¿Por qué escribimos? II

It's not about demographics, it's about productivity growth! - JFabra

En el anterior artículo, desvariaba abiertamente y sin tapujos sobre las razones que nos motivaban a escribir. Repasaba varios puntos como la necesidad de imitar a los genios que leemos o reproducir las experiencias que nos consumen por dentro. También hablaba de la escritura como una vocación, un pasatiempo personal tan válido como quien colecciona minerales o gusta de cazar palomas. Además, razonaba como el escritor vivía de la aceptación de sus lectores, sin los cuales es incapaz de seguir adelante.

Pero pienso que la respuesta a “¿por qué escribimos?” es tan amplia como variopinta, y cada autor podrá redactar un tomo entero como contestación a dicha cuestión. Cada alma lírica es un universo y cada cual sabrá las razones por las que se dedica a escribir.

Yo intentaré desentrañar las mías.

Dinero

Sinceramente, dudo que haya algún escritor de arte que escriba por mero dinero. Aunque los autores de best-seller ganen una millonada en concepto de ventas, estoy seguro de empezaron a escribir novelas por vocación, porque se lo pedía el alma.

Creo, además, que quien escribe de una forma regular, holgada y esforzada termina convirtiendo en profesión lo que al principio era una vocación. No se escribe por dinero, pero escribir puede ayudar a conseguirlo.

De hecho, uno de los sentimientos más enriquecedores es poder materializar en patrimonio lo que en verdad nos gusta: escribir. Si bien, nunca seremos multimillonarios con nuestros textos, es muy posible que nos dé para vivir.

Entendimiento

Porque escribir, en la inmensidad inimaginable de todos los espacios, es todavía la mayor de las aventuras.

Robert Coover

Dijo Sócrates aquello de “conócete a ti mismo”. El ser humano, como ser emocional, siente dudas existenciales a lo largo de toda su vida, dudas que carcomen profundamente tanto el alma como la cabeza del elegido. Afortunadamente, el mero hecho de escribir ayuda a desentrañar las vacilaciones y recobrar la seguridad en uno mismo.

Escribir es una forma de entender la naturaleza y saber cuáles son los sentimientos del alma humana. Pienso que la escritura no es más que una lectura analítica, donde la razón se empapa de sabiduría. Puesto que todo el conocimiento del ser humano, todas las ideas, se transmiten bien con iconos o con palabras, escribir es el puente para desempolvar dicha sabiduría.

Se puede decir, en definitiva, que escribo para entenderme a mí mismo y para entender al mundo. Posiblemente, nunca consiga ni lo uno ni lo otro, razón por la que seguiré escribiendo toda la vida.

Supervivencia

Pienso que el nivel de empatía de los escritores es tan inmenso que son incapaces de guardarse sus propios sentimientos. O cuentan lo que sienten o explotan. Para ellos escribir es la necesidad de mantenerse vivos, casi tan importante como el dormir o el comer.

Esta razón, imperecedera y real, está firmemente asociada al deseo de escribir. Es una necesidad anhelada, una adicción de la que ningún autor puede desprenderse. Moldear las palabras, reproducir los eventos, hacer magia con las vocales y las consonantes. Todo ello para no morir en el vano intento de vivir.

Escribir es nuestra razón de ser y, por tanto, nuestra vida.

Escribo para ser yo misma y para hacer que mi pueblo exista

Mircea Dinescu

Pero, en resumen, ¿por qué escribo?

A lo largo de estos dos artículos he pretendido desnudar mi alma en un intento, casi categórico, de responder a dicha pregunta. Han brotado las siguientes palabras clave: imitación, aceptación, vocación, dinero, entendimiento y supervivencia. Ahora llega el momento de olvidarse de la filosofía más académica para hablar de mí y de mi literatura, con la mayor de las franquezas.

Escribo para no quedarme tonto. De hecho, si llevo unos pocos días sin escribir, noto como mis pensamiento se ensucian, las palabras se entorpecen en mis labios y soy incapaz de razonar. El proceso de escribir es un mecanismo para excitar mis neuronas y mi cerebro; sin él, me atrofio. No hay sensación más frustrante que sentirse inútil, y esa impotencia aparece cuando no escribo.

Escribir es además la única herramienta que tengo para buscar la eternidad, aunque sea una eternidad insuficiente o imposible. La mera reflexión de saberme un ser caduco, con los días contados, me desespera, me enloquece, y de esta manera, busco en la literatura una firma que trascienda a mi lápida.

La escritura me permite además servir de memoria, tanto individual como colectiva. En mis textos, escritos a lo largo de los años, se esconde una parte de mi vida y de la de mi entorno, unos recuerdos que, una mente olvidadiza como la mía, sólo puedo inmortalizar al escribirlos. Es por eso que, al leer viejos textos, evoco vívidamente episodios pasados de este universo que comparto con vosotros.

Finalmente, tengo que hablar del placer que me produce la escritura. En parte es uno de las goces más completos. Escribir es la satisfacción de crear escenarios, paisajes, ambientes, mundos, universos y vidas; algo así como una paternidad, como la sensación de ser padre y sentirse orgulloso de sus hijos. La escritura produce en mí un placer solitario, casi onanista, que solo puedo compartir, mucho tiempo después, con mis lectores.

Iraultza Askerria

Pautas para escribir una novela

23 de Abril - Día del Libro. - Julio  Codesal Santos

Yo no soy quién para decir cómo se debe escribir un libro. De hecho, posiblemente, sea el más irregular de los escritores y en el que menos se puede confiar. En cualquier caso, estoy seguro de que el mundo está repleto de autores mucho más constantes y laboriosos que yo, que podrán encontrar en la teoría literaria las pautas a seguir para desarrollar una novela.

1. Preliminares

Bajo este subtítulo quiero agrupar el desarrollo de la idea inicial de la novela. No ha de ser ni el final ni la trama compleja ni el desenlace ni las escenas estructuradas. Basta un pensamiento nimio, un razonamiento fugaz, una idea que podría atender a:

  • la imagen de un ambiente, como un bar atestado de gente, un cementerio donde sucede un asesinato, etc
  • la caracterización de un personaje, que no tiene porque ser el protagonista
  • una sucesión de escenas sin un claro trasfondo: pelea callejera, persecución automovilística, detención policial, fuga de una cárcel…

Una vez tengamos la idea, por vaga que fuera, hay que proceder a transformarla en concepto. Una investigación alrededor de dicho concepto ayudará a consolidarlo. Ver películas, leer libros, pasear por escenarios similares, hablar con personas de un perfil parecido al de nuestros protagonistas nos ayudará considerablemente. Luego será necesario condensar tanta información en escenarios, episodios y personajes.

Tras un duro sondeo, la ideal inicial se habrá convertido en un concepto argumental.

2. El hilo argumental

¿Cuál va ser la estructura narrativa de la novela? ¿Podemos utilizar un narrador omnisciente o es mejor emplear un narrador protagonista que se explaye emocionalmente durante la trama? ¿Podremos hacer uso de la técnica literaria in medias res o conviene limitarse al tradicional ab ovo? Ahora es un buen momento para responder a estas preguntas.

Cualquier historia gira alrededor de un conflicto que, por regla general, se opone al objetivo del protagonista. En las novelas clásicas podemos hallar algunos conflictos como “protagonista contra la naturaleza”, “protagonista contra lo sobrenatural”, “protagonista contra personaje” u “protagonista contra uno mismo”. Este último conflicto quizá sea el más difícil, y sólo algunos grandes autores como Oscar Wilde han sabido llevarlo a cabo con toda genialidad.

Queda la pregunta más difícil de responder: ¿cuál es el tema de la novela? La venganza, los celos, el amor, el crimen, el conocimiento, el orgullo, la supervivencia, el egoísmo son sólo algunos de los más utilizados. Es común que en una novela interfieran diferentes ejes temáticos.

Una vez respondidas dichas cuestiones, no queda más que resumir el hilo argumental, así como las escenas y los detalles más trascendentales. En definitiva, en este punto redactaríamos el primer guión, que no ha de ser, para nada, un férreo manual que seguir a rajatabla.

3. Los personajes

Sobre los personajes he publicado algunos artículos específicos, intentando abarcar la importancia de los mismos, como evitar errores y pequeños trucos para no olvidarnos de ellos. Los personajes hay que mimarlos durante la novela, porque son los verdaderos artífices de la historia.

Como regla ineludible, un personaje tiene que ser equilibrado. Ni en la vida real ni en la ficción los hay muy buenos ni muy malos. Tener clara esta limitación hará que los protagonistas y antagonistas tengan una personalidad real y acabada. Los defectos son tan vitales como las virtudes.

Una vez se dispongan los personajes, hay que entrar en su mente. Conocerlos, tocarlos, comprenderlos. Saber cada uno de sus movimientos, reacciones y características. Es, probablemente, el trabajo más peliagudo antes de entrar de lleno con la escritura de la obra, pero también el que más beneficios rendirá a la hora de la verdad.

4. El ambiente

Desarrollado el hilo argumental y los personajes de la trama, sólo queda pendiente diseñar los escenarios de la historia. Hay novelas donde el ambiente es mucho más importante que sus protagonistas. No hay que desdeñar la repercusión del escenario.

El primer paso es visualizar en la mente el lugar donde se desarrollará el argumento. La ambientación parte por dos preguntas clave: dónde y cuándo. Ciudades, pueblos, estilos arquitectónicos, interiores, climas, contingencias sociales, noches, mañanas, costas, paisajes extranjeros, comunicaciones, contexto histórico… Los detalles a tratar son innumerables.

El ambiente es perceptible tanto por los personajes como por los lectores. Consecuentemente, no vale centrarse únicamente en la vista; los sentidos del oído, el olfato, el tacto y el sabor son harto importantes. Sirva de muestra la novela El perfume, donde los aromas describen constante y grandemente los pasajes de la obra.

5. Y ahora ponte a escribir

Habiendo resumido la trama, los personajes y los ambientes, queda lo más difícil: escribir. No obstante, si se siguen las pautas anteriores, el proceso de escritura será más llevadero.

No olvides diseñar tu propio espacio para escribir y programar unas horas del día para dedicarte a ello. Si consigues transformar la escritura en hábito, no habrá nada que pueda obstaculizar la consolidación de tu novela. Ni de la primera ni de la última.

Espero que este pequeño tutorial tenga alguna utilidad para quiénes, con una idea en la mente, no sepan como desarrollarla. La literatura no es una ciencia de principios irrefutables, pero asimilar ciertas reglas permitirá llevarla a cabo con mayor facilidad.

Iraultza Askerria

¿Por qué escribimos?

Colección visual de caligrafía - Silvia Cordero Vega

Hay una cuestión, imperecedera, genuina y constante, que sobrevuela la mente de cualquier artista dedicado a la literatura. ¿Por qué escribimos los escritores? ¿Por qué? ¿Cuál es el motivo intrínseco que nos impulsa a sobrellevar una carga tan pesada con los sentimientos de nuestros protagonistas? ¿Qué hace que amemos tanto la soledad de un escritorio y la ardiente intimidad de la bombilla de un flexo? ¿Cómo es posible que un ser humano tenga tanta disposición, tanta ansia, tanto deseo de estampar palabras y pensamientos sobre una lámina de papel blanco?

¿Dinero? ¿Fama? ¿Vocación? ¿Sosiego? ¿Comprensión? ¿Sabiduría? ¿Compañía? ¿Ética? ¿Moral? ¿Mera fatalidad del destino? ¿Simple encuentro con uno mismo? ¿Desmesurado orgullo? ¿Tímido hastío con la realidad? ¿Exceso de demencia e imaginación?

Las respuestas son muchas, tan variables como agotadoras, y cada escritor, cada novelista, cada poeta podrá esgrimir su propia explicación. Lo cierto es, que sea cual sea la contestación, no es una respuesta fácil. Sin embargo, voy a intentar aclarar esta histórica pregunta desde la experiencia personal, simplemente, por el mero deseo de desnudarme ante vosotros.

Escribo porque hay alguna mentira que quiero dejar al descubierto, algún hecho sobre el que deseo llamar la atención.

George Orwell

Imitación

La mayoría de los escritores no nacen de escribir, nacen de leer. Las lecturas ininterrumpidas, como un virus, malsanas, resultan contagiosas para la mente humana, y así como el Quijote se sintió tentado de reproducir las aventuras caballerescas que devoraba en su biblioteca, los escritores necesitan simular lo que leen. De esta manera comienza un escritor: leyendo.

Tras tantos años dedicados a la lectura y a la escritura de todo tipo de libros, me doy cuenta de que los autores imitados forman una larga lista: Homero, Vladimir Nabokov, William Shakespeare, Gustavo Adolfo Bécquer, John Ronald Reuel Tolkien, Stephen King, etc. Fueron los maestros remotos, los examinadores ausentes de las viejas glorias de un niño extraviado, los incitadores de la inspiración.

Pero el escritor no sólo emula a los genios que lee. Existe algo mucho más sereno, íntimo y portentoso: la simulación de la propia realidad. Reproducir las experiencias, los sentimientos, lo que vemos, oímos, tocamos, olemos y saboreamos. Posiblemente sea ésta una de las razones más primigenias por la que el escritor escribe.

Escribo para contar mi realidad, para narrar los episodios de mi mundo único, para desempolvar recuerdos, para hablar de mí, de ti, de nosotros, de ellos y de cuanto me rodea.

Vocación

Pero hablando en plata y con la franqueza más objetiva, nosotros, los escritores, escribimos porque nos gusta. Otras respuestas no son más que filigranas y ornamentos para volver ostentoso y genial este simple motivo.

Escribir es una vocación, un pasatiempo, un hobby, un acto donde se sustenta la comodidad y la calma del autor. Emborronar de palabras la imaginación es la droga que nos mantiene sonrientes, el ocio en el que se extrapolan nuestros placeres.

La vocación de contar historias, la vocación de escribir finales, la vocación de jugar con vidas de hombres y mujeres que no existen, la vocación de regodearse con algo que sólo es nuestro, la vocación de originar multiversos en nuestra mente inmensa.

Escribo porque me gusta, escribo porque cuando lo hago el mundo se detiene a cada palabra que anoto y se alivia con cada coma y se enternece con cada adjetivo y actúa con cada verbo. Ser dios y escritor es casi lo mismo.

Escribo porque es lo mío.

Aceptación

Pienso, y lo pienso desde el pecado, que los escritores somos especialmente orgullosos. Nuestra vanidad roza la egolatría diría yo. Firmamos nuestras obras con una meticulosidad propia de quien se cree eterno. Quizá una dura referencia a la complejidad mortal del ser humano, empeñado en trascender su propia muerte.

Sea como fuere, el artista, y de esta manera, el escritor busca la incansable admiración del lector, que la fama romana expanda los rumores de su literatura de un lado a otro de los continentes. La consagración del artista, la popularidad del inventor de cuentos, un sueño perseguido, en mayor o menor medida, por los escritores de a pie que, llanamente, necesitan ser aceptados por la sociedad.

Porque al ser humano le encanta ser el centro del mundo y captar la atención de los demás. Muchos lo consiguen con la especulación, con la seducción, con la competitividad, con la simpatía… pero otros desgraciados, como los escritores, sólo pueden alcanzar la fama con una herramienta tan prosaica como la literatura y ser aceptados en un mundo cruel, meramente, por lo que escriben.

Escribo para no ser escrito.

Rodolfo Enrique Fogwill

Por temor a que este artículo se alargue en demasía, voy a dar por finalizada esta primera parte, esperando publicar la continuación en unas pocas semanas. Hasta entonces que decir tiene que cualquier respuesta a la pregunta ¿por qué escribimos? será bienvenida. Sin duda, las opiniones y puntos de vista serán incontables.

Iraultza Askerria

Falta poesía, sobra miedo

faltpoesiasobremiedoCaminaba yo a las siete de la mañana por la calle, pensando en lo poco que había dormido y en lo mucho que no había escrito, cuando de repente, en una esquina desconocida y asombrada de sombras, divisé unas letras de color rosa. Rezaban lo siguiente:

Falta poesía sobra miedo

Me detuve un instante y observé el pétreo muro conmovido por la emoción. En su pared desconchada el fino trazo de una musa se deslizaba dispuesta a sembrar una revolución. Pero en la calle nadie se había percatado del eslogan; el mundo giraba agobiado sin un momento para detenerse a mirar el cielo.

Falta poesía sobra miedo

Resonaban los vocablos en el interior de mi cabeza, encadenando tras su eco un recóndito vaivén de palabras y pensamientos.

Sobra miedo… ¿Miedo? Miedo a perder un trabajo ingrato, miedo al embargo de una casa hipotecada, miedo a que la esposa sea infiel, miedo a que el marido regrese borracho tras el partido de fútbol, miedo a que el niño suspenda las asignaturas impuestas por un gobierno nada intelectual, miedo a que la muchacha pierda la virginidad con quince años, miedo a la muerte que es la vida, miedo a la propia vida, miedo a la charla, miedo a ayudar, miedo a preguntar y a responder, miedo a leer y miedo a escribir, miedo a mirar y miedo a escuchar, miedo a los animales y a los seres humanos, miedo a la verdad y miedo a la mentira, miedo a la inseguridad y a la policía. Miedo en un mundo gobernado por el miedo.

Falta poesía sobra miedo

Falta poesía, ¿qué es poesía? Y entonces sí, afloran las respuestas. Poesía eres tú. La poesía no la entiende ni dios. La poesía no sirve de nada. Pero sí, poesía eres tú; hagamos poesía porque falta poesía. ¿Dónde quedaron Lorca y Bécquer? ¿Quién traducirá a Shakespeare o a Baudelaire en los años venideros? ¿Habrá otro bello navío iluminado por un rayo de luna. ¿Quién conoció a Hernández? ¿Y a Aleixandre? ¿Y a Darío? No, no hablo del rey persa. Y dime, ¿serás tú el próximo caudillo lírico capaz de luchar contra el miedo de la gente? ¡Salid poetas y con sonetos componed barricadas! ¡Salid y con rimas proclamad libertades! El poeta en la calle, el poeta en la revolución, el poeta que habla porque no le asusta leer lo que escribe.

En todo esto pensaba yo, a las siete de la mañana de un lunes, cuando eché a correr hacia la estación ferroviaria por miedo a perder el tren. En el vagón leí algún poema de Machado, pero por miedo a saltarme la parada abandoné la lectura a los pocos minutos. Llegué a la oficina pensando en como culminar aquel soneto que había dejado a medias y al llegar a mi despacho me atiborré de dos cafés por miedo a quedarme dormido en mitad de la jornada. En ese instante, cuando la cafeína activaba el sistema nervioso, me percaté de que aquel anónimo rebelde tenía razón.

Falta poesía sobra miedo

Incluso a los poetas nos sobraba el miedo.

Al día siguiente pasé por la misma calle a la misma hora. Me percaté de que aquel verso había desaparecido. Supongo que algún empleado a cargo del ayuntamiento había borrado la poesía por miedo a perder su trabajo.

Sirva este pequeño artículo como recuerdo de aquella efigie borrada.

Falta poesía sobra miedo

Iraultza Askerria

La sencillez de la escritura

“ —Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: ‘Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa’.
El alumno escribe lo que se le dicta.
— Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno después de meditar, escribe: ‘Lo que pasa en la calle’.
—No está mal —dice Mairena”.

Antonio Machado

Dia 100: Frases vienen y van - Angel ArconesAntes de comenzar, hay que tener clara una cosa: los escritores escriben para que los lean. Pueden ser leídos por el prójimo, el amante, el amigo, el padre o la madre, o incluso, por el escritor mismo. Pero escriben para que los lean. Punto.

El texto escrito y abandonado por el lector es una aguja en el corazón del escribano, una verdadera tortura. Ahora bien, ¿cuáles son las razones para que una obra sea relegada al olvido? ¿Qué motivos interfieren en la valoración positiva de los lectores? Aunque respuestas hay muchas, existe una regla general para cualquier tipo de texto: la escritura debe ser sencilla y refinada.

La peligrosa complejidad del autor novel

Aunque sobre este capítulo se podría escribir un largo ensayo (y más admitiendo los derroches literarios de este servidor), intentaré resumir la idea principal: los escritores principiantes tienen a excederse con la literatura.

El autor novel, en vez de aprender utilizando formas simples y sencillas, se embarca en un cúmulo de retórica, sobrecargada de metáforas y kilométricas frases subordinadas. El catálogo de palabras cultas se desborda en extensas descripciones prácticamente indescifrables para el lector. El desdichado, incluso, tiende a ahogarse entre tanta lírica forzada.

Otro riesgo de los autores noveles, siendo yo la primera representación de este fracaso, es su facilidad para imitar a los escritores consagrados sin comprender en absoluto la técnica de estos. Consecuentemente, brota una prosa tan amanerada, tan impersonal que duele incluso leerla.

El autor novel debe, simplemente, buscar su propia escritura olvidándose de fórmulas complejas, extensas manifestaciones poéticas o descripciones que no se acercan ni un ápice a la realidad. Sencillez, pureza y franqueza es lo primordial en las obras iniciales.

La ficción: historia legible y con ritmo

¿Qué busca un lector? Sencillo: una historia que lo enganche, una narración que en verdad cuente algo, una trama que lo atrape desde el principio hasta el final, incitando que su imaginación se dispare.

¿Y cómo lograrlo? Sencillo: olvidándose de engorrosas estructuras gramaticales, de oraciones largas, de metáforas redundantes y de sustantivos adjetivados como una profusión de maquillaje barato. Sin una transparencia, sin una claridad en la redacción, la trama se convertirá en un infierno. La sencillez es una necesidad para que el lector se sienta atraído por la narración.

Se puede decir que escribir bien significa ser eficaz a la hora de contar una historia, eficacia que únicamente se logra cuando el narrador se hace entender. La ficción no busca deslumbrar con un lenguaje sobrecargado, sino todo lo contrario. La belleza de la literatura es bella, sólo, cuando se comprende.

Lenguaje natural, el lenguaje sencillo

El arte es imitación de la naturaleza. Este es un concepto arraigado en la civilización humana desde hace milenios. La literatura persigue este axioma irrefutable: el arte es natural, sencillo, refinado; no enrevesado, complicado u ostentoso.

Un estilo natural siembra fidelidad, confianza y certeza. Incluso surte un efecto de persuasión sobre el lector, que se traduce en una lectura más profunda y leal. El que lee no quiere encontrarse frente a un texto legal, como una doctrina judicial o una constitución. Busca algo más cercano, más puro y espontáneo. Algo, en definitiva, más sencillo de leer.

Una narración menos natural, inspirada en la artificiosidad y la búsqueda de un lenguaje retórico y metafórico, trae consigo la suspicacia por parte del lector. Lo recargado resulta fingido. El ornato parece una mentira; excusa para ocultar los defectos. El lector lo sabe, y por ello, se sentirá menos apegado a leer semejante parafernalia.

El lenguaje literario tiene que ser natural: tono directo, secuencia clara, ideas nítidas. Entonces la historia podrá ser leída. Para lograr esta naturalidad, sin artificios, sin fingimientos, el texto ha de ser sencillo.

La sencillez de la literatura

Como tal, la literatura es un arte especialmente fácil de comprender y de divulgar. Desgraciadamente, escribir con un estilo sencillo y natural, obviando cualquier tipo de retórica exagerada, es una de las tareas más arduas a las que un escritor se enfrenta en su carrera.

Ciertamente, pocas cosas hay más difíciles que la simplicidad. Pese a todo, se debe escribir aceptando la premisa de la sencillez. De no hacerlo, el texto será tan alambicado que ni el propio autor podrá tragarlo años después de la redacción.

El gran escritor es aquel que dota de fluidez sus textos, haciéndolos legibles y diáfanos para toda la humanidad.

Iraultza Askerria

El arte de revisar textos: ahora sí… ¡a revisar!

Serie Alfabetos 2002 - Silvia Cordero VegaEn el artículo anterior sobre el arte de revisar textos hacía una división, inquebrantable, de los procesos de redacción y revisión. La conclusión es bien sencilla: primero se escribe, luego se revisa. Nunca hay que llevarlas a cabo simultáneamente.

En el texto precedente explicaba algunos consejos o pautas a seguir durante el proceso de escritura de la novela o el relato en cuestión. Los siguientes consejos están orientadao tras finalizar el primer borrador de la obra. Es entonces cuando comienza el verdadero, tenaz, insoportable y agotador trabajo de corrector.

Ahora nos adentraremos en esta dura faena. Esperemos que salgamos ilesos.

Revisa la novela un año después de finalizarla, no antes

Paciencia, paciencia, descansa, descansa, relájate, haz un viaje y olvídate de cuanto haz escrito durante los meses pretéritos. Antes de iniciar el proceso de revisión, el autor tiene que realizar un esfuerzo considerable y quitarse de la memoria a personajes, escenarios, situaciones, etc. Olvidarlo todo. Sufrir amnesia literaria podríamos llamarlo.

¿Por qué? Porque los escritores tenemos una memoria selectiva para nuestros escritos. Consecuentemente, en vez de leer el texto escrito, leemos aquel que está introducido en el cerebro. Por eso, antes de iniciar la revisión de la novela hay que dejarla reposar un tiempo… puedes ser varios meses… un año. Todo depende del tiempo que hayamos invertido en la redacción de la obra y cuan absorbidos estemos por ella.

Mientras tanto, hay que aprovechar la espera para escribir otra novela.

Utiliza el corrector ofimático

Antes de adentrarse en la tediosa tarea de revisión, conviene utilizar los mecanismos que la informática ha puesto a nuestro alcance. Tanto LibreOffice Writer como Microsoft Office Word incorporarán un corrector gramatical y ortográfico decente. De hecho, lo mejor es utilizar los dos.

Con sus sugerencias se pueden subsanar muchísimos errores: falta de tildes, carencia de diéresis, palabras en minúsculas, puntuación incorrecta, doble separación entre palabras, etc. Revisar el borrador de la obra con estas herramientas puede llevar un día entero, pero el tiempo invertido merecerá la pena.

Un último consejo: nunca antepongas la sugerencia de la máquina a tu propia disposición. El humano siempre es más sabio que el ordenador.

Ponte siempre cerca un diccionario

Cuando digo un diccionario, digo un diccionario de verdad, no valen las enciclopedias en línea. No es que las primeras sean mejor que las segundas o viceversa, para nada. Es una forma de crear presión, de insistir. Cualquier palabra que suponga un ápice de duda, por pequeña que sea, hay que buscarla inmediatamente en el diccionario, y tener uno cerca sirve como medida de control. Te sorprenderán las cantidad de términos que usamos equivocadamente pensando que conocemos su significado correcto.

Igualmente, se recomienda el uso de un diccionario de sinónimos. Ahora bien, hay una regla inquebrantable que ningún escritor debe olvidar: una vez encontrado un sinónimo, búscalo prontamente en el diccionario de definiciones.

Has un desglose de las palabras más utilizadas por secciones o capítulos

Las repeticiones de palabras y frases son muy comunes en el primer borrador de la obra. Si estas reiteraciones ocurren espaciadamente no hay ningún problema. Por el contrario, si los términos se repiten en la misma página o aún peor en el mismo párrafo, conviene modificarlas con ideas afines.

Para saber las palabras que más se repiten en un texto, utilizo una herramienta web que hace un desglose de las más utilizadas. Es muy sencillo de usar y permite saber rápidamente cuáles son los términos más repetidos o si se están empleando justamente los sinónimos.

En este artículo, por ejemplo, las palabras más explotadas son las siguientes (se excluyen preposiciones y artículos):

  • revisión
  • texto
  • obra
  • diccionario
  • palabra
  • novela
  • borrador

Primero lee el texto, después escucha el texto

Un borrador hay que leerlo varias veces para encontrar cada una de las faltas que contenga. Sin embargo, la última revisión no pasa por una lectura del texto, sino por una escucha del mismo. Léelo en voz alta, o aún mejor, deja que otro lo lea.

Particularmente, utilizo herramientas informáticas que leen el texto automáticamente. La voz no es precisamente dulce y armoniosa, pera la entonación es más que correcta y permite revelar carencias y errores.

Recomiendo esta práctica insistentemente.

No entres en el bucle infinito de la revisión

Para terminar, he de admitir una cosa: todo texto es susceptible de mejora, independientemente del número de revisiones a las que se haya expuesto. Por consiguiente, los autores tienden a obcecarse en una revisión infinita de sus textos, corrigiéndolos una y otra vez. Es un vicio que conviene erradicar.

Seamos sinceros: la perfección no existe, y nuestra obra tampoco lo será. Por eso, la revisión sólo es el paso intermedio para que la novela alcance su objetivo. Primero ser escrita, luego ser revisada y finalmente ser leída. Esa es la función primordial: incitar la lectura, y para llegar a allí no debemos revisar eternamente la obra.

Espero que estos consejos sirvan a cualquiera que se embarque en la corrección de una obra literaria. Asimismo, me gustaría pedir vuestra colaboración para saber qué metodologías usáis a la hora de revisar textos. Como siempre, cualquier tipo de aportación será bienvenida.

¡Contenido extra!

La revisión de textos es un proceso mucho más duro que la propia escritura. Una novela se puede escribir en tres meses con plena dedicación. Ahora bien, la revisión se puede alargar, sin ningún problema, durante tres años.
El ser humano es un animal que comete errores, muchos errores. No tiene que sorprendernos encontrar incontables fallos en nuestras novelas. Es normal y, lo mejor de todo, enmendable.
La revisión de un texto es como una vacuna, como una medicina, como una operación de larga convalecencia. Pero, en cualquier caso, algo necesario.
Con el tiempo, los autores aprenden a revisar los textos con tanta pulcritud, que ya no temen que la corrección se alargue durante años.

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Mientras escribo II

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Como ya avanzamos la pasada semana, seguimos con el análisis de la obra Mientras escribo de Stephen King, sintetizando brevemente algunos de los consejos que podemos encontrar en este manual para escritores iniciados.

El británico John Creasey, autor de novelas policiacas, escribió cinco mil novelas (sí, cinco mil) bajo distintos seudónimos. Yo he escrito unas treinta y cinco (algunas de extensión trollopiana) y se me considera prolífico, pero al lado de Creasey parezco un caso clínico de bloqueo.

Según su página oficial, John Creasey escribió 562 libros utilizando 20 seudónimos diferentes. 562 libros es una cantidad desproporcionada para cualquiera. John Creasey murió a los 65 años, por lo que suponiendo que aprendiera a escribir con 5, habría escrito ininterrumpidamente 9,3 novelas al año hasta el día de su muerte. No está mal… nada mal.

A pesar de todo, opino que la primera redacción de un libro (aunque sea largo) no debería ocupar más de tres meses, lo que dura una estación. Si tarda más (al menos en mi caso), empieza a quedar la historia como algo un poco ajeno.

No hay que tomarse los tres meses de King como una regla axiomática. En verdad, cada novelista tiene su propio ritmo a la hora de escribir. Lo importante es mantener una redacción fluida durante los 2, 5 o 12 meses necesarios para culminar el primer borrador.

Estar semanas sin escribir o unos pocos días puede menoscabar seriamente la trama; a veces incluso sin que el autor se percate de ello.

Me gusta hacer diez páginas al día, es decir, dos mil palabras. En tres meses son 180.000 palabras, que para un libro no esta mal.

No es mala cifra, no. Para hacernos una idea, la extensión de El Quijote es de 384.000 palabras. La extensión de Pedro Páramo, apenas 35.000. Stephen King cuantifica el trabajo diario en 2.000 palabras. Es una cantidad nada despreciable y aquí, un servidor, sólo alcanza esa cifra ocasionalmente.

Un escritor nobel debería tomarse metas mucho más sencillas como escribir 1.000 palabras al día. De esta forma, la novela seguirá su curso constante y siempre hacia arriba. En tres meses la novela podría estar terminada, suponiendo una extensión cercana a las 90.000 palabras (la traducción del El retrato de Dorian Gray ni siquiera alcanza las 80.000). No es muy recomendable que las primeras obras del autor sean especialmente largas.

La puerta cerrada es una manera de decirles a los demás y a ti mismo que vas en serio.

Escribir es una ocupación que exige una concentración plena. El ruido, las molestias, el teléfono, la vibración del móvil, el navegador de Internet…, por no hablar de los niños correteando por el pasillo. Cuando uno escribe, tiene que refugiarse en su mundo interior, cerrando la puerta a cualquier intruso.

Soy de las personas que necesitan un completo silencio para sumergirse en el mundo de la literatura. El mero pulsar del interruptor de la luz en la cocina (situada al otro lado de la casa), ya es motivo suficiente para distraerme. Consecuentemente, doy muchísima importancia a mi pequeño despacho: nadie entra si la puerta está cerrada y cualquiera que pase junto a ella debe tomar las precauciones necesarias para no importunar a un novelista delirante.

Yo trabajo con la música a tope (siempre he preferido el rock duro, tipo AC/DC, Guns’n Roses y Metallica), pero sólo porque es otra manera de cerrar la puerta. Me rodea, aislándome del mundo. ¿Verdad que al escribir quieres tener el mundo bien lejos? Claro que sí. Escribir es crearse un mundo propio.

Aquí entran en juego los gustos personales. Personalmente, prefiero escribir en un completo silencio, sin música. De hacerlo, las canciones pueden ejercer una enorme influencia sobre la redacción. El episodio puede llenarse de acción o de romanticismo si suena un corte duro o una empalagosa balada, respectivamente.

Para más inri utilizo tapones para los oídos. Me ayudan a aislarme del universo entero y cobijarme única y llanamente en la literatura.

La descripción arranca en la imaginación del escritor, pero debería acabar en la del lector.

Cuidado con el exceso de adjetivos, comparaciones, metáforas, etc. Las descripciones ayudan y son necesarias en la narrativa, pero hay que poner especial atención en no excederse. En última instancia es el lector quien se imaginará al personaje; él creará su perfil del protagonista. El escritor únicamente tiene que sentar las bases de esa fisonomía, pero jamás robarle al lector la oportunidad de crear su imagen particular.

Cuando se sufre un atasco imaginativo, el aburrimiento puede ser muy aconsejable. Mis paseos consistían en aburrirme y reflexionar sobre mi gigantesco despilfarro de páginas.

Es fundamental no forzar la imaginación. Si el episodio no avanza, si las palabras no fluyen, no insistas: cede. Tómate un respiro; detén un instante al caballo desbocado de la imaginación. Le falta resuello. Cuando el bloqueo mental nos impide continuar con la obra, es mejor aburrirse en tareas mundanas: limpiar la casa, pasear durante dos horas, incluso sentarse a meditar. El buen trabajador sabe cuando tiene que descansar.

Debajo de la firma del director, reproducida a máquina, figuraba a mano lo siguiente: «No es malo, pero está hinchado. Revisa la extensión. Fórmula: 2da versión = 1ra versión – 10%. Suerte.»

Stephen King menciona la recepción de uno de sus primeros trabajados por un editor profesional. La respuesta de este último no fue del todo mala: sólo le pidió aligerar la obra. Ocurre que, habitualmente, los escritores nos perdemos en nuestra creatividad concibiendo pasajes infinitos. Otras las descripciones se convierten en una amalgama de pomposo barroquismo, o los diálogos monólogos alternativos entre uno u otro personaje.

La solución es sencilla: aliviar la carga. No hay que tener miedo de resumir, compendiar o incluso suprimir. El borrador de una novela tiende a ser más largo que la edición final.

Escribir no es cuestión de ganar dinero, hacerse famoso, ligar mucho ni hacer amistades. En último término, se trata de enriquecer las vidas de las personas que leen lo que haces, y al mismo tiempo enriquecer la tuya. Es levantarse, recuperarse y superar lo malo. Ser feliz, vaya.

Stephen King termina Mientras escribo haciendo una alusión a un gravísimo accidente de coche que casi acabó con su vida. No murió atropellado por una furgoneta de puro milagro. La vida y la muerte son tan caprichosos que aparecen en los momentos más inesperados. Tristemente, somos mortales, y mortales moriremos.

Por esta razón, no hay que buscar en la literatura ni la fama ni la gloria. La prosa y la poesía son un vehículo hacia la felicidad. Esa es su verdadera función: hacernos felices a nosotros mismos y hacer felices a los lectores.

Mientras escribo

Al final de mis aventuras bebía cada noche una caja de latas de medio litro, y tengo una novela, Cujo, que apenas recuerdo haber escrito.

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Corría el año 2000 cuando Stephen King publicaba en ensayo mezcla de manual narrativo y autobiografía. En esta obra, el autor estadounidense desvelaba los quebraderos de cabeza de sus inicios como escritor, haciendo alarde, sin embargo, de un íntegro compromiso con la literatura.

Además, lejos de convertirse en unas memorias egocéntricas sobre la vida del autor, Mientras escribo es también un manual de instrucción para los escritores noveles. Aportando ideas llenas de sabiduría y recopilando un pequeño tutorial, Stephen King hace a la vez de narrador oral y simpático profesor.

Ahora ya sé qué significa estar borracho: una vaga sensación de buena voluntad, otra más nítida de tener casi toda la conciencia fuera del cuerpo, flotando encima como una cámara en una película de ciencia ficción y filmándolo todo, y por último el mareo, el vómito y el dolor de cabeza. No, me digo que esa gripe no volveré a cogerla, ni en este viaje ni nunca. Es suficiente una vez, sólo para averiguar de qué se trata. Repetir el experimento sería de imbéciles, y dedicar una parte de la vida a beber, de locos, locos masoquistas.

El libro bien puede dividirse en dos mitades, con la primera dedicada a las experiencias del autor y la segunda más orientada a una guía de iniciación a la escritura. En esta segunda sección voy a centrarme, citando el texto de Mientras escribo en un intento de resumir los consejos que en él podemos encontrar.

A veces se tiene la sensación de estar acumulando mierda, y al final sale algo bueno.

Ciertamente, un escritor sólo publica un porcentaje irrisorio de cuanto escribe. Decenas de poemas, relatos, cuentos, ensayos y novelas se quedan en el trastero de la cabeza, a veces con una forma vaga e indeterminada y otras con una configuración total.

Al igual que la vida, la mente del escritor cambia y evoluciona constantemente. Lo que uno escribió hace años puede quedar oculto para siempre. Otras veces, entre todos los papeles amontonados en el contenedor de la locura, se encuentra una obra maestra, un escrito que merece la pena. ¿Quién no ha hallado alguna vez un texto digno en ese cajón donde se amontonan papeles sin memoria?

Poner al vocabulario de tiros largos, buscando palabras complicadas por vergüenza de usar las normales, es de lo peor que se le puede hacer al estilo. Es como ponerle un vestido de noche a un animal doméstico.

Sobre todo el escritor nobel, debe dosificar el uso de cultismos, palabras desconocidas para la mayoría o complejas formas subordinadas. La lectura ha de ser sencilla; nadie leerá un manuscrito si eso supone un insufrible dolor de cabeza. Alejarse de las cursilerías, de los adjetivos ornamentales, de los trucos ostentosos y la pomposidad extrema es lo mejor que podemos hacer al escribir. Lo bueno si breve, dos veces bueno, y si sencillo, aún mejor.

La mejor manera de atribuir diálogos es «dijo».

Informó, manifestó, contestó, respondió, habló, interpeló… son posibles sinónimos del archiconocido “dijo” que abunda en cualquier texto de narrativa. Stephen King defiende el uso de este verbo y ciertamente, no hay palabra más indicada para la introducción de diálogos. Sin embargo, si bien “dijo” debería ser el término más utilizado, no debería ser el único. En la variedad se encuentra la verdadera belleza, y “dijo” no arrastra la misma emoción que otros verbos como “exclamó”, “gritó” o “suplicó”.

Si quieres ser escritor, lo primero es hacer dos cosas: leer mucho y escribir mucho. No conozco ninguna manera de saltárselas. No he visto ningún atajo.

Y no lo hay.

Tradicionalmente las musas eran mujeres, pero el mío es varón. Habrá que acostumbrarse.

Cuanto menos curiosa esta relación del autor con la inspiración. Si bien la mayoría de los mortales, quizá por cierta debilidad por el clasicismo griego, juega y crea con una o varias musas; Stephen King, por su parte, se deja agasajar por el “muso”, su musa masculina.

La mayoría de la gente se acuerda de cuándo perdió la virginidad, y la mayoría de los escritores se acuerdan del primer libro cuya lectura acabaron pensando: yo esto podría superarlo.

En este último punto, admito que los escritores somos unos engreídos, condenados a delirar en los textos que escribimos creyéndolos mejor que lo escrito anteriormente. Es el orgullo del artista, su mayor maldición.

Efectivamente, me vienen a la mente algunos libros cuya lectura me reveló que yo mismo podía haberlos escritos peor, aunque posiblemente me equivocaba. En cualquier caso, saber mejorar las obras de otros es una gran virtud que supone un conocimiento considerable del lenguaje y la escritura.

Leyendo prosa mala es como se aprende de manera más clara a evitar ciertas cosas.

No podría estar más de acuerdo. No hay que centrase exclusivamente en la lectura de obras maestras. También es necesario e interesante leer novelas mediocres de autores sin renombre.

¿Por qué? Alguno puede pensar que es una pérdida de tiempo. Lo cierto es que cualquier libro esconde cierta sabiduría, por escasa que sea. Además, la mala literatura exhibe errores garrafales. Aquel escritor que aprenda a reconocerlos evitará cometerlos en su prosa. Leer lo malo para no reproducirlo. Leer lo bueno para imitarlo.

Si no te diviertes no sirve de nada. Vale más dedicarse a otra cosa donde puedan ser mayores las reservas de talento, y más elevado el cociente de diversión.

Debido a la extensión del artículo, aquí cierro este pequeño análisis que continuaré el próximo domingo. Espero que la lectura haya servido para conocer algunas de las reglas de la escritura, así como la opinión que los escritores consagrados tienen sobre las mismas.

Independientemente de que nos gusten los relatos de Stephen King, se trata de un autor magistral con una creatividad terrible. Novelas tiene muchas y estoy seguro de que muchos de vosotros habéis leído alguna… ¿me equivoco?

Rubén Darío: el embajador del modernismo

Antigua Avenida Roosevelt hacia el lago, Managua. - kroons kollektionDe Félix Rubén García Sarmiento, más conocido como Rubén Darío, se ha escrito y hablado mucho. Es una de las figuras más destacadas de la poesía moderna; aquel que supo reinventar la literatura en unos años tan convulsos como el final del siglo XIX y el principio del XX, y difundir sus ideas a lo largo del continente americano y europeo, por lo que bien se le puede considerar el embajador del modernismo.

Este poeta nicaragüense nació en un pueblecito de Metapa. Corría el 18 de enero de 1867. Poco después, el neonato fue llevado a la cercana ciudad de León, conocida por ser la sede intelectual de Nicaragua merced a la famosa universidad que alberga. Quizá estos aires de erudición impregnaron la infancia de Rubén Darío, imbuyéndole la sabiduría y la creatividad que más tarde le caracterizaría.

En el año 1882 se embarcó hacia El Salvador, según se cuenta bajo la insistencia de sus amigos que intentaban evitar un matrimonio prematuro con una joven que el poeta había conocida en Managua. Dos años después regresaría a su patria, reanudando los amoríos con la mencionada muchacha. Por aquel entonces, el poeta ya se había iniciado en el verso alejandrino, que tan altas cotas de perfección alcanzaría gracias a él.

No se demoró mucho en su país de origen. En 1886 Rubén Darío se trasladó a Chile, donde se le abrieron las puertas del periodismo. Allí apareció un libro que más tarde se colocaría en los anaqueles de la historia. Se titulaba Azul…

Después de una visita a Nicaragua, Darío viajó nuevamente hacia El Salvador, donde se desposó con una joven de familia hondureña. La luna de miel sucedió simultáneamente a un golpe de estado, lo que incitó que el matrimonio abandonara el país. Se encaminaron hacia Guatemala y poco después a Costa Rica. En este último país nació el primer hijo del poeta.

Con apenas veinte años, Rubén Darío había recorrido ya varios países del continente americano. El momento de visitar Europa le llegó en 1892, cuando se embarcó hacia España coincidiendo con el IV centenario del descubrimiento de América. En el camino, hizo escala en Cuba.

A su vuelta, conoció la prematura muerte de su esposa y decidió casarse con su amor de juventud. Con ella se trasladó a Panamá. Posteriormente, siguió un periplo de viajes que lo condujeron hasta París y Nueva York, para recalar finalmente en Buenas Aires. En Argentina residió unos pocos años, liderando la nueva corriente modernista.

En 1898 viajó a España como corresponsal del diario La Nación de Buenas Aires. En el país europeo conocería a ilustres escritores y filósofos de la época. Incluso halló en Madrid la que sería su último amor.

La estancia en España le abrió las puertas de otros países de Europa Occidental. De esta forma, viajó por Italia, Bélgica, Alemania, Reino Unido y, por supuesto, Francia. Incluso se acercó también al Norte de África en 1903.

En 1906 se hospedó en Río de Janeiro para ir luego a Buenos Aires, donde comenzó a padecer los primeros síntomas de una enfermedad que terminaría siendo letal. Durante los siguientes años, este poeta errante hizo escala en Palma de Mallorca, Madrid o París y también en estados iberoamericanos como Honduras o su tierra natal: Nicaragua.

En 1910 estuvo en México y dos años después participó en una gira publicitaria, recalando en Uruguay y Brasil, entre otros. Con el reciente estallido de la Gran Guerra, Rubén Darío participó en conferencias pacifistas por Estados Unidos.

Rubén Darío falleció unos años después, en 1916 aquejado de un delirium tremens, producto de sus aficiones al alcohol. A pesar de tantos viajes, tanto ir y venir y tantos años en el extranjero, lo cierto es que la muerte se presentó ante Rubén Darío en la mismísima Nicaragua, su tierra natal.

Como último ensalzamiento hacia este genial poeta, hay que revelar que la ciudad que le vio nacer, Metapa, cambió su nombre al de Ciudad Darío. Ocurrió en el año 1920 y fue el mejor galardón para un escritor de su categoría.

Iraultza Askerria

El arte de revisar textos: durante el proceso de redacción

(7/52) Corregir - Irene ChaparroLa revisión de novelas, cuentos, relatos y demás ficciones es toda una vocación. No sólo se necesita un conocimiento expreso de gramática, ortografía y estilo, sino también nociones de historia, educación, política, ecología, industria y cualquier otra ciencia habitual, dependiendo de la ambientación de la obra.

Creo firmemente que la mayoría de los autores, escriben mal y revisan bien. Aquellos que escriben bien son simplemente los maestros de la literatura (uno de cada cien mil escritores, diría yo), y lógicamente, no soy uno de ellos. Los malos autores debemos aprender a revisar bien nuestro trabajo, para que al menos pueda resultar legible.

En los siguientes artículos intentaré abarcar fundamentos al respecto de la revisión de nuestras obras, textos y redacciones, un trabajo mucho más laborioso y aún más insoportable que la propia redacción. En este primer capítulo me centraré, sencillamente, en compaginar la revisión con la redacción del texto, dando a este último proceso mucha más importancia que al primero.

Escribe o revisa, pero nunca hagas las dos cosas

Un autor debe discernir entre dos acciones complementarias pero íntegramente diferentes: escribir y revisar. Escribir es una cosa y revisar otra. La segunda sigue a la primera, pero no deben ir de la mano, no deben sucederse simultáneamente.

Aquel que escribe un párrafo e inmediatamente lo revisa, ni escribe ni revisa. Simplemente, pierde el tiempo. Lo digo tan abruptamente porque lo he sufrido durante años. Hay que dejar que la pluma se deslice sin óbice. Después ya habrá tiempo para revisar, corregir, buscar sinónimos, asimilar significados, reconstruir tramas y anotar cualquier frase oportuna.

Haz una breve revisión de lo escrito el día anterior

Intenta revisar una o dos páginas escritas el día anterior. Esto te permitirá entrar en consonancia con el tono de la redacción y habituar la inspiración al momento narrativo, además de impulsar una pequeña corrección del texto, en la que es vital no demorarse mucho tiempo.

Se trata simplemente de un modelo a seguir para aclimatar la voz narrativa y que sirve, además, como una minúscula, breve y fugaz revisión. Así matamos dos pájaros de un tiro.

Anota instintivamente códigos de revisión durante la escritura de textos

Quizá complicada, pero una práctica muy recomendable. Mientras uno escribe le pueden acometer dudas y faltas: un sinónimo para esta palabra, cómo se escribe realmente el nombre de este médico escocés, a cuántos kilómetros esta Almería de Madrid, se acentúa o no se acentúa esta palabra y cuál es la maldita forma del pretérito pluscuamperfecto del verbo ser.

Lo más importante es no detenerse ante estas vacilaciones y seguir el curso de la escritura. En mi caso, he implementado lo que podríamos llamar un automatismo de códigos que me permite remarcar cada término dudoso para una futura revisión.

Por ejemplo, para cada palabra que necesariamente hay que corregir, suelo enfatizarla con un asterisco (*). Se puede lograr mayor precisión añadiendo códigos alfanuméricos, como los siguientes:

  • *o: duda ortográfica, de acentuación.
  • *g: duda gramatical, muy útil para determinados tiempos verbales.
  • *i: duda informativa, cuando se necesita recavar más datos sobre un personaje, un acontecimiento histórico, un producto de lavandería, una marca de ropa…
  • *d: duda de definición, para lo cual será necesario utilizar un diccionario en el futuro.
  • *s: buscar un sinónimo para la palabra en cuestión.

Un pequeño ejemplo para ilustrar este método:

Pisé el acelerador sin más preámbulos*d. El coche resurgió como un buitre en la carrera desolada. No había nadie: ni coches*s, ni rastro de vehículos ajenos, ni tan siquiera aquel Ferrari Testa Rosa*i del año 1986*i. Por ello, bajé las ventanillas y subí la radio a tope*s. La autopista se llenó de rock & roll.

En este caso, el escritor ha preferido seguir con la escritura sin pararse a revisar el verdadero significado de “preámbulos”, o buscar información sobre la forma correcta de escribir el modelo de ese Ferrari y su año de fabricación. Además, el autor también necesitará encontrar un sinónimo para un dicho tan vulgar como “a tope”, pero esta labor la realizará en otro momento, durante el periodo de revisión y corrección.

La revisión mensual

Como último consejo, recomiendo a los autores realizar una revisión completa a final de mes, pero sólo de lo escrito ese último mes. Nunca de la obra entera. Siguiendo este proceso el escritor clarificará sus pensamientos en torno a la novela, realizará anotaciones sobre personajes, acontecimientos o escenarios, aprovechará para modificar algún punto crítico del capítulo en cuestión, etc. Es importante no demorarse más de dos días en esta revisión mensual. Es sólo una revisión, no una corrección completa.

Si bien en este artículo he aportado pautas para revisar un texto alternándolo con la redacción y sin influir negativamente en ésta, en el próximo capítulo hablaré de consejos para corregir una obra ya finalizada.

Espero que estos trucos os sirvan de ayuda tanto como a mí.

¡Contenido extra!

La revisión de textos es un proceso mucho más duro que la propia escritura. Una novela se puede escribir en tres meses con plena dedicación. Ahora bien, la revisión se puede alargar, sin ningún problema, durante tres años.
El ser humano es un animal que comete errores, muchos errores. No tiene que sorprendernos encontrar incontables fallos en nuestras novelas. Es normal y, lo mejor de todo, enmendable.
La revisión de un texto es como una vacuna, como una medicina, como una operación de larga convalecencia. Pero, en cualquier caso, algo necesario.
Con el tiempo, los autores aprenden a revisar los textos con tanta pulcritud, que ya no temen que la corrección se alargue durante años.

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