus-ta-doen-é-ba-no”, se reduce a siete por la postrera palabra esdrújula. El segundo hemistiquio, de diez sílabas gracias al acento agudo final, completa este verso heptadecasílabo.

Podríamos examinar todo el soneto y comprobaríamos que todos los versos respetan la misma métrica. Algunos hemistiquios juegan con palabras esdrújulas, otros son oxítonos. Todos ellos terminan sumando, de una u otra manera, diecisiete sílabas. Un poema compuesto por catorce versos heptadecasílabos.

Los versos heptadecasílabos que introdujo Rubén no son sólo innovadores, sino una demostración de la capacidad creativa, rítmica y melódica de su autor. En este soneto, los acentos de cada verso galopan al unísono sin dejar atrás al compañero anterior o posterior. Son una caballería bien entrenada bajo los jinetes de las palabras.

Venus es para mí un soneto inolvidable, cálido y hermoso, que recomiendo leer y estudiar hasta empaparse uno de la grandeza de Ruben Darío.

Iraultza Askerria

Breve biografía de Esquilo

esquilo

De los tres poetas trágicos, Esquilo es el más antiguo de ellos. Se sabe que nació en el año 525 a. C. en Eleusis, ciudad situada a apenas 20 kilómetros de Atenas, en el seno de una familia noble de dramaturgos.

A pesar de que se dedicó a la poesía desde muy joven, no obtuvo su primera victoria en composición dramática hasta el año 484 a. C., cuando frisaba los cuarenta años. El número de ocasiones en que Esquilo se hizo con el primer premio es discutido, si bien algunos autores sitúan la cifra en trece, otros la elevan hasta las veintiocho victorias. Lo que es cierto es que de sus siete obras conservadas en la actualidad, seis fueron merecedoras del premio.

La genialidad de Esquilo queda defendida por el hecho de que, ya fallecido, sus obras siguieron presentándose en los certámenes trágicos, de la mano de su hijo Euforión. Su primogénito logró el primer premio en cuatro ocasiones presentando las obras de Esquilo. Aunque los jueces no permitían que las obras de los difuntos se repusieran en el certamen, con Esquilo hicieron una excepción, lo que atestigua la fe que Grecia tenía en él.

El grueso de su composición asciende a unas ochenta obras, si bien el número no ha podido ser corroborado aún y podría ser incluso mayor. Desgraciadamente, tenemos que contentarnos con apenas siete obras completas y otros tantos fragmentos.

Al igual que su legado trágico, la vida de Esquilo está salpicada de anécdotas muy interesantes. No en vano, tuvo la suerte de vivir en uno de los períodos mas trascendentales de Atenas, lo que dejó una importante huella en sus composiciones, tal y como veremos a continuación.

Esquilo sufrió la tiranía de Hipias, quien fue derrocado entorno al año 510 cuando el poeta era un adolescente. Con el ascenso de los partidarios del sistema democrático, se iniciaron movimientos sociales, reformas políticas y la desarticulación de antiguos grupos tribales que abusaban del poder. El objetivo final era promover la participación ciudadana en las instituciones.

Sin duda, Esquilo creía ciegamente en este sistema político, tan ecuánime y justo, lo cual se dejó sentir en la tragedia Las Euménides (458 a. C.), donde el consejo de Atenas simboliza la garantía de la justicia, el orden y el derecho. Si bien Esquilo vivió cuando ya la tiranía dejaba paso a la democracia, las competencias de una y otra siguieron enfrentadas durante varias décadas.

Muy importante es la participación militar de Esquilo, entre la década del 490 a. C. y 480 a. C., que coincidió con las aspiraciones expansionistas de los persas. Se sabe que participó en la popular Batalla de Maratón y en la Batalla de Salamina, que concluyeron en una victoria decisiva para el contingente griego. De las experiencias vividas en estas confrontaciones, Esquilo gestó la tragedia Los persas en el año 472 a. C..

No quedaba mucho, apenas cuatro años, para que Esquilo y Sófocles se enfrentaran en un concurso dramático que aupó al segundo por encima del primero. Posiblemente, esto significó el declive profesional de este enorme artista, que comenzó a frecuentar Siracusa y murió en la ciudad siciliana de Gela en el año 456 a. C..

Esquilo fue un poeta amante de ligar sus obras en trilogías, componiendo así una idea completa que podía independizarse en otros tantos conceptos. También destaca en él la trascendencia del desarrollo de la historia y los escenarios, minimizando la importancia de los personajes. Esto hace comprender la creatividad de Esquilo, experto en aprovechar las filigranas visuales de la escena.

En sus temas se encuentran varios elementos fundamentales, como puede ser la ideología política, ya mencionada anteriormente, o el dolor humano como eje central del guión que conduce al protagonista hacia el conocimiento, protagonista que, en multitud de ocasiones, hereda la culpabilidad de sus ancestros, convirtiéndolo en un personaje inocente que, sin embargo, sufre.

Aquí finalizamos esta breve biografía de Esquilo, habiendo querido introducir a este personaje clásico, tan importante en la literatura, gracias a obras tan descomunales como Agamenón o Los siete contra Tebas.

Iraultza Askerria

Las obras de Esquilo, Sófocles y Eurípides

Parthenon - . SantiMB .

Los nombres de Esquilo, Sófocles y Eurípides, también el de sus obras, se han venido archivando a lo largo de la tradición occidental, desde el siglo V a. C. hasta nuestros días. Por desgracia, el grueso de sus composiciones no se conserva y tan sólo han sobrevivido algunos pocos manuscritos medievales donde se incluyen las siete tragedias de Esquilo, las siete tragedias de Sófocles y las diecinueve obras de Eurípides.

