Se rompen las estrellas. Lloran. Una ensordecedora explosión que nadie puede oír. Agujas pinchando la materia del universo solapadas por la incomprensión. Gritos sin eco. Amparo desvestido de ondas de luz. A nada puede agarrarse. ¿Qué hacer cuando se hunde para toda la eternidad?
Condenados a esparcir las memorias sin que nada las recuerde. El destino, mortuorio, prepara ya el lecho fúnebre: féretro podrido y, ante todo, putrefacto. Ni una plegaria, ni un clamor, ni una maldición frustrada. El mundo es ajeno al horror mientras él mismo se muere.