La brújula y el reloj, tres mil años de evolución

En contra de lo que se pueda pensar, este artículo no trata de repasar la invención ni el desarrollo de estos dos importantes objetos, que durante siglos han sido la base de la orientación, tanto terrestre como temporal. Porque para un explorador, la brújula es su guía, su maestro, su Socrates. Para un personaje inquieto como yo, el reloj es su perdición, su cárcel y su destino. Dos artilugios trascendentes de inabarcable valor que, en las siguientes líneas, serán los protagonistas de una foto muy peculiar, impactante y mítica.
La instantánea evoca los momentos finales de la fatídica Segunda Guerra Mundial, cuando el ejército rojo de la URSS penetra Berlín y se hace con el control de sus edificios. En esos instantes de victoriosa gloria, varios soldados se encaraman al tejado del Reichstag mientras un fotógrafo de guerra, hábil y valiente, dispara para obtener la emblemática diapositiva. La imagen evoca fielmente a la otra popular fotografía de la Segunda Guerra Mundial protagonizada por los estadounidenses en la isla de Iwo Jima, la cual fue tomada unos meses antes de la caída de Berlín. Dos potencias mundiales que gobernarían el mundo durante las próximas décadas.
Volviendo al asunto que nos concierne, la inconmensurable foto fue utilizada como propaganda soviética, a semejanza de los norteamericanos y sin desmerecer a ninguna de las dos naciones. Hasta tal punto que su imagen se utilizó como estampa para una serie de sellos. Lo cual nos demuestra fehacientemente la importancia y la estima que obtuvo el daguerrotipo. Sin embargo, entre el original ilustrado sobre el párrafo anterior y el revelado que se muestra en las siguientes líneas hay unas sutiles diferencias Es patente que la imagen fue modificada a posteriori… ¡sin ayuda de photoshop!En primer lugar, se puede observar un agobiante humo sobrevolar el marco superior del retrato, lo cual fue agregado posteriormente para intensificar el dramatismo de la batalla y la gloria de los soldados. Pero, lo más importante y sobrecogedor es… la muñeca derecha del militar que ayuda al portador de la bandera a mantenerse en pie. La muñeca está libre: sin relojes, sin brújulas, sin pulseras ni brazaletes, en contra de lo que se observaba en la foto original.¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué se ha trucado la imagen? ¿Por qué se ha borrado el objeto? Y aún más estremecedor, ¿de qué artilugio se trataba? Aquí, como siempre, las opiniones se dividen: los capitalistas dicen que un reloj y los comunistas que una brújula. ¿La verdad? Jamás la sabremos.

Desde mi modesto punto de vista y habiendo perdido la fe en el ser humano años atrás, es un reloj. ¿Una brújula? Podría ser, dado que, como se argumenta, los militares soviéticos acostumbraron a portarla durante la guerra. No obstante, la idea del reloj me parece la más acertada, y tras observar la foto y sabiendo de la falta de escrúpulos que inundó Europa durante la Segunda Guerra Mundial, nada podrá trastocar este juicio. No me resulta muy difícil imaginar a unos oficiales aniquilando la resistencia enemiga, y después, nutriéndose con los despojos de los cadáveres y acaparando todo cuanto se pudiera acaparar, como por ejemplo, un ligero reloj. Y es que, por mucho que se pretenda alardear del honor del ejército, poca honra puede quedar en una milicia tras un lustro de sangrientas batallas, torturas y ejecuciones. El saqueo, durante aquella horrorosa confrontación, me parece algo tan probable y vergonzoso como el asesinato, la esclavitud y la invasión.

Y ahora recularé sin previo aviso tres milenios, aproximadamente, para situarnos antes del advenimiento de la Edad Oscura y después del cenit de la civilización micénica. En una guerra que duró diez años y cuyas vicisitudes fueron narradas en un poema épico varios siglos después. Efectivamente, hablo de la Ilíada, de Homero, donde se dan cuenta de los pormenores de la guerra entre aqueos y troyanos; y en cuyas líneas podemos leer en multitud de ocasiones como los soldados saquean sin pudor los cadáveres de los enemigos vencidos, pertrechándose con sus armas y sus armaduras, robándoles, además de la vida, sus objetos personales, y todo sea dicho, mancillando su cuerpo.

En conclusión, desde la épica troyana hasta el desbarajuste de la Segunda Guerra Mundial, el ser humano no ha evolucionado nada. Se ha quedado estancando, siempre en su perseverante y cruel egoísmo capaz de saquear la virginidad de adolescentes, la pobreza del campesinado o la vida de un prisionero. Hace tres mil años la vileza y la infamia se recogían en poemas épicos. Hasta hace poco en fotografías en blanco y negro. Y más actualmente en aterradores vídeos. Tres mil años de tecnología… e igualmente estancados. ¿Cuánto tiempo más hará falta para que el ser humano progrese, evolucione y mejore? ¿Dónde está esa brújula que debe servir de guía para encontrar el buen camino? Son las generaciones venideras quienes tienen en sus manos el reloj del tiempo, y ellos tendrán que elegir: darle cuerda y avanzar, o borrarlo de la memoria y continuar estancados.

Iraultza Askerria

El significa de la Armada Invencible

Pensar en la Armada Invencible invita a imaginar una inmensa flota jamás derrotada, invulnerable y formidable. Férrea y terrorífica, con sus cañones y su fortaleza ingente. Un brazo armado que recorre los mares y apresa a sus débiles enemigos. Una flota irreductible. Pensar en la Armada Invencible invita a pensar asimismo en una presumiblemente fácil batalla en mitad del Atlántico que fue causa de derrota de los españoles a manos de los audaces ingleses.

Bueno… nada más lejos que la realidad. O dicho de otro modo: todo mentira.

La Armada Invencible se llamó original y oficialmente Grande y Felicísima Armada, título adjudicado por el rey Felipe II. En el marco de la guerra contra Flandes, en donde los intereses españoles se centraban en apaciguar los levantamientos populares de las Diecisiete Provincias de los Países Bajos, los corsarios ingleses bajo las órdenes de Isabel I apoyaban a los rebeldes flamencos en detrimento de los intereses del Imperio Español. Esto, junto a otros factores relacionados con las enemistades entre fes cristianas, convirtieron a Inglaterra en enemigo de España, en un escollo. Como solución, el rey Felipe II se dispuso a invadir Inglaterra con objeto de derrocar a la reina. El único problema era que el ejército español estaba concentrado en Flandes, lejos de las tierras británicas, y para trasportarlos a la isla se hacía indispensable una flota bien defendida. Es aquí donde comienza la historia de la Grande y Felicísima Armada, y también su mentira.

La flota española ascendía hasta los ciento treinta barcos, entre los que se contaba una veintena de galeones, perlas de cualquier armada marina. El escuadrón inglés, resguardado en sus costas, contaba con poco más de ciento sesenta navíos. Un número algo mayor que el del ejército atacante. La cuantía de cañones ascendía a los dos millares por ambos bandos -un tanto más en el ejército español-. Parece ser que la mayor diferencia en cuento a poder bélico entre ambas fuerzas estribaba en la infantería, puesto que España contaba con una de las unidades militares más poderosas de la época: los temibles tercios. Por tanto, cabe resumir, que el dominio naval era muy similar en ambos contendientes.

¿Entonces, fue o no un fracaso la campaña española sobre Inglaterra? Sí, fue un fracaso, pero no una derrota. La flota de Felipe II consiguió llegar al Canal de la Mancha después de haber sufrido varias tempestades. Allí, fue atacada y dividida por la armada inglesa, que consiguió sabotear el objetivo hispánico. Así, incapaces de trasladar al ejército de tierra, la flota íbera tuvo que regresar bordeando Gran Bretaña e Irlanda. En el trascurso del viaje, algunas veces debido a naufragios y enfermedades y otras al hostigamiento inglés, la armada fue diezmada. Finalmente, algo más de sesenta navíos alcanzaron las costas cantábricas -otras fuentes aumentan a más de ocho decenas-, donde se guarecieron a salvo.

Después de esto, la propaganda de la victoria comenzó a ensalzar los valores ingleses, buscando un claro afianzamiento patriótico de Inglaterra y un engrandecimiento de su dominio. De esta forma, se comenzó a divulgar el apelativo de Armada Invencible para definir al ejército enemigo -vencido en singular batalla naval, supuestamente- y la leyenda negra se propagó como dinamita. Isabel I logró consolidar el sentimiento nacional de Inglaterra, y procedió a un ataque de castigo sobre la península ibérica. Su campaña militar, se frustró igualmente.

En conclusión, no hubo una armada invencible ni un Goliat ni un David como se nos ha hecho creer después de tantos siglos. Hubo sencillamente, unas fuerzas bélicas encontradas: el atacante, el mayor imperio de la época; y el defensor, una emergente potencia que tenía bajo su yugo a los pueblos británicos.

Y el invasor, fue derrotado.

Lo que si hubo fue una manipulación propagandística, una insinceridad histórica y una tergiversación ingrata. Lo cual, me confunde, me enfurece y me perturba.

Las civilizaciones y los historiógrafos deben promover por encima de todo la veracidad histórica, como argumento final contra la falsedad patriótica, fanática, extremista o radical de cualquier nación. Porque, si algo debemos aprender después de tantas guerras y muertes, es que no existe ninguna raza superior ni ninguna religión dominante, sino un bonito mural de diferentes filosofías y culturas, cada una con sus errores y con sus aciertos, y todas con el merecimiento de ser recordadas tal como fueron y no como quisimos que fueran.

La historia, ante todo, debe ser, siempre, un espejo de la realidad, sin tapujos

Iraultza Askerria

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Adiós, chu-chu

Era una tarde de domingo. Una bonita tarde en la que el sol brillaba con fuerza, y el tiempo parecía estancado, evitando alcanzar una nueva semana. En los vagones del tren, los pasajeros llenaban el vacío de los asientos, relajados tras disfrutar de una jornada vacacional.
En el pueblo rural vecino había acontecido un bonito y multitudinario mercado artesanal. La mayoría venía de allí después de haber disfrutado de espectáculos rurales, rica gastronomía cultural y episodios teatrales protagonizados por bufones y caballeros.
Todos habían disfrutado de lo lindo.
Otro tren atravesó entonces la vía en el sentido contrario.
—¡Adiós, chu-chu! —Una vocecita suave, dulce e inocente surgió en el interior del vagón. El resto de los pasajeros se rió abiertamente ante la jocosidad del niño. Se respiraba alegría—. ¡Adiós, chu-chu! —repitió la criatura.
Y de nuevo las carcajadas sobrevolaron el ambiente del concurrido vagón.
El niño tendría poco más de dos años. Estaba sentado sobre las rodillas de su padre, con la mirada fija en los ventanales del vagón. Escrutaba boquiabierto y anonadado cada paraje idílico que atravesaba el tren. Por su parte, los pasajeros contemplaban embelesados al retoño, con una sonrisa dibujada en los labios.
—¡Mía, pajaito! —exclamó el niño.
Se soltó de los brazos de su padre y se asomó tanto como pudo a la ventana. La golondrina elevó el vuelo por encima del tren y desapareció de su vista. El niño volvió la cabeza y miró al otro lado del vagón. La golondrina apareció un instante después en la ventana de enfrente.
El niño lanzó una carcajada, divertida, mostrando sus deslumbrantes dientes de leche. Y todos los pasajeros se rieron con él. Luego se volvió hacia la ventana. Con unos ojos llenos de curiosidad, como quien nada sabe y todo lo quiere saber, examinó en grado de erudito los parajes que se mostraban ante él. Montañas, praderas, carreteras y casas. Hasta que el tren se detuvo en una estación. En la otra vía estaba estacionado otro tren. Se disponía a marchar.
—Adiós, chu-chu —exclamó el niño, jubiloso. Saludando al ferrocarril con la palma de la mano.
La alegría se desbordó en múltiples carcajadas. Su padre cogió al niño entre los brazos. Éste se resistió entre risitas, intentando quitarle el sombrero de mimbre que llevaba en la cabeza y había adquirido en la feria. Su padre no pudo evitarlo y el niño terminó colocándose el complemento. Era tan grande y su cabecita tan pequeña, que el sombrero acabó por ocultarle el rostro hasta la nariz. Se escucharon aún más carcajadas.
El tren arrancó, ajeno al regocijo del vagón, iniciando el trayecto por una zona rocosa de escabrosas montañas y profundos desniveles. El niño se había pegado al cristal para observar aquel violento paraje que lo asombraba.
Continuó en aquel estado de inconsciencia contemplativa durante varios minutos. Poco a poco a medida que el niño callaba, inmóvil, el ambiente del tren se tornó más frío y silencioso. De nuevo pensamientos de frustración asolaron a los muchos adultos que viajaban en el tren, pensando en las normas de la supervivencia humana, en los empleos estresantes y en los problemas económicos que las muchas horas de matemáticas no habían logrado esclarecer.
En ese instante, las vías se ensancharon cerca de un precipicio, a la sombra del monte que rodeaban. Al otro lado, un ferrocarril apareció en el sentido contrario, siguiendo correctamente su camino.
El niño lo vio y se rió ante la cercanía del otro tren, jovial. Procedió a decir algo, pero entonces ocurrió lo impensable… y enmudeció.
Tras una maniobra fallida, el tren se salió de las vía, empotrándose de lleno contra el vehículo del sentido contrario. De los cinco vagones de este último, cuatro quedaron colgando del barranco y el quinto se aferró a las vías como un suspiro aferrado a la vida. El niño, intacto, contemplaba lo ocurrido en una aptitud de incomprensión. Ni siquiera se había percatado de que su padre se había dado un fuerte golpe en la nunca y de que ahora yacía inconsciente en el asiento del vagón.
En el exterior el otro tren se balanceaba sobre el precipicio entre la vida y la muerte. Pero para el niño aquello no era más que otra parada en el largo trayecto ferroviario, y un camino por el que el otro tren partiría en breve.
El niño aguardó expectante a que los trenes reemprendiesen la marcha, ajeno a los gritos de dolor y a las quejas de furia e impotencia. Cuando definitivamente, el otro tren cayó al abismo, el niño esbozó una sonrisa, y dijo:
—Adiós, chu-chu.

Iraultza Askerria

Megallones

En un planeta azotado por tempestades, guerras sin cuartel y hambrientas enfermedades que desgastan el espíritu humano, los países tercermundistas se ahogan en la abundante escasez de sus necesidades básicas, al tiempo que el mundo occidental concentra su preocupación en otras catástrofes de calado millonario. De ahí que se ahonde en el infame cierre de la página web de Megaupload, que ha levantado ampollas en la sociedad. La gente de a pie esgrime el argumento, veraz y a la vez hipócrita, de que ha perdido los archivos personales que compartía en el sitio web. Los indiviuos de las altas esferas, que nunca brillarán como el sol, argumentan en favor de los derechos de autor; derechos tan a menudo violados en el siglo actual.

Megaupload ha sido desde hace años uno de los pilares sobre el que se fundamentaba el negocio de las descargas directas y el centro neurálgico de un sinfín de páginas que se limitaban a almacenar, publicar y divulgar dichos enlaces. El 4% del tráfico de la red transitaba directamente por los servidores de megaupload.

La libertad de este servicio permitía almacenar online los documentos más transcendentes de tu ordenador personal, y compartir, por ejemplo, las fotos de tus vacaciones en Roma con cualquier familiar y amigo. Incluso una galería fotográfica de varios gigabytes de datos. Anque para ello, se hacía necesario disponer de una cuenta premium para amontonar en Megaupload dicha información. Un privilegio que se abonaba mensualmente. El cierre de Megaupload no les habrá gustado a aquellos que habían invetido su dinero y sus archivos personales en el populoso sitio de descargas.

No obstante, estoy convencido de que la función principal de megaupload era descargar -upload- más que cargar -load- archivos. Y diré más: como su nombre indica descargas masivas. Ahora llegamos al punto de inflexión de la propiedad intelectual, los derechos de autor y la piratería.

Es por todos conocido que desde Megaupload podías encontrar desde El quijote en versión pdf hasta Titanic, de James Cameron, en formato HD. También la última canción de Shakira o del Reno Renardo. Y aunque estoy a favor de la gratuidad cultural -sea música, cine o literatura-, también soy un acérrimo defensor de compensar a esos artistas que tan honradamente se han dedicado a la consumación de su arte.

Un artista debe disponer sin prejuicios de dos opciones. La primera y tradicional vender sus obras a terceros, para que estos divulguen el contenido mediante costosas herramientas de marketing y se nutran con millones de dolares, dejando al artista un aberrante diezmo de ganancias. La segunda, y el futuro más provechoso, promulgarlas públicamente por Internet, sin barreras, y limitarse a recibir donativos o beneficios publicitarios; alternativa que no debe agradar a discográficas y editoriales multinacionales.

Porque, seamos sinceros, la gran mayoría de los autores reciben escasas compensanciones por sus obras de arte. No nos engañemos: el arte enriquece a los inversores, productores y comerciales del marqueting. Y nosotros -lectores, cinéfilos y melómanos- nos contentamos en nuestro egoísmo con disfrutar de la obra sin ofrecer nada a cambio -¿ni un gracias?-, y cuando lo ofrecemos, va a parar a las manos de… los de siempre. Esas discográficas que venden cien mil discos compactos por un ingente precio de veinte euros; y que se lamentan porque la propagación cultural por Internet les invita a caer en la bancarrota. Ja, piratas.
¿Y qué tiene que ver todo esto con Megaupload? Pues mucho… Tengamos en consideración que hace unas semanas se publicó por Internet un video en favor de Megaupload, donde aparecían y cantaban varios exitosos artistas. Pegadiza la melodía, por cierto. Contemos además, con que Megaupload llevaba varios meses poniendo a prueba un servicio llamada Megabox y Megakey; un portal en el que los artistas, sin intermedarios, podrían colgar gratuitamente sus canciones e ingresar hasta un 90% de los beneficios derivados de la publicidad.

Pero para desgracia del progreso de la civilización humana, Megaupload no ha podido poner en práctica su ambicioso servicio debido a su clausura por parte del FBI. Una pena. ¿Habrá tenido algo que ver el totalitarismo de la discográficas?

¿Quién sabe?

Habrá que ver y esperar…

Iraultza Askerria

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De contingentes energéticos

Mientras en mi amado país, las jóvenes promesas del catolicismo han vitoreado y bailado en honor de la fe y la unión cristiana; en la no tan lejana Trípoli, capital de Libia y de infortunios, se han dejado escuchar tiros, explosiones, gritos de dolor y aplausos amargos de triunfo. Mientras las portadas de los periódicos y el prime-time de los telediarios recopilan imágenes de un anciano teutón convertido en rey feudal, otros se frotan las manos adivinando las riquezas indirectas que se producirán, al tiempo que en el norte de África la sangre se hermana al polvo de los cimientos destruidos. Y yo, en mi particular egoísmo, sólo estoy preocupado por recuperar el aprecio de mi ex-novia, pasar un buen rato con mis amigos y traducir las fantasías de mi mente.

Invirtiendo el preciado tiempo laboral en ojear las noticias del día anterior -tengo el defecto de llegar tarde a todos los sitios-, me encuentro con un utópico apunte -cuanto menos positivista- sobre la economía europea, que aparece en el diario online de 20 minutos. El artículo da entrada repasando las subidas de los centros bursátiles más importantes de la zona euro, para continuar con las cotizaciones al alza del Ibex-35; cuando, para mi inocente incredibilidad, leo la siguiente parrafada:

La entrada en Trípoli de los rebeldes al presidente libio, Muammar el Gadafi, alimentaba la cotización de las petroleras y otras empresas del sector energético, como Eni (5,2 %), Total (3,7 %) y OMV (4 %), que se beneficiaban de las tensiones en Libia.”