Se trata de una recopilación de treinta y tres obras de la Antigua Grecia, germen de lo que fue el teatro antes de nuestra era, cuya cifra, aunque pueda ser considerable, no es más que un vestigio de cuanto escribieron los poetas trágicos. Gracias a las citas de los tragediógrafos contemporáneos de Esquilo, Sófocles y Eurípides, así como a los fragmentos que han sobrevivido de los mismos, podemos hacernos una idea de las muchas composiciones que el tiempo y el olvido le han robado al arte.

Sea como fuere, son muchas las obras irrecuperables de estos tres dramaturgos clásicos, pero por suerte, las que han perdurado permiten comprender, de primera mano, el teatro de la Antigua Grecia y la trascendencia de estos tres personajes.

Resumiendo, el estudio de Esquilo, Sófocles y Eurípides se limita a las treinta y tres obras conservadas por los manuscritos medievales, en ediciones impresas a partir del siglo XV. Las obras pueden enumerarse siguiendo la fecha de composición, que en ocasiones es confusa, aunque todas ellas fueron escritas en el siglo V a. C.. Aprovecho la ocasión para incluir un enlace a cada obra.

Del listado anterior se puede extraer que Esquilo era el más veterano de los tres dramaturgos, seguido por Sófocles y por Eurípides. Aunque éste último era el más joven, murió a la vez que Sófocles, en el año 406 a. C..

Sin embargo, dado que estas treinta y tres composiciones responden, en mayor o menor medida, a los mitos clásicos de Grecia, también es posible estructurarlos de acuerdo al suceso cronológico que narran, de tal forma que se simplifica la posibilidad de estudiar estas leyendas. La mayoría de estos temas corresponden a varias sagas, como el ciclo troyano o el ciclo ático-tebano, o sigue las aventuras y desventuras de determinada estirpe noble, como es el caso de los hijos de Agamenón. No obstante, en caso de querer numerar todas estas obras de teatro siguiendo el orden temporal de los acontecimientos que narran, quedaría así:

  • Esquilo (458?) – Prometeo encadenado
  • Eurípides (413-412) – Ion
  • Esquilo (463) – Las suplicantes
  • Eurípides (406) – Las bacantes
  • Eurípides (431) – Medea
  • Eurípides (428) – Hipólito
  • Sófocles (430-424) – Edipo Rey
  • Sófocles (401) – Edipo en Colono
  • Esquilo (467) – Los siete contra Tebas
  • Eurípides (411) – Las fenicias
  • Sófocles (442) – Antígona
  • Eurípides (423) – Las suplicantes
  • Eurípides (438) – Alcestis
  • Eurípides (414) – Heracles
  • Sófocles (442?<) – Las traquinias
  • Eurípides (430-427) – Los Heraclidas
  • Eurípides (406>) – Ifigenia en Áulide
  • Eurípides (440<?) – Reso
  • Sófocles (450?) – Ayax
  • Sófocles (409) – Filoctetes
  • Eurípides (415) – Las troyanas
  • Eurípides (424) – Hécuba
  • Eurípides (413) – El cíclope
  • Esquilo (458) – Agamenón
  • Esquilo (458) – Las coéforas
  • Sófocles (415?) – Electra
  • Eurípides (417-413) – Electra
  • Eurípides (412) – Helena
  • Eurípides (408) – Orestes
  • Esquilo (458) – Las euménides
  • Eurípides (414) – Ifigenia entre los tauros
  • Eurípides (425) – Andrómaca
  • Esquilo (472) – Los persas

La única obra de teatro con tema histórico que se conserva es esta última: Los persas, de Esquilo. El resto de las tragedias están repletas de personajes míticos, formando un largo repertorio de leyendas, donde ganan por mayoría las dedicadas al ciclo troyano, ocupando la mitad del total. Avanzaremos en estas obras en los próximos capítulos, donde hablaremos también del teatro de la Antigua Grecia y de sus tres máximo exponentes: Esquilo, Sófocles y Eurípides.

Iraultza Askerria

Los girasoles ciegos de Alberto Méndez

Los girasoles ciegos de Alberto Méndez

El lunes pasado inicié la lectura de una obra escrita por Alberto Méndez y titulada Los girasoles ciegos. Posiblemente el lector haya reconocido ya estos nombres debido al éxito de crítica y público que siguió a la publicación del libro. Pero lejos de cualquier apariencia, no nos encontramos ante un best seller o una intriga novelesca fácil de colgar en las estanterías; al contrario, Los girasoles ciegos es un ciclo de relatos, crudos y desoladores sazonados con una profunda sabiduría y una virtuosa prosa.

El autor: Alberto Méndez Herrera

Nacido el 27 de agosto de 1941, Alberto Méndez Herrera pasó sus primeros años a caballo entre Madrid y Roma. En la capital italiana cursó el bachillerato mientras que en la metrópoli española obtuvo la licenciatura de Filosofía y Letras. No debe extrañarnos su rápida vocación por la literatura, puesto que su progenitor fue un afamado poeta y traductor, que se había enfrentado a clásicos escritores de lengua inglesa como Dickens, Stevenson o Shakespeare.

Además de su pasión por las letras y la educación recibida que tanta huella dejaría en una prosa selecta, inmejorable y magistral, Alberto Méndez Herrera tuvo mucho que decir a lo largo de su vida. De ideología izquierdista, fue militante del Partido Comunista y fundador de la editorial Ciencia Nueva.

Su dedicación a la narrativa llegaría tarde y culminaría en el año 2004, con la publicación de la impecable Los girasoles ciegos. El autor madrileño moriría al año siguiente, víctima de un cáncer.

Los girasoles ciegos y su contexto histórico

Es importante señalar la ideología política de este autor madrileño, debido a que Los girasoles ciegos está ambientada al final de la Guerra Civil Española y dada las brutales consecuencias de esta conflagración bélica resulta muy difícil realizar una opinión objetiva sobre tan fatídico evento histórico.

Sin embargo, Alberto Méndez lo consigue. Sin centrarse en etiquetas de buenos o malos, Los girasoles ciegos manifiesta abiertamente la derrota de una país entero; donde no hubo vencedores, solamente vencidos. En un contexto histórico jaspeado de desolación y perdición, aparece la honestidad y la ética para intentar sobrevivir a una catástrofe nacional. La conclusión final es tan cruda como estremecedora.

La estructura de la obra

Los girasoles ciegos está compuesto por cuatro relatos ambientados al término de la Guerra Civil, exactamente entre los años 1939 y 1942. Las narraciones son completamente independientes, aunque guardan cierta relación: el primero y el tercero comparten la aparición de un protagonista común, y el segundo y cuarto están vinculados por la presencia de un personaje secundario.

No obstante, si bien los relatos están ordenados cronológicamente, pueden leerse con total libertad e independencia, sin perder un detalle de la historia. Personalmente, recomendaría leerlos siguiendo este orden: primer relato, tercer relato, cuarto relato y segundo relato.

En cualquier caso, los relatos que componen Los girasoles ciegos son los siguientes:

  • Primera derrota: 1939 o Si el corazón pensara dejaría de latir

  • Segunda derrota: 1940 o Manuscrito encontrado en el olvido

  • Tercera derrota: 1941 o El idioma de los muertos

  • Cuarta derrota: 1942 o Los girasoles ciegos

La narración

Las historias de Los girasoles ciegos aglomeran distintos tipos de narradores: primera y tercera persona, narrador omnisciente, narrador objetivo, monólogo epistolar o autobiografía. Dicha variedad convierte en grande a un libro tan pequeño. El lector tiene la obligación, por tanto, de atender a cada particularidad narrativa para no perder ni por un momento el hilo de la historia.

La obra culminante en cuanto al uso de narradores es el cuarto relato, que da título al libro. En esta historia se combinan hasta tres puntos de vista, intercalados para mantener la conexión temporal. Indudablemente, un descarado acierto de genialidad por parte de Alberto Méndez, que nos obliga a devorar la historia que nos quiere transmitir; la más elaborada de las cuatro.

Los personajes

Un capitán franquista, consciente de la próxima victoria de su bando, pero que aún así, se siente más un derrotado que un vencido, debido a las tantas vidas que se han malgastado ante sus ojos indiferentes.

Tendremos que elegir entre ganar una guerra o conquistar un cementerio.”

Un poeta iluso y esperanzado, capaz de fraguar una súbita escapatoria hacia Francia, que, sin embargo, lo pierde todo en una noche, incluso sus versos, y el destino lo condena a sobrevivir en una soledad compartida con una vaca, un recién nacido y un cuaderno.

«Mi lápiz también debió de perder la guerra y probablemente la última palabra que escribirá será «melancolía».»

Un preso que fragua una mentira para sobrevivir a una muerte que acecha en cada esquina, y que se lleva a la tumba a los compañeros de celda, compañeros que únicamente comprenden el idioma de los muertos.

Encontró de repente cierto parecido entre la escritura y las caricias.”

Un niño que sobrevive en la ignorancia de saber, mas no conocer, el constante interés de un maestro eclesiástico hacia su angustiada madre que guarda celosamente el secreto de su marido.

«Yo no quiero que nuestros hijos tengan que matar o morir por lo que piensan.»

El estilo literario

Podría definir la calidad narrativa de este libro como una pequeña obra maestra. Digo pequeña por la corta extensión de los relatos, ya que la magnitud y profundidad de los mismos es inconmensurable.

Por un lado el vocabulario es copioso y heterogéneo, demostrando un amplio conocimiento y dominio del diccionario. Las palabras aparecen como si hubieran estado predestinadas a estar ahí, no como un capricho de un escritor con ganas de terminar la redacción.

Por otro, la profundidad de las frases e ideas mostradas en los cuentos, hacen aflorar sentimientos y emociones. La desesperación y la esperanza, el miedo y la libertad, el apego filial y el amor pasional, protagonizan unos cuentos donde los personajes no son más que meros espectadores de su propio destino. Incapaces de cambiarlo, están condenados, y el lector sufre con ellos tan aciago sino.

Manuscrito encontrado en el olvido

Si bien he querido evitar resumir los relatos o hacer cualquier referencia detallada de los mismos, me siento tentado a hablar, aunque sea grosso modo, de la segunda narración de este libro, titulada Manuscrito encontrado en el olvido.

Es un relato, en primer lugar, para leer del tirón y después analizar. El nivel literario de esta pequeña perla lo colocan en el pedestal de las obras maestras. Cada oración es un verso y cada párrafo un soneto.

En sus páginas se amontonan tantos sentimiento como espacios tiene el alma. Hay un lugar para la ternura y el amor y otro para la atrocidad y la desidia. Sea como fuere, Manuscrito encontrado en el olvido es un relato para sufrir y para llorar. Pocas son las narraciones que han podido provocar una lágrima. Éste es uno de ellos.

El éxito de Los girasoles ciegos

Como colofón, me gustaría destaca que Los girasoles ciegos obtuvo en el año 2005, y a título póstumo, el Premio Nacional de Narrativa y el Premio de la Crítica, dos de los galardones más codiciados en el mundo de la literatura.

Finalmente, no quiero si no recomendaros la lectura de este libro, y pedir a quienes ya lo hayan leído, que expongan libremente su opinión sobre el mismo.

Como siempre, un placer.

El bello navío, de Charles Baudelaire

Yo deseo relatarte, ¡oh, voluptuosa hechicera!
los diversos atractivos que engalanan tu juventud;
pintar quiero tu belleza,
donde la infancia se alía con la madurez.

Baudelaire se deja agasajar por la belleza de una muchacha, a medio camino entre la gracia infantil y la morbidez adulta. Con palabras dulces surge este cuarteto esclarecedor del sentir embrujado del poeta. Tan maravillado de la hermosura de su musa, se siente tentado a ensalzar las virtudes de su cuerpo femíneo. Haremos, con esta excusa, un breve recorrido por este poema del libro Las flores del mal.

Cuando barres el aire con tus faldas amplias,
produces el efecto de un hermoso navío haciéndose a la mar,
desplegado el velamen, y que va rolando
siguiendo un ritmo dulce, y perezoso, y lento.

En este punto, se compara el caminar de la mujer con la zarpa de un barco. Las piernas de la dama, desnudas y resplandecientes bajo la jugosa danza de la falda, son en realidad el objeto oculto del cuarteto, donde la prenda de vestir ocupa todo el protagonismo. Sin embargo, el autor francés no se olvida de cuan bonitas son las piernas de su amante.

Sobre tu cuello largo y torneado, sobre tus hombros opulentos,
tu cabeza se pavonea con extrañas gracias;
con un aire plácido y triunfal
atraviesas tu camino, majestuosa criatura.

Lo sublime, lo imperial, lo magnífico. El ostento, la realeza, la victoria. El capitel de la hermosura. La joya de la corona que unos cuartetos después, culminará este artístico poema. Seguidamente, la composición prosigue con el cuarteto inicial “Yo deseo relatarte, ¡oh, voluptuosa hechicera!”, versos que omitiré para evitar repeticiones.

Tu pecho que se adelanta y que realza el muaré,
tu seno triunfante es una bella armadura
cuyos paneles combados y claros
como los escudos atajan los dardos;

Entre el belicismo y la delicadeza, se escuda el pecho de esta mujer idealizada, donde nada ni nadie puede penetrar, ni el más sagaz ataque, ni la más astuta acometida. Pero esta fortaleza femenina guarda una gracia sublime, las mismas líneas de Venus en un pecho turgente; columnas que protegen un corazón imposible de herir.

¡Escudos provocadores, armados de puntas rosadas!
armario de dulces secretos, lleno de buenas cosas,
de vinos, perfumes, licores
que harían delirar los cerebros y los corazones!

La conquista de la mujer como una batalla sin violencia, pero a la vez sexual, apasionada y amenazante como la punta más aguda de una lanza. Tras la victoria aguarda un secreto, un paraíso en forma de olores y sabores que perturban la mente y, por supuesto, el corazón.

Cuando vas barriendo el aire con tu falda amplia,
produces el efecto de un hermoso navío haciéndose a la mar,
desplegado el velamen, y que va rolando
siguiendo un ritmo dulce, y perezoso, y lento.

Repite el poeta la metáfora de la mujer-navío, belleza que da título a este poema, el número 52 de la obra. Aprovecho para señalar que está extraído de wikisource, y que la composición ha sido traducida con el título de El hermoso navío o El bello navío.

Tus nobles piernas, bajo los volados que ellas impulsan,
atormentan los deseos oscuros, y los acucian,
como dos hechiceros que hacen
girar un filtro negro en un vaso profundo.

Tentador, cuanto menos tentador, la descripción de las piernas de esta mujer, que deleitan, enajenan, embrujan. Bajo los volantes de la falda, el muslo incita el ansia más primigenia, haciendo uso de una magia sobrenatural. La mujer hechicera es una constante en este poema para hacer hincapié, casi con obsesión, en los encantos de la protagonista.

Tus brazos, que se burlarían de precoces Hércules,
son de las boas relucientes los sólidos émulos,
hechos para estrechar obstinadamente,
como para estampar en tu corazón, tu amante.

Se alude aquí al popular mito del poderoso Hércules que nada más nacer estranguló con sus propios brazos a dos serpientes. En dicha ocasión, la mujer no simboliza materialmente la fuerza corpórea del héroe grecolatino, sino un poder y un control que subyuga a los hombres: la seducción que los cautiva aferrándolos obstinadamente en un abrazo.

Sobre tu cuello largo y torneado, sobre tus hombros opulentos,
tu cabeza se pavonea con extrañas gracias;
con un aire plácido y triunfal
atraviesas tu camino, majestuosa criatura.

En el cénit de este poema se intercalan palabras como opulento, pavonear, gracia, plácido, triunfal o majestuoso. La mujer, la criatura descrita tenazmente en los cuartetos precedentes, ya no es representada con largas metáforas, sino con intensos calificativos que construyen el final de la composición. El rostro de la dama es el crisol de tanta perfección, el apogeo de tanta beldad, el punto culminante de una lindeza que vaya por donde vaya, siempre se mostrará magnífica y esplendorosa.

Finalizamos por tanto este breve comentario de un poema de Las flores del mal, cuya lectura es altamente recomendable para cualquier amante de la poesía. Se trata de una de las obras indispensables de la lírica, donde se aglutinan el amor y el erotismo, la poesía y la muerte y otros temas recurrente en las obras de este autor francés.

Mientras escribo II

mientras-escribo-stephen-king

Como ya avanzamos la pasada semana, seguimos con el análisis de la obra Mientras escribo de Stephen King, sintetizando brevemente algunos de los consejos que podemos encontrar en este manual para escritores iniciados.

El británico John Creasey, autor de novelas policiacas, escribió cinco mil novelas (sí, cinco mil) bajo distintos seudónimos. Yo he escrito unas treinta y cinco (algunas de extensión trollopiana) y se me considera prolífico, pero al lado de Creasey parezco un caso clínico de bloqueo.

Según su página oficial, John Creasey escribió 562 libros utilizando 20 seudónimos diferentes. 562 libros es una cantidad desproporcionada para cualquiera. John Creasey murió a los 65 años, por lo que suponiendo que aprendiera a escribir con 5, habría escrito ininterrumpidamente 9,3 novelas al año hasta el día de su muerte. No está mal… nada mal.

A pesar de todo, opino que la primera redacción de un libro (aunque sea largo) no debería ocupar más de tres meses, lo que dura una estación. Si tarda más (al menos en mi caso), empieza a quedar la historia como algo un poco ajeno.

No hay que tomarse los tres meses de King como una regla axiomática. En verdad, cada novelista tiene su propio ritmo a la hora de escribir. Lo importante es mantener una redacción fluida durante los 2, 5 o 12 meses necesarios para culminar el primer borrador.

Estar semanas sin escribir o unos pocos días puede menoscabar seriamente la trama; a veces incluso sin que el autor se percate de ello.

Me gusta hacer diez páginas al día, es decir, dos mil palabras. En tres meses son 180.000 palabras, que para un libro no esta mal.

No es mala cifra, no. Para hacernos una idea, la extensión de El Quijote es de 384.000 palabras. La extensión de Pedro Páramo, apenas 35.000. Stephen King cuantifica el trabajo diario en 2.000 palabras. Es una cantidad nada despreciable y aquí, un servidor, sólo alcanza esa cifra ocasionalmente.

Un escritor nobel debería tomarse metas mucho más sencillas como escribir 1.000 palabras al día. De esta forma, la novela seguirá su curso constante y siempre hacia arriba. En tres meses la novela podría estar terminada, suponiendo una extensión cercana a las 90.000 palabras (la traducción del El retrato de Dorian Gray ni siquiera alcanza las 80.000). No es muy recomendable que las primeras obras del autor sean especialmente largas.

La puerta cerrada es una manera de decirles a los demás y a ti mismo que vas en serio.

Escribir es una ocupación que exige una concentración plena. El ruido, las molestias, el teléfono, la vibración del móvil, el navegador de Internet…, por no hablar de los niños correteando por el pasillo. Cuando uno escribe, tiene que refugiarse en su mundo interior, cerrando la puerta a cualquier intruso.

Soy de las personas que necesitan un completo silencio para sumergirse en el mundo de la literatura. El mero pulsar del interruptor de la luz en la cocina (situada al otro lado de la casa), ya es motivo suficiente para distraerme. Consecuentemente, doy muchísima importancia a mi pequeño despacho: nadie entra si la puerta está cerrada y cualquiera que pase junto a ella debe tomar las precauciones necesarias para no importunar a un novelista delirante.

Yo trabajo con la música a tope (siempre he preferido el rock duro, tipo AC/DC, Guns’n Roses y Metallica), pero sólo porque es otra manera de cerrar la puerta. Me rodea, aislándome del mundo. ¿Verdad que al escribir quieres tener el mundo bien lejos? Claro que sí. Escribir es crearse un mundo propio.

Aquí entran en juego los gustos personales. Personalmente, prefiero escribir en un completo silencio, sin música. De hacerlo, las canciones pueden ejercer una enorme influencia sobre la redacción. El episodio puede llenarse de acción o de romanticismo si suena un corte duro o una empalagosa balada, respectivamente.

Para más inri utilizo tapones para los oídos. Me ayudan a aislarme del universo entero y cobijarme única y llanamente en la literatura.

La descripción arranca en la imaginación del escritor, pero debería acabar en la del lector.

Cuidado con el exceso de adjetivos, comparaciones, metáforas, etc. Las descripciones ayudan y son necesarias en la narrativa, pero hay que poner especial atención en no excederse. En última instancia es el lector quien se imaginará al personaje; él creará su perfil del protagonista. El escritor únicamente tiene que sentar las bases de esa fisonomía, pero jamás robarle al lector la oportunidad de crear su imagen particular.

Cuando se sufre un atasco imaginativo, el aburrimiento puede ser muy aconsejable. Mis paseos consistían en aburrirme y reflexionar sobre mi gigantesco despilfarro de páginas.

Es fundamental no forzar la imaginación. Si el episodio no avanza, si las palabras no fluyen, no insistas: cede. Tómate un respiro; detén un instante al caballo desbocado de la imaginación. Le falta resuello. Cuando el bloqueo mental nos impide continuar con la obra, es mejor aburrirse en tareas mundanas: limpiar la casa, pasear durante dos horas, incluso sentarse a meditar. El buen trabajador sabe cuando tiene que descansar.

Debajo de la firma del director, reproducida a máquina, figuraba a mano lo siguiente: «No es malo, pero está hinchado. Revisa la extensión. Fórmula: 2da versión = 1ra versión – 10%. Suerte.»

Stephen King menciona la recepción de uno de sus primeros trabajados por un editor profesional. La respuesta de este último no fue del todo mala: sólo le pidió aligerar la obra. Ocurre que, habitualmente, los escritores nos perdemos en nuestra creatividad concibiendo pasajes infinitos. Otras las descripciones se convierten en una amalgama de pomposo barroquismo, o los diálogos monólogos alternativos entre uno u otro personaje.

La solución es sencilla: aliviar la carga. No hay que tener miedo de resumir, compendiar o incluso suprimir. El borrador de una novela tiende a ser más largo que la edición final.

Escribir no es cuestión de ganar dinero, hacerse famoso, ligar mucho ni hacer amistades. En último término, se trata de enriquecer las vidas de las personas que leen lo que haces, y al mismo tiempo enriquecer la tuya. Es levantarse, recuperarse y superar lo malo. Ser feliz, vaya.

Stephen King termina Mientras escribo haciendo una alusión a un gravísimo accidente de coche que casi acabó con su vida. No murió atropellado por una furgoneta de puro milagro. La vida y la muerte son tan caprichosos que aparecen en los momentos más inesperados. Tristemente, somos mortales, y mortales moriremos.

Por esta razón, no hay que buscar en la literatura ni la fama ni la gloria. La prosa y la poesía son un vehículo hacia la felicidad. Esa es su verdadera función: hacernos felices a nosotros mismos y hacer felices a los lectores.

Mientras escribo

Al final de mis aventuras bebía cada noche una caja de latas de medio litro, y tengo una novela, Cujo, que apenas recuerdo haber escrito.

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Corría el año 2000 cuando Stephen King publicaba en ensayo mezcla de manual narrativo y autobiografía. En esta obra, el autor estadounidense desvelaba los quebraderos de cabeza de sus inicios como escritor, haciendo alarde, sin embargo, de un íntegro compromiso con la literatura.

Además, lejos de convertirse en unas memorias egocéntricas sobre la vida del autor, Mientras escribo es también un manual de instrucción para los escritores noveles. Aportando ideas llenas de sabiduría y recopilando un pequeño tutorial, Stephen King hace a la vez de narrador oral y simpático profesor.

Ahora ya sé qué significa estar borracho: una vaga sensación de buena voluntad, otra más nítida de tener casi toda la conciencia fuera del cuerpo, flotando encima como una cámara en una película de ciencia ficción y filmándolo todo, y por último el mareo, el vómito y el dolor de cabeza. No, me digo que esa gripe no volveré a cogerla, ni en este viaje ni nunca. Es suficiente una vez, sólo para averiguar de qué se trata. Repetir el experimento sería de imbéciles, y dedicar una parte de la vida a beber, de locos, locos masoquistas.

El libro bien puede dividirse en dos mitades, con la primera dedicada a las experiencias del autor y la segunda más orientada a una guía de iniciación a la escritura. En esta segunda sección voy a centrarme, citando el texto de Mientras escribo en un intento de resumir los consejos que en él podemos encontrar.

A veces se tiene la sensación de estar acumulando mierda, y al final sale algo bueno.

Ciertamente, un escritor sólo publica un porcentaje irrisorio de cuanto escribe. Decenas de poemas, relatos, cuentos, ensayos y novelas se quedan en el trastero de la cabeza, a veces con una forma vaga e indeterminada y otras con una configuración total.

Al igual que la vida, la mente del escritor cambia y evoluciona constantemente. Lo que uno escribió hace años puede quedar oculto para siempre. Otras veces, entre todos los papeles amontonados en el contenedor de la locura, se encuentra una obra maestra, un escrito que merece la pena. ¿Quién no ha hallado alguna vez un texto digno en ese cajón donde se amontonan papeles sin memoria?

Poner al vocabulario de tiros largos, buscando palabras complicadas por vergüenza de usar las normales, es de lo peor que se le puede hacer al estilo. Es como ponerle un vestido de noche a un animal doméstico.

Sobre todo el escritor nobel, debe dosificar el uso de cultismos, palabras desconocidas para la mayoría o complejas formas subordinadas. La lectura ha de ser sencilla; nadie leerá un manuscrito si eso supone un insufrible dolor de cabeza. Alejarse de las cursilerías, de los adjetivos ornamentales, de los trucos ostentosos y la pomposidad extrema es lo mejor que podemos hacer al escribir. Lo bueno si breve, dos veces bueno, y si sencillo, aún mejor.

La mejor manera de atribuir diálogos es «dijo».

Informó, manifestó, contestó, respondió, habló, interpeló… son posibles sinónimos del archiconocido “dijo” que abunda en cualquier texto de narrativa. Stephen King defiende el uso de este verbo y ciertamente, no hay palabra más indicada para la introducción de diálogos. Sin embargo, si bien “dijo” debería ser el término más utilizado, no debería ser el único. En la variedad se encuentra la verdadera belleza, y “dijo” no arrastra la misma emoción que otros verbos como “exclamó”, “gritó” o “suplicó”.

Si quieres ser escritor, lo primero es hacer dos cosas: leer mucho y escribir mucho. No conozco ninguna manera de saltárselas. No he visto ningún atajo.

Y no lo hay.

Tradicionalmente las musas eran mujeres, pero el mío es varón. Habrá que acostumbrarse.

Cuanto menos curiosa esta relación del autor con la inspiración. Si bien la mayoría de los mortales, quizá por cierta debilidad por el clasicismo griego, juega y crea con una o varias musas; Stephen King, por su parte, se deja agasajar por el “muso”, su musa masculina.

La mayoría de la gente se acuerda de cuándo perdió la virginidad, y la mayoría de los escritores se acuerdan del primer libro cuya lectura acabaron pensando: yo esto podría superarlo.

En este último punto, admito que los escritores somos unos engreídos, condenados a delirar en los textos que escribimos creyéndolos mejor que lo escrito anteriormente. Es el orgullo del artista, su mayor maldición.

Efectivamente, me vienen a la mente algunos libros cuya lectura me reveló que yo mismo podía haberlos escritos peor, aunque posiblemente me equivocaba. En cualquier caso, saber mejorar las obras de otros es una gran virtud que supone un conocimiento considerable del lenguaje y la escritura.

Leyendo prosa mala es como se aprende de manera más clara a evitar ciertas cosas.

No podría estar más de acuerdo. No hay que centrase exclusivamente en la lectura de obras maestras. También es necesario e interesante leer novelas mediocres de autores sin renombre.

¿Por qué? Alguno puede pensar que es una pérdida de tiempo. Lo cierto es que cualquier libro esconde cierta sabiduría, por escasa que sea. Además, la mala literatura exhibe errores garrafales. Aquel escritor que aprenda a reconocerlos evitará cometerlos en su prosa. Leer lo malo para no reproducirlo. Leer lo bueno para imitarlo.

Si no te diviertes no sirve de nada. Vale más dedicarse a otra cosa donde puedan ser mayores las reservas de talento, y más elevado el cociente de diversión.

Debido a la extensión del artículo, aquí cierro este pequeño análisis que continuaré el próximo domingo. Espero que la lectura haya servido para conocer algunas de las reglas de la escritura, así como la opinión que los escritores consagrados tienen sobre las mismas.

Independientemente de que nos gusten los relatos de Stephen King, se trata de un autor magistral con una creatividad terrible. Novelas tiene muchas y estoy seguro de que muchos de vosotros habéis leído alguna… ¿me equivoco?

Rubén Darío: el embajador del modernismo

Antigua Avenida Roosevelt hacia el lago, Managua. - kroons kollektionDe Félix Rubén García Sarmiento, más conocido como Rubén Darío, se ha escrito y hablado mucho. Es una de las figuras más destacadas de la poesía moderna; aquel que supo reinventar la literatura en unos años tan convulsos como el final del siglo XIX y el principio del XX, y difundir sus ideas a lo largo del continente americano y europeo, por lo que bien se le puede considerar el embajador del modernismo.

Este poeta nicaragüense nació en un pueblecito de Metapa. Corría el 18 de enero de 1867. Poco después, el neonato fue llevado a la cercana ciudad de León, conocida por ser la sede intelectual de Nicaragua merced a la famosa universidad que alberga. Quizá estos aires de erudición impregnaron la infancia de Rubén Darío, imbuyéndole la sabiduría y la creatividad que más tarde le caracterizaría.

En el año 1882 se embarcó hacia El Salvador, según se cuenta bajo la insistencia de sus amigos que intentaban evitar un matrimonio prematuro con una joven que el poeta había conocida en Managua. Dos años después regresaría a su patria, reanudando los amoríos con la mencionada muchacha. Por aquel entonces, el poeta ya se había iniciado en el verso alejandrino, que tan altas cotas de perfección alcanzaría gracias a él.

No se demoró mucho en su país de origen. En 1886 Rubén Darío se trasladó a Chile, donde se le abrieron las puertas del periodismo. Allí apareció un libro que más tarde se colocaría en los anaqueles de la historia. Se titulaba Azul…

Después de una visita a Nicaragua, Darío viajó nuevamente hacia El Salvador, donde se desposó con una joven de familia hondureña. La luna de miel sucedió simultáneamente a un golpe de estado, lo que incitó que el matrimonio abandonara el país. Se encaminaron hacia Guatemala y poco después a Costa Rica. En este último país nació el primer hijo del poeta.

Con apenas veinte años, Rubén Darío había recorrido ya varios países del continente americano. El momento de visitar Europa le llegó en 1892, cuando se embarcó hacia España coincidiendo con el IV centenario del descubrimiento de América. En el camino, hizo escala en Cuba.

A su vuelta, conoció la prematura muerte de su esposa y decidió casarse con su amor de juventud. Con ella se trasladó a Panamá. Posteriormente, siguió un periplo de viajes que lo condujeron hasta París y Nueva York, para recalar finalmente en Buenas Aires. En Argentina residió unos pocos años, liderando la nueva corriente modernista.

En 1898 viajó a España como corresponsal del diario La Nación de Buenas Aires. En el país europeo conocería a ilustres escritores y filósofos de la época. Incluso halló en Madrid la que sería su último amor.

La estancia en España le abrió las puertas de otros países de Europa Occidental. De esta forma, viajó por Italia, Bélgica, Alemania, Reino Unido y, por supuesto, Francia. Incluso se acercó también al Norte de África en 1903.

En 1906 se hospedó en Río de Janeiro para ir luego a Buenos Aires, donde comenzó a padecer los primeros síntomas de una enfermedad que terminaría siendo letal. Durante los siguientes años, este poeta errante hizo escala en Palma de Mallorca, Madrid o París y también en estados iberoamericanos como Honduras o su tierra natal: Nicaragua.

