Retrato

Aparece una foto de tu tez
y sonrío y me lleno y desfallezco
por la belleza eterna que otra vez
vacilo en si yo mismo la merezco.

No hay nada más hermoso ni en Jerez
ni en Cádiz ni en Sevilla; pues me crezco
al pensar que retuve el dulce diez
de tu cuerpo desnudo, al que me ofrezco
de por vida a seguir enamorado
y escribirte mil versos cada día
estés aquí o allá o en la alma mía.
Que no quiero bondad más que a tu lado,
vivir hasta agotar la tinta roja
que escribe mis amores en tal hoja.

Iraultza Askerria

Soneto bélico al corazón y a la mente

GADA-HarrierGR3 - {author}

Surge en mi corazón ferviente lucha
airado sentimiento incontestable
que con la sinrazón más excusable
vivísimos lamentos encapucha.

No entiendo cuáles son, mas sé que es mucha
la furia cual el viento que imparable
me rompe la ilusión tan poco dable
a librar de escarmiento que me achucha.
La razón, llena en lógica me abraza.
Se interponen celosos corazones.
Imposible es jugar postrera baza.
No puedo liberarme de esta escoria
no puédome olvidar de las pasiones
que duran duramente en mi memoria.

Iraultza Askerria

 

Tu nombre oculto en la esperanza

Cabo de Buena Esperanza - {author}Busco un nombre en mi memoria, teñida de dulces sueños. Espera, espera, no la pierdas de vista. Es una palabra, un apelativo. Es tu apellido. Un vocablo encarnado de rosa con orlas brillantes de rojo pasión. Un vocablo adorado por los aromas de las flores y la frescura de la brisa. Un vocablo que, pronunciado, alegra el alma, el corazón y la mente. Vida mía…, que en un nombre englobas la felicidad. Maremágnum de endorfinas. Analgésico.

Di su nombre, ¡nómbrala! Adelante, labios, ¡tomad las riendas!, ¡gritad su nombre! Descubrid ante el mundo su verdadera identidad, oculta en la posibilidad de escucharla una vez más.

Palabra. Esperanza.

Iraultza Askerria

El poder de tu figura

 - {author}
Si tu rostro está encendido,
color fuego en tu sonrisa,
y si sientes que la prisa
te ha insegura convertido,
suelta el aire, afianza el paso
y del miedo no hagas caso.
Si tu ser desprotegido
se halla al fin de una cornisa
y en el fondo se divisa
un futuro confundido,
medio lleno mira el vaso
que tu luz vence al ocaso.
Si tu mundo se revela
solitario o sin apoyo
como si el más firme escoyo
quisiese apagar tu vela,
en agua tu alma convierte
que no habrá nada más fuerte.
Si has perdido al centinela
que libraba todo embrollo
y cayendo tras un hoyo
sientes tu inestable estela,
ignora a quien detenerte
intenta trabar tu suerte.
Haya incertidumbre o miedo
o incluso vías de fuego,
nada habrá que a tu dulzura
pueda hacerle figura.

Iraultza Askerria

Un cuento de dragones y lagartijas – Érase una vez

The Dragon of Hell - {author}Érase una vez un dragón llamado Eigon.

Vivía solo en una montaña, sin ninguna compañía. Había abandonado su hogar natal en la Tierra de los Dragones porque los demás miembros de su raza se reían de él. Eigon era un dragón adulto y fuerte, pero a pesar de ello, aún no había aprendido a echar fuego por la boca. Y eso le avergonzaba tanto que se había exiliado voluntariamente. Desde entonces, Eigon había vivido muy lejos, en lo más hondo de una gigantesca montaña. Su única compañía eran las lágrimas.

Un día que Eigon estaba llorando en el fondo de su gruta, una pequeña lagartija se topó con él. La lagartija se detuvo para ver de cerca al dragón, intentando adivinar por qué lloraba. Las lágrimas que caían de sus enormes ojos dorados eran tan grandes como ella misma. Tuvo que andar con mucho cuidado para llegar hasta él.