22.08.2011 – 18.53h, 20 minutos,

¡Qué desfachatez! ¡Qué insolencia! ¿Significa eso que las grandes multinacionales de la energía se benefician despiadadamente de una guerra civil que se ha cobrado miles de vidas sin sentir la menor compasión? ¿Significa eso que mis amados países occidentales -los miembros de la OTAN, entiéndase- son menos que una avanzadilla subordinada al poder empresarial de las petroleras? ¿Significa eso que la insigne promulgación de paz y libertad que se quería sembrar en el pueblo libio sólo es una moneda de cambio para lograr petróleo, gas y otras fuentes de energía? ¿O acaso es que yo, simplemente, soy un pobre anarquista demente que no comprende las intrínsecas verdades asociadas a las palabras de políticos y generales?

Visiblemente trastornado, continúo mi pesquisa por los enlaces del periódico online, cuando, sin desviarme del tema central que nos atañe -la guerra civil en Libia-, me topo con el monólogo de un peculiar personaje. Para algunos un dictador y para otros un incomprendido. Hugo Chávez, presidente de Venezuela. La entrevista, diez horas anterior a la información bursátil, dice así:

El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, denunció este lunes que Estados Unidos y sus aliados europeos están perpetrando «una masacre» en Libia con el objetivo de hacerse con las reservas petroleras del país magrebí.

«Eso es lo que están haciendo en Libia: produciendo una masacre» y excusándose en que lo hacen «para salvar vidas. ¡Qué descaro, qué cinismo!, pero es la excusa para invadir, para tomar un país y sus riquezas», manifestó Chávez en un discurso televisado.

22.08.2011 – 08.00h, 20 minutos

Después de leer esto, no sé que más pensar. La cabeza va a explotarme y mi jefe me mira extrañado.

Necesito un café.

Iraultza Askerria

Un retrato inhumano

La guerra de Troya es un mito arraigado en nuestro sociedad. Parodias, reproducciones, adaptaciones e imágenes trasladan el mito hasta el reglón del presente. En occidente, nadie ignora la milenaria leyenda de Aquiles, Helena y el ilustre caballo. Pero no son igualmente conocidos los episodios de extrema crueldad que perduran tras el enfoque heroico;  el maltrato sufrido por el cuerpo de Héctor o la desdichada suerte de su hijo Astianacte son un buen ejemplo. Quinto de Esmirna nos cuenta en sus Posthoméricas lo que ocurrió con Sinón, el soldado griego que quedó a cargo del caballo de madera con el cometido de engañar a los troyanos:

«Lo interrogaron al principio con dulces palabras, pero, luego, con terribles amenazas […]. Él aguantaba firme […]. Al final, le cortaron las orejas y la nariz».

Quinto de Esmirna, Posthoméricas, XII.363 y sig.

Esto fue escrito aproximadamente hace dos milenios por el susodicho poeta griego. Los estudiosos sitúan la mítica o histórica guerra de Troya alrededor del año 1200 a. C. Lo que me lleva a decir que tenemos que dar un salto temporal de miles de años para llegar a nuestro presente. Y, desgraciadamente, después de tanta evolución, el ser humano sigue estancado en la misma crueldad que antaño.

Con esto, debemos trasladarnos más allá de Turquía, hasta los desiertos de Afganistán, y contar la inhumana historia de Bibi Aisha: una mujer joven, que ha sufrido por parte de su marido el mismo trato que recibió Sinón. Su esposo le desfiguró la cara, cortándola la nariz y las orejas. Una mutilación irracional, atroz, inmerecida, salvaje, injusta, bestial y sobre todo, inhumana. La foto fue tomada por la sudafricana Jodi Bieber, que se erigió ganadora del certamen fotográfico Word Press Photo. Un retrato colmado de dureza, atrocidad y realidad. Un retrato que refleja la incomprensión y el dolor de unos ojos repletos de dulzura. Un retrato… como un golpe en la espinilla, como una férrea llamada de atención, como una condena al machismo, a la esclavitud y a cualquier tipo de tortura. Un retrato que aunque nos revuelva el alma, todos deberíamos ver:

Bibi Aisha

Esperemos que algún día la frase “le cortaron las orejas y la nariz” sólo aparezca en las novelas de ficción, y no en los periódicos.

Iraultza Askerria

Impenetrable

Las venas de la vida te recorren
por dentro. Impenetrables son tus piernas,
cual buque acorazado ante galernas.
¿Habrá algo que sus duras fuerzas borren?

Ni tan siquiera la húmeda saliva,
tampoco con la magia de mis dedos;
derrotarte podré, mujer altiva.

La infranquëable mar de los mïedos.
La dulce, tosca y bárbara nativa.
La rosa del zarzal de los hayedos.

Iraultza Askerria

La niña del colegio

El barullo armado por los muchachos y las muchachas del instituto era ensordecedor. Bajo el cielo otoñal, grupos de niños pateaban con ilusión una pelota de fútbol; decenas de niñas comentaban exaltadas los amoríos de la serie juvenil de la noche anterior; algunos mozuelos miraban a escondidas y desde lejos los divinos cuerpos de sus compañeras de clase, ataviadas de ajustados pantalones de llamativos colores y escotadas chaquetas vaqueras; mientras otros, tan prudentes como imprudentes, estudiaban e interpretaban con inquietud los apuntes del examen de física y química al que se enfrentarían en pocos minutos.

En definitiva, aquellos futuros funcionarios, obreros, técnicos, oficinistas y dependientes, convivían pacíficamente dentro de las esferas de sus amistades, riendo bajo el mundo de los sueños adolescentes. Pronto volverían a las aulas, finalizado ya el recreo, y retomarían una actividad que algunos detestaban, a otros les aburría, pero que todos necesitaban para adquirir la sensatez y el buen juicio que son menester en un mundo perteneciente a todos.

Por desgracia, este esbozo del jolgorio juvenil era opuesto a lo que sucedía en el interior del colegio. El viejo edificio, que había sido utilizado como hospital republicano durante la guerra civil, y bombardeado y restaurado, se exponía tenebroso y lúgubre. Parecía una caverna repleta de monstruos extravagantes o una prisión de maniáticos asesinos. Sus bisagras de metal chirriaban por razón del viento y el conserje vigilaba desde el vestíbulo como un buitre hambriento.

El sonido del chapoteo que caía de la fregona y el bisbiseo iterativo del aire acondicionado surcaban la atmósfera como el susurro de un fantasma. Las vitrinas que decoraban los pasillos exponían trofeos oxidados, y los pupitres de las clases se corrompían con la podrida opacidad del ambiente. En el gimnasio o en el aula de música había tal deterioro y escasez de instrumentos que se obstaculizaba el desarrollo del espíritu artístico de los alumnos.

Lo dicho atendía a una implacable antítesis: mientras el patio de recreo parecía un pacífico y alegre jardín, el colegio se figuraba un oscuro trayecto de diez años de invalidez y desorientación, carente de una dirección nítida y firme. Sin una educación apropiada, sin un modelo ecuánime al que seguir, el humano se convierte en animal, y ese animal… en un monstruo.

Por todo ello, ocurría lo que estaba ocurriendo:

En los aseos de las chicas ubicados en el tercer piso, provistos de espaciosos lavabos, estrechos cuartos de inodoros individuales y una portezuela que daba a un balcón exterior, una niña de trece años plañía desconsolada. El llanto arreciaba como un diluvio, y cual tormenta retumbaban las lágrimas sobre el suelo alicatado.

No lloraba porque hubiese cateado el examen de matemáticas, tampoco a causa de que hubiera discutido con el chico que le gustaba, sino porque su hermosa melena rubia estaba desgarrada y su rostro límpido y cálido empapado de sangre. Los ojos morados, la nariz rota. El corazón latía sin fuerzas, seco y harto. Tenía el cuerpo infestado de arañazos y contusiones. Y el alma partida como un espejo de cristal, reflejo de la guerra.

Se encontraba tendida en el suelo, con los brazos apoyados sobre las finas baldosas como si buscasen una ayuda a la que aferrarse, y con las rodillas flexionadas, a semejanza de un espasmo de autoprotección desencadenado por el miedo.

Se llamaba Linda, hija de una honesta pareja extranjera que había abandonado hacía más de una década su país oriundo en busca de la dignidad y la fortuna sólo merecida por la gente honrada. Gente honrada como ellos.

Linda, tal y como su nombre indicaba, era una chica preciosa; y lista, cabal y reservada. Su timidez la había dejado sola. Y ahora en su soledad, lloraba. Nadie escuchaba sus lamentos ni acudiría a socorrerla. Se encontraba sola ante la apatía de un mundo tintado de arco iris sobre un lienzo de oscuridad. Ojalá pudiese esconder la cabeza y mirar a sus sueños. La realidad, sin embargo, devoraba todo lo bueno.

Los insultos, las burlas, las agresiones y las palizas la habían hostigado desde el inicio del curso. Ni siquiera la dejaban en paz en las aulas donde el maestro debe ejercer su competencia. La marginaban, le daban la espalda. Sólo la miraban a los ojos para reírse de ella. La impotencia, la frustración, la amargura de vivir se habían combinado en su único sentimiento. No quería volver a casa y decirle de nuevo a su madre que se había caído por la escalera. No quería mentir de nuevo. Ni quería sufrir más.

¿De quién era la culpa? ¿Qué había hecho ella, una ingenua niña de trece años, para ser castigada tan brutalmente? ¿Dónde estaba el ser humano tras diez milenios de evolución? ¿Cómo pudo cometer Dios el error de crear los sentimientos del odio y la crueldad?

Linda no se hizo ninguna de esas preguntas. En ese instante, el dolor y la desolación eran demasiado ingentes como para preguntarse nada. Supo que sólo le quedaba una salida. Se levantó apoyándose en los lavabos y miró por los ventanales. Un cielo completamente azul se extendía en el firmamento, un cielo repleto de libertad y de oportunidades.

La niña se dirigió al balcón, abrió la portezuela y salió al exterior. Al sentir el tacto de la brisa, el dolor de sus heridas se volvió aún más agudo. Con el rostro ensangrentado y lágrimas en los ojos, salvó el obstáculo que significaba la barandilla.

Luego se lanzó al vacío.

Cuando se estrelló contra el suelo, en medio de sus compañeros de clase, las lágrimas todavía le recorrían el rostro.

A mí me lo recorren aún.

Iraultza Askerria

Tu cuerpo

Veladas piedras preciosas
por alas de mariposas.

Fresa aliñada de almíbar,
delicioso caramelo.

Seno blanco, blanco pecho,
pequeño pilar del cielo.

Redonda huella de arena
anclada en el paraíso.

Muro hecho de terciopelo
que esconde espigas de trigo.

Sexo, ¡ah, tú íntimo sexo!
Y mis besos en tu sexo.

Raíces que brotando de tu alma
suben mi pecho a besar mi garganta.

Iraultza Askerria

Perdido

Buscando en este mapa que es tu cuerpo
la senda de llegada hasta tu sexo,
perdíme en laberintos de cristal
que sabían a cielo, pan y sal.

Recé solo esperando tu rescate,
mas disfrutabas viéndome en tus carnes.
Perdido, sin saber por dónde ir,
perdido, y a la vez siendo feliz.

Me alimenté de ti con la noción
de que si te comía yo, yo mismo,
lograría encontrar tu corazón.

Y así lo hice, lento, sin sufrir,
y ya cuando escuché el primer gemido,
supe que lo había encontrado… ¡al fin!

Iraultza Askerria