Religión

Image from page 87 of Me posees, espíritu sagrado, el alma y el corazón, la fe y el coraje. El agua bendita que corre por mis entrañas fluye de tus besos nacarados. Me vuelvo esclavo de tu religiosa simpatía, mientras al borde de tus suspiros rezo por los encantos que guardas. Soy el devoto seguidor de tu firma, aquel que confiesa entre tus piernas los pecados de una lengua maliciosa.
No tengo más deidad que tu nombre, mujer, ni más regla y precepto que tu palabra de oro. Leo la biblia en tu piel meticulosamente como un asceta. Profeta soy de ti misma, mientras sirvo tu versículo y tu verso, tu poesía y tu edén.
Mi universo entero. Mi mundo. Mi cielo y mi infierno cuando te corres. Me alimentas y me amparas. Me vistes y me desvistes. Colocas en mí las tablas de tu pasión, haciendo crecer el fervor que por ti siento.
Tú, mi única religión, mi única ley, mi única diosa.

Iraultza Askerria

Querida lluvia

horizontes - manuel holgado

Incesante lluvia derramada de los tejados del mundo. ¿Dónde estás? ¿Dónde te escondes? ¿A dónde fuiste?

Llueve ahora, te lo ruego. Bendíceme con tus gélidos cristales. Quiero sentirte sobre mi rostro, como una mano redentora, como un pañuelo que limpia pecados. Mas miro al cielo y no te veo; tan azul como la soledad, tan celeste como la burla de un Dios.

Regresa a este mundo, por favor, te necesito en mi alma. Vuelve a derramarte, a mojarme, a humedecer la tierra seca y árida de mi alma desconsolada. Quiero verte llover sobre mi cara y que tus gotas limpien las lágrimas de mis ojos enamorados.

Ven a mí. Lluvia querida. Lluvia amada.

Iraultza Askerria

Pañuelos

Handkerchief - {author}Vamos a comernos las amarguras que nos mantienen lejos. A salar las penas con sudor carnal y endulzar los kilómetros de besos y caricias. Vistamos el remoto horizonte de sujetadores y calzoncillos, de muchos y diferentes colores, y después, pongamos lámparas y genios en las hebras del sol, para que cumplan e iluminen nuestros deseos. Hagamos una isla en este continente y erijamos monumentos con las barreras que nos rodean. Coloquemos en el aire los cimientos de las montañas y colmemos los ríos de puentes y más puentes. Obremos de tal forma que este gigantesco mundo se convierta en un pañuelo y así, cuando tiremos cada uno de su lado, sentir la fuerza del otro vibrar a través de las células del universo.

Iraultza Askerria

El hotel

Photo - {author}En los hoteles pasábamos desapercibidos. Hablábamos poco en la recepción y nuestras miradas cómplices se alejaban hasta que se cerraba la puerta del elevador. Con paso sigiloso enfilábamos el pasillo, ligeros pero sin prisa, y al cerrar la puerta del dormitorio reservado, sentíamos que ya nadie podía encontrarnos.
Ningún empleado advertía nuestra presencia; ningún cliente. En los crepúsculos, tocábamos nuestras carnes en la tibieza de la bañera. El mármol humedecía nuestros cuerpos en el chapoteo de la carne. Salpicábamos las toallas, los azulejos, las paredes de yeso y piel, pero no emitíamos más ruido que el fluir del agua. Terminábamos agotados en el mar enjabonado, con tu vientre pegajoso por el semen y tu boca gimiendo dentro de la mía. Tan secreta como silenciosa.
Por las noches, recogidos en la intempestiva madrugada, era más sencillo evadirnos de la realidad y hacernos sentir como si no existiéramos. Rompíamos el universo cabalgando de estrella a estrella a través de los galeones del colchón. Los muelles aplaudían nuestra presencia, pero no sin despertar los mundos del espacio exterior. Podíamos devorar la última cena y disfrutar del postre genital, recobrando energías y excitación antes del latigazo: esclavitud, penetración, la cadena montañosa entre el alud de sudor y afluencias demenciales.
Así pasábamos los días y las noches en el hotel. Durmiendo cuando rayaba el mediodía, trasnochando más allá de la madrugada. Solazándonos en la palidez mojada y en la comodidad conyugal. No hubo nunca un hotel que descubriera nuestras lascivas actividades. Siempre supimos guardarnos bien.

Iraultza Askerria