—Hola, dragón. Dime, ¿por qué alguien tan poderoso y grande como tú está llorando? Tú no puedes tenerle miedo a nada.

Eigon no contestó. Escondió la cabeza entre las garras. No quería que nadie le viera llorar. Ni siquiera aquel diminuto reptil. La pequeña lagartija insistió:

—¿Cómo te llamas? Mi nombre es Tija. ¿Y el tuyo?

—Eigon —respondió el dragón, sin ganas de hablar.

—¿Eigon? ¡Me gusta! Cuéntame qué te pasa. Tal vez pueda ayudarte.

Al principio, Eigon no contestó. Se sonrojaba incluso ante aquel pequeño animal de larga cola, del tamaño de uno de sus dientes. Pero poco a poco, hizo frente a sus miedos. Y aún con lágrimas secas en sus resplandecientes pupilas, dijo:

—Estoy triste porque no sé echar fuego por la boca.

Tija lo miró sorprendida, no sabía muy bien qué intentaba decir.

—¿Y eso es malo?

—Soy el único de mi especie que no puede hacerlo. El único dragón. Soy una ofensa para mi raza.

Tija se quedó un instante pensativa. Luego añadió:

—Ahora entiendo por qué lloras tanto. Pero no te preocupes, creo que puedo ayudarte.

—¿De verdad? —exclamó Eigon, emocionado.

Ella lo miró, con una sonrisa:

—Sí, estoy segura.

Los dragones eran los seres más maravillosos del mundo. Eran hermosos y también fieros, pero siempre benévolos. De corazones orgullosos, pocas veces perdonaban a un malhechor o aceptaban en su clan a alguien que no fuera de su condición.

Y eso Eigon lo sabía muy bien.

Cuando conoció a la simpática Tija, nunca pensó que un animalito minúsculo y de voz estridente pudiese ayudarle a recuperar su honor. Seguía pensando lo mismo, pero no tenía nada que perder.

—¿A dónde vamos?

—A las casas de unos viejos amigos míos.

—¿Y esas casas están en unas montañas?

Eigon levantó la mirada. En lo alto de los montes, las cimas estaban nevadas. Por suerte para él, no tendrían que subir hasta arriba.

—Es aquí —indicó Tija.

—¡Impresionante! —exclamó Eigon.

Frente a ellos se alzaba la enorme entrada a una cueva. Las piedras habían sido esculpidas con habilidad. Las más altas se elevaban por encima de la cabeza del dragón. Era gigantesco. Si allí dentro vivía alguien, debía ser dos veces más grande que él.

—¿Quién vive aquí dentro? —preguntó Eigon, receloso.

—Tranquilo, no tengas miedo.

Y la lagartija se escabulló al interior de la caverna, rápidamente.

Eigon se lo pensó dos veces antes de entrar, pero luego no le quedó más remedio que hacerlo. En el interior, un túnel infinito iluminado por antorchas se abría paso hasta el corazón de la cordillera. Al final, llegaron a una enorme estancia que sujetaba mediante columnas de mármol el peso de las montañas. En la oscuridad, surgieron varias sombras, pequeñas y robustas, con el rostro oculto por tupidas barbas de varios años. Eran enanos, los habitantes más misteriosos de Gea.

Tija los saludó con alegría, volviéndose a reencontrar con viejos conocidos. Los anfitriones le dieron la bienvenida unánimemente. Pero ante el dragón se mostraron un tanto desconfiados. Cuando Tija les contó el grave problema de Eigon, los enanos estuvieron más que dispuestos a auxiliarle.

Durante siglos, las cavernas y las montañas más frías habían sido hogar de los hábiles enanos. Con sus magníficas dotes como arquitectos, escultores y mineros hacían de sus cavernosas moradas verdaderos palacios. Además, los enanos también eran excelentes herreros y sabios conocedores de la alquimia. Si alguien podía ayudar a Eigon a recuperar la fe en sí mismo, eran los enanos.

Los primeros días de convivencia fueron duros para el dragón. Necesitaba salir al exterior y volar por los cielos, pero allí dentro era imposible. Ni siquiera podía extender las alas y planear unos metros sobre el suelo.

Por suerte, tenía a la agradable Tija como compañera. Con ella entabló una profunda amistad.

Pasaron los días y los enanos enseñaron a Eigon los secretos del fuego. Al principio, y para desesperación del dragón, las lecciones iniciales eran pura teoría química, donde pautas sobre elementos naturales se confundían con la base científica. El dragón se aburría sobremanera, con tanta lección intelectual. Sin embargo, los sabios enanos le exigieron paciencia y serenidad. “Espera, y sabrás”, solían decir, constantemente.

Y así fue como, dos semanas después, Eigon comenzó a expulsar de su boca los primeros vapores; y luego de un mes ya podía exhalar largas llamaradas y bocanadas de humo. Los enanos y Tija se entusiasmaron y Eigon por primera vez en mucho tiempo, sintió que todo iba bien en su vida.

Días después los enanos mostraron su cara más triste cuando tuvieron que despedir a la pequeña Tija y al gran dragón. Luego de tanto tiempo de convivencia, tenían que regresar al mundo exterior. Pero gracias a la espesa barba que cubría los rostros de los enanos, ni Tija ni Eigon percibieron la pena que sentían sus anfitriones.

Ya en el exterior y bajo un horizonte donde el sol irradiaba toda su fuerza, Tija y Eigon tomaron rumbo hacia las Tierras de los Dragones, el hogar natal de Eigon. Tija decidió acompañarle, al menos un trecho del trayecto.

Esa noche, acamparon en un claro cercano a un río y Eigon pudo encender una hoguera con el fuego de su propia boca. Antes de dormirse, el dragón, entusiasmado por sus logros, estuvo contando historias de sus parientes y de lo maravillosa que era la tierra en la que vivían ellos y los famosos dragones blancos. Eigon no se dio cuenta, pero cuando terminó de narrar las leyendas draconianas y se acostó, Tija estaba melancólica.

Al día siguiente, el dragón se despertó tarde. Había tenido un sueño muy bonito donde el rey de los dragones le nombraba guardián de las Tierras de Fuego. Se dio la vuelta para contárselo inmediatamente a Tija.

Entonces se asustó.

La pequeña lagartija no aparecía por ningún sitio. Eigon se alzó sobre sus garras y echó a volar por encima del bosque. Escudriñó con ojos de lince cada arbusto y matorral en busca de su amiga, y finalmente, la encontró agazapada bajo una roca, junto al río.

El dragón descendió hasta allí.

Tija estaba llorando.

—¿Qué te ocurre? ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras?

Tija se sorprendió de ver al dragón, y al instante, ofendida, corrió a esconderse en el fondo de su escondrijo, donde Eigon no pudo verla.

—¡Vete! —sollozó ella—. No quiero que me veas llorar.

—¡Vamos, Tija! Sal de ahí. Tú me viste llorando y me ayudaste. Ahora me toca a mí ayudarte a ti.

—¡No!

Eigon sabía que sería incapaz de convencer a Tija con palabras, así que hizo uso de su descomunal fuerza y levantó la roca. La lagartija quedó a la vista del dragón.

Seguía llorando desconsolada.

—Dime, Tija. ¿Qué te ocurre?

—Mírame, Eigon. ¿Cómo soy?

—Pues… —dudó el dragón, desconcertado—. Eres muy bonita.

—¿Bonita? ¡Mírame bien! Soy minúscula, diminuta, pequeña. Quiero ser como tú. Grande, enorme, ¡y poder volar por el horizonte! Pero sólo soy una lagartija. Una pequeña lagartija. Quiero ser una dragona.

