Jesús observaba ahogado como Eva se ahogaba en lágrimas. Sentía la congoja ubicarse entre los recovecos de sus arterias, inflándolas de impotencia. Quería acercarse a ella, rodearle la espalda y ofrecerle un hombro donde apoyarse, pero Jesús siempre se había antojado un hombre sin escrúpulos, imperturbable, sin corazón y con una eminente fuerza de raciocinio. Las pocas veces en las que se sentía humano, un sensible humano, era cuando Eva se oponía a su alma inexorable, ya fuese con gritos o con lágrimas. Sin embargo, el mismo valor que empleaba para asesinar a sus enemigos se disolvía ante el trato sensible y tierno que deseaba inculcarle a la mujer.
Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria