Ave de rosa entre las ramas secas del otoño, llega el invierno y llegan mis besos para abrir tus alas. Llenar tu trino con mi penetrante atisbo de sexualidad, y con gruñidos servir de base a tu canto celestial. Golondrina entre nubes de cal y vino, la brisa zarandea tu desnudez, y entre las estrellas brillas como la más hermosa, en tu sagrada pequeñez.
Plumas, pétalos de azucena. Ojos rapaces penetrando mi corazón, incitando dulces latidos. Picoteas por mi vientre y entre mis ingles, no para hacerme daño, sino para hacerme agonizar de placer. Mi águila peregrina por los cañones de mi cuerpo. De tu valle, esplendorosa y húmeda, vas a revolotear a la montaña erguida de mi virilidad.
Ave querida, ave rosa y querida, que en tu pecho asoman cálidas joyas amparadas por tus alas. Permíteme tañer el compás de tu cuello hirviente y lamerte como un lobo hambriento. Devorarte sin arrancarte nada, salvo gemidos, y quizá inocencia.
En el aire reinas única. En la noche contemplas el mundo con tu ingente mirada de búho. La sierra y las costas conocen tu peregrinación. No hay marisma o montaña que no sepa de tu presencia, tan preciada. Ave diurna y noctámbula, ave de mar y de horizonte, ave de mi corazón y de mi alma.
Me haces volar, ave mía, por las esperanzas escarlatas, por las obras de ficción, por las ilusiones prohibidas, por las fantasías de tu plumífero cuerpo. Me transportas allí arriba, a lo más profundo del cielo, lugar inalcanzable para cualquiera, salvo para ti, que tienes el poder de llevarme lejos. Aterrizas en mi pecho y me subes al horizonte. Eclosiona nuestro amor como un huevo de galaxias. Nacen las espesuras. Vía Láctea. Tus alas se enorgullecen de conquistarme.
Ave mía, ave rosa, pájaro de los cielos y de mis amores, ven volando a mi vera, rescátame de esta terrenidad insufrible y trasládame, de nuevo, al mundo onírico de tus encantos.