Y volvió a llorar, desilusionada.

—Escucha Tija, quizá podamos cumplir tus deseos. En la Tierra de los Dragones vive un poderoso mago que tiene fama de cumplir los anhelos de las personas bondadosas. Tal vez pueda convertirte en una dragona si lo deseas de verdad.

—¡En serio! ¿No estás bromeando? —preguntó Tija, esbozando una sonrisa.

—No, jamás te haría una broma de mal gusto. Vamos. Cuanto antes lleguemos a la Tierra de los Dragones, antes conocerás al famoso mago.

Y de esta forma, Eigon y Tija tomaron rumbo hacia una nueva aventura, buscando cumplir el sueño de nuestra simpática protagonista.

Iraultza Askerria

Por un beso…

Un beso y un adiós - {author}

La brisa viste hermosa y dulce boca,
hermosa como canto de la prímula,
un canto dulce, limpio, que me estímula;
estímulo que incluso al alma toca.
Rocío de tu labio, nacarado
en sus profundidades, dame un beso,
un beso, y yo te cambio todo eso
por vida entera libre de pecado.
No dejes que me muera sin probarlo
¿permites por ventura a mí anhelarlo?
Muy poco tiempo tengo… ¡escucha esto!
El alma te daré, ser fiel contigo.
¿Me rechazas…? Entonces, me desdigo:
tan solo dame un beso… me iré presto…

Iraultza Askerria

Placeres solitarios

Photo - {author}

La saliva me cae por la barbilla mientras esbozo una sonrisa de euforia. Noto la humedad llegar hasta mi cuello, y a partir de ahí, unirse a los latidos de mi corazón revolucionado.

Ante mí, la gente pasa a toda velocidad, como en un circuito de fórmula uno. El humo borbota en el ambiente cada vez más denso y constantemente regenerado por las caladas de los cigarros liados.

Alguien se detiene ante mí y me dice algo. Sólo me quedo con el hedor a ron viejo de su voz. Otra persona se sienta violentamente en el sofá, junto a mí, entre carcajadas. Me imagino hundiéndome en el almohadón, directo al infierno, y que esas carcajadas son las risas del diablo. Diablo, buen amigo, dame una dosis más… a fuego lento.

Comienzo a desternillarme de risa. Es muy gracioso, hilarante; pero vosotros no lo entendéis. Mi compañero del sofá también se ríe, pero solo él sabe por qué. La música da un respiro entre canción y canción, lo cual me permite escuchar mejor la voz de mi acompañante. Creo que es una chica. Me giro para comprobarlo. Sí, es una chica, bonita chica, vestida únicamente con una falda negra y unos botines grises.

Sin pensarlo mucho, me inclinó hacia ella y comienzo a lamerle los pezones. Estoy salivando tanto que pronto sus pechos están inundados, hasta el punto que me ahogo en mi propia saliva. Levanto la cabeza y la miro a los ojos. Soy incapaz de atinar la forma de sus cuencas ovaladas; no las veo, y si lo hago, se me figuran agujeros negros que me devoran el alma. Cierro los párpados y me dejo arrastrar hasta la puerta de sus labios. Saben a alcohol, a marihuana y a saliva que no me pertenece. Incluso, su lengua juguetona me evoca el aroma del sexo femenino, húmedo y lubricado. La mía no es la primera concavidad que visita esta noche.

Aunque la chica besa con maestría, me canso rápidamente de sus besos insípidos. Necesito adrenalina, emociones, vacilación, espanto; algo que me ponga cachondo de verdad. Nada de cuerpitos cálidos tan vacíos de amor como de razón.

Me alzo del sofá donde he permanecido las últimas horas de la noche. Ni siquiera me despido de mi fugaz amante. Me encamino hacia el mueble bar sorteando a la gente que baila y se zarandea como péndulos atemporales. Al final, llego al mueble. Huelo, saboreo y engullo todas las botellas de licor, pero ningún sabor me resulta exquisito; mucho menos vivificante.

Me vuelvo hacia la pista de baile. Veo sombras y luces que danzan al son de un sonido funestamente irritante, como las campanas de un entierro. Perfiles de jóvenes amándose, tocándose, bebiéndose a sorbos entre carcajadas. Rock and roll al gusto de la marea. Pero las olas no me abrazan, no me acarician, ni siquiera las siento.

Comienzo a buscar entre la gente un aroma, un humo, un cigarrillo odorífero. Lo encuentro al final. Arranco una calada, aspiro, fumo y retengo. Lo siento dentro de mí expandiéndose en torno a mi alma. Pero no es suficiente, mucho menos emocionante. Sigo vacío, solo, desamparado e insensible, extraviado en placeres solitarios.

Empiezo a temblar de miedo. Tal vez haya perdido cualquier gusto por la vida y esté condenado al aburrimiento eterno. Solo se me ocurre una forma de descubrirlo.

Me dirijo con presteza al lavabo. El mármol pálido brilla amenazante. Pronto, unto su superficie con polvo de estrellas; nieve, azúcar, sal. Cuando el canuto está listo, lo coloco en mi nariz y aspiro con fuerza. Echo la cabeza hacia atrás, los ojos se me abren como platos y siento una enorme explosión en el interior de mi cuerpo. ¡Boom! ¡Boom! Y luego… de nuevo… vacío.

Me siento perdido, ni el alcohol ni la marihuana ni la cocaína; tampoco las mujeres. No siento placer por la vida, ni ímpetu para hacer o actuar. El tedio se abalanza sobre mí, acompañado de la indiferencia.

No lo soporto más. Abandono el recinto báquico y me extravío en la madrugada. Llueve ligeramente. Pienso que las gotas de agua me llenarán de vida al rozar mi rostro, pero las siento como un escupitajo.

Sigo capitaneando la espesura de la noche. Quiero que la oscuridad me succione, me convierta en una sombra, me haga desaparecer de un mundo que ha perdido cualquier tipo de interés para mí. Si muriese ahora, nadie me recordaría. Ni siquiera sentiría dolor por la muerte.

En ese instante, llego a un amplio soportal. Su interior está resguardado de la lluvia y el frío. Al fondo, vislumbro la figura de un vagabundo cobijado dentro del recinto. Está tendido en el suelo, dormido bajo un montón de cartones viejos.

Entonces, sonrío. Quizá haya encontrado al fin el placer por la vida.

Me pierdo en el interior del soportal y me acerco sigilosamente al vagabundo. Cuando llego a su altura, le observo como una madre mira a su hijo: con un intenso cariño. Estoy deseoso de ampararlo.

Amago una sonrisa y mi rostro se llena de crueldad.

Me abalanzo sobre el vagabundo como un lobo, como un cazador, como un loco que ha perdido la razón. Le propino un fuerte puñetazo mientras él se debate desde el suelo. Pero mi peso le ha inmovilizado y no tiene fuerzas para responder. Acerco las manos a su yugular, cierro los dedos alrededor de su cuello y aprieto… y aprieto con pasión, con lujuria, con descontrol.

Siento las sacudidas del orgasmo revolverme las entrañas. Se me pone dura y empiezo a sudar. Mi respiración se acelera. La de mi víctima desaparece poco a poco mientras yo me acerco al clímax. Tan agónico, tan exquisito.

Poco después, el vagabundo deja de forcejear. Cae lánguido, inerte, muerto. Yo sonrío, complacido y gozoso. He encontrado un nuevo placer en la vida, mucho más satisfactorio que el sexo, el rock and roll o las drogas.

Ahora, ya entiendo cómo se forman los asesinos.

Iraultza Askerria