En 1910 estuvo en México y dos años después participó en una gira publicitaria, recalando en Uruguay y Brasil, entre otros. Con el reciente estallido de la Gran Guerra, Rubén Darío participó en conferencias pacifistas por Estados Unidos.

Rubén Darío falleció unos años después, en 1916 aquejado de un delirium tremens, producto de sus aficiones al alcohol. A pesar de tantos viajes, tanto ir y venir y tantos años en el extranjero, lo cierto es que la muerte se presentó ante Rubén Darío en la mismísima Nicaragua, su tierra natal.

Como último ensalzamiento hacia este genial poeta, hay que revelar que la ciudad que le vio nacer, Metapa, cambió su nombre al de Ciudad Darío. Ocurrió en el año 1920 y fue el mejor galardón para un escritor de su categoría.

Iraultza Askerria

Cándido o el optimismo de Voltaire

CandidoEn este cuento filosófico que ahonda en el destino del ser humano en La Tierra, acompañaremos a un esforzado joven, cuyo nombre describe a la perfección su personalidad: Cándido. Un héroe que resulta una combinación explosiva entre el pícaro y torturado Lazarillo de Tormes y el audaz y bizarro Amadís de Gaula, y cuyas aventuras y desventuras nos obligarán a seguirle  con ferviente curiosidad y admiración.

No en vano, Cándido representa un ser inocente y puro en un mundo ciertamente crudo y tortuoso; en donde sus pensamientos sobre el optimismo son invulnerables a pesar de cuantos sufrimientos, pesares y oprobios padece. Un joven enamorado y valiente que recorre prácticamente todo el mundo conocido -desde Alemania hasta Turquía, pasando por Perú-, sin dejar de ser fiel a su filosofía y a su juicio.

Cándido no es más que un utópico personaje que se enfrenta a la horrorosa realidad con optimismo e inocencia, cualidades que utiliza su autor para tejer una sátira mordaz sobre la sociedad del siglo XVIII, y criticar, con afiladas razones, a la religión, el feudalismo y la truhanería del centenario de las luces. Todo en un viaje apasionante que nos remite a un desenlace agridulce, sin tapujos y con esclarecedora moraleja.

La obra fue muy polémica tras su publicación, un lejano año de 1759. Su autor fue un tal «señor doctor Ralph», tal y como vemos en la portada del libro original. Aunque el propio filósofo francés nunca lo admitió, Voltaire (François Marie Arouet) fue el verdadero escritor de la obra. Huelga decir que el sentido crítico del escritor francés, culminó una obra satírica que criticaba el supuesto optimismo histórico, promulgado por intelectuales como Leibniz, y cuyas máximas podían definirse con «todo sucede para bien» o «vivimos en el mejor mundo posible».

Como punto final a este mínimo artículo, me gustaría citar aquella magnífica frase de Horacio: “no vivió mal aquel que, al nacer como al morir, pasó inadvertido”.

Iraultza Askerria

El rayo de luna de Gustavo Adolfo Bécquer

Tramonto - yokopakumayokoQuizá, El rayo de luna sea la leyenda más conocida de Bécquer. Tal vez se haya convertido en un relato tan popular debido al tema recurrente que abarca: «amor ideal» o, mejor dicho, el «desengaño originado por el amor ideal». Creo que todos, y especialmente en la adolescencia, fraguamos en nuestro mente un amor idílico, platónico, que en forma de mujer o de hombre adquiere todos los canones de la perfección: belleza, inteligencia, simpatía. Concebimos el idea de una mentira que perseguimos tercamente.

Ya en el inicio de la susodicha leyenda, Bécquer nos advierte de dicha realidad:

Yo no sé si esto es una historia que parece cuento o un cuento que parece historia; lo que puedo decir es que en su fondo hay una verdad, una verdad muy triste, de la que acaso yo seré uno de los últimos en aprovecharme, dadas mis condiciones de imaginación.

El propio autor reconoce, dado sus virtudes de creatividad lírica, que él es uno de los primeros en tropezar con la impenetrable roca de la idealización amorosa, una y otra vez, golpe tras golpe. Sin embargo, desgraciadamente, será de los últimos en aprender de esos errores. Si es que acaso consigue aprender algún día.

Quizá por ello, el poeta sevillano deja escapar en el apoteósico final toda la rabia, la frustración y la impotencia del desencanto:

Cántigas…, mujeres…, glorias…, felicidad…, mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué? Para encontrar un rayo de luna.

La lección que aprende Manrique, el protagonista de la leyenda, sobre la desilusión y el amor ideal es algo que todos nosotros aprendemos tarde o temprano. Desde mi punto de vista, no se trata de una experiencia amarga ni dura. Sencillamente, el amor ideal no existe; el amor perfecto es un fantasma vano que formamos en nuestra imaginación. Si el amor fuese perfecto, si nuestra pareja lo fuera, el sentimiento sería monótono e insulso; porque las pequeñas imperfecciones hacen del amor algo maravilloso, algo espléndido, algo por lo que —yo, al menos— daría mi vida.

¡Contenido extra!

Bécquer ostenta uno de los pedestales en mi panteón de poetas. Su influencia es clara en muchas obras mías, y asímismo, son abundantes las referencias que de él hago en mis textos. El libro de relatos «Rayo de luna» es un ejemplo claro de este influjo, porque dicha obra, además del título, comparte multitud de homenajes a las Rimas becquerianas. De hecho, el prólogo del libro comienza con el final de la leyenda El rayo de luna.

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