No puedo poner un punto y aparte, ni tan siquiera un punto y seguido, a los acontecimientos que entrelazan nuestras vidas, porque no concibo una relación a trompicones, compuesta de pequeños trozos a los que los signos de puntuación ponen un punto y final, algo que me niego a compartir, puesto que solo deseo un vínculo largo, infinito, con un inicio, pero sin ninguna conclusión, donde las estrellas iluminen en la lejanía una vía en expansión, esa que recorreremos tú y yo sin hacer un alto en el camino, andando de la mano y en recíprocos pensamientos por los senderos de la vida, en la cual no habrá mayores lazos que las comas, que las comas que, sosegadamente, calmarán los impulsos de nuestros sexos y nuestros viajes y nuestras conversaciones, y dicho de otra forma, nuestras vivencias y convivencias, porque no existirá término alguno, ningún punto y final, hasta que la muerte decida, por propia voluntad, escribir el requiescat in pace.
R.I.P.