Sensación de placer

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De lado sobre la cama. Completamente desnudos los dos. Mi pecho pegado contra tu espalda. Mi cadera unida a tu trasero redondo y turgente. Un pene endurecido traspasando tus piernas ligeramente abiertas. La carne del miembro viril deshaciendo las ingles femeninas. Un brazo protector que rodea tu cabecita sulfurada y alcanza a sobar tus senos. Sudor y sudor, de uno y otro. Dura sensación de placer. Gozoso sentimiento de fuego.

Mi otra mano te recorre el abdomen. Más allá del pubis encuentra la abertura de tus muslos. Justo debajo, el pene enfila la vagina. Acerca la cabeza llameante a la entrada húmeda. Le permite el acceso. Entra.

Unido a ti como una prolongación de tu sexo. Haciendo el amor sobre un colchón blanco. Entre gemidos y gruñidos. Entre exclamaciones y promesas. Amor y placer eterno. Las penetraciones van y vuelven. Tu vagina se excita. Tu clítoris, bajo el impacto de mis dedos masculinos, también. El pene se tambalea en su férreo dominio. Gruñe. Explota. Estalla. Se corre.

Se para el tiempo. Un momento de silencio. Los alientos de uno y otro se disparan mientras retroceden los corazones. Tú también te has corrido; y querrías volver a hacerlo, sintiéndote todavía llena de mí.

Iraultza Askerria

La necesidad de juntarnos

Somewhere over the sky - {author}Sentirme bien por sentirme dentro de tu corazón, en el latir insondable de tu espíritu que, enmarcado en alba niebla, se filtra por los poros de mi piel y pega mis labios a tu constante corretear por el mundo. Me siento así, tan dentro tuyo como tú dentro de mí, en una coalición de hombre y mujer donde no se diferencia el continente de cada uno. Somos el centro y el dúo, la misma esencia y el par de naranjas gemelas, el zumo de tu sexo y el mío bebido a sorbos por nuestras bocas. La misma necesidad de juntarnos y de amarnos y de abrazarnos; el mismo requisito ineludible para sobrevivir. El mundo eres tú; mi vida lleva tu nombre; mis dedos buscan en la oscuridad tu cuerpo tibio y moreno hasta el fin de los tiempos.

Iraultza Askerria

Si tú mueres

Photo - {author}

¿Qué hago si te vas
si te pierdo en este mundo
y las venas de tu puño
dejasen de palpitar?
¿Qué hago si mi amor
tan sincero como puro
pierde eso que es tan tuyo
al que llamo corazón?
¿Qué hago si este sol
no vuelve a rozar tu cara
o si las dulces palabras
ya no visten con tu voz?
¿Qué hago si este mes
que lentamente me abate
se nos vuelve interminable
y jamás te vuelvo a ver?
Moriría si te pierdo,
moriría si te mueres
moriría si fallecen,
los suspiros de tu aliento.

Iraultza Askerria

La cruz del diablo

Cruz del Monte Aloya - {author}
En la cumbre se alzaba la figura
de una cruz negra, efigie de carbón;
parecía el demonio, el Gran Dragón,
y al cristiano imbuía la locura.
Rodeada de atmósfera tan pura,
bajo nubes bordadas de algodón;
germinaba una flor cuyo punzón
intentaba llevar buenaventura.
Aun así la maldita cruz del diablo
saturaba de horror toda la cumbre,
y en el centro mostraba su presencia.
Ojalá llegue el bardo y su venablo,
con un verso de regia mansedumbre,
devolviendo a la cima su inocencia.

Iraultza Askerria

El bosque

Muir Woods National Monument - Héctor García

Circulando por aquella despoblada carretera, a varios kilómetros de la ciudad, la única huella de vida que podía encontrarse era la selva impenetrable y repelente que flanqueaba la autopista. Los árboles robustos, cual guardianes protegidos gracias al compacto apoyo de sus hermanos vegetales, resultaban gigantescas y apagadas antorchas clavadas en la tierra, cuyas cimas se zarandeaban como las llamas de una hoguera, bailando con resplandores pardos y verduscos. Los matorrales, barullos ilimitados de delgadas ramas, espinas rotas y raíces embarradas, tenían como corona la hojarasca que descendía de los árboles mayores, obteniendo un aspecto de ficticia solemnidad. Ya las flores sólo eran una ilusión pisoteada por el desapego y la tosquedad de los arbustos: nimias y polícromas gotas de vida extraviadas en un torbellino de agitaciones desinteresadas.

Así pues, el bosque ancestral, la selva inexplorada, aquella maraña de verdor casto perdía el atractivo que solía anteceder a las florestas tropicales y a las arboledas solitarias y románticas. El bosque era algo incivilizado, una muestra frecuente para la naturaleza, pero infrecuente para el ser humano.

Aquel bosque, al fin y a la postre, erigía una de las pocas barreras que la mujer y el hombre aún no había traspasado.

Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria