Agradable

Tamron 17-50 f/2.8 VC - Aitor Aguirregabiria

Agradable, agradable como la aurora cálida que tras un invierno gélido y eternamente níveo, despunta un día insospechado, sembrando en la tierra la esperanza y el sosiego que acarrea consigo su luz.

Agradable, agradable como el tierno trino de los arpados, que semejando las notas de la lira, corresponden con grata melodía a los arpegios que acompañan el susurro del viento.

Agradable, agradable como el néctar de un labio que, junto a otro, se comparte en recíproca devoción y ternura.

Agradable, agradable como el brío de una danza cuyos bailadores sonríen por la gloria de sus gráciles movimientos.

Agradable, agradable como unos ojos que, mirando a otros, se reflejan en los ajenos con intensiva y fogosa insinuación.

Agradable como la luz, agradable como la naturaleza, agradable como el amor, agradable como la música, agradable como la pasión.

Extracto de Rayo de luna, de Iraultza Askerria

Los devoradores de carne

Logroño'09 san Bartolomé sarcófago gótico - Fernando LópezEsta misma semana se ha publicado en el blog Las dos vidas de las palabras un artículo que versa sobre el origen etimológico de la palabra sarcófago. Agradezco a Juan V. Romero, autor del mencionado blog, la oportunidad de permitirme colaborar en su espacio, en un intento de divulgar la fantástica historia de las palabras, siempre para esclarecer curiosidades, dudas, y en fin, para desentrañar un idioma tan hermoso como éste.

Os dejo a continuación el enlace directo al artículo Los devoradores de carne o la etimología de sarcófago, una entrada que espero cause expectación.

Iraultza Askerria

El arte de revisar textos: ahora sí… ¡a revisar!

Serie Alfabetos 2002 - Silvia Cordero VegaEn el artículo anterior sobre el arte de revisar textos hacía una división, inquebrantable, de los procesos de redacción y revisión. La conclusión es bien sencilla: primero se escribe, luego se revisa. Nunca hay que llevarlas a cabo simultáneamente.

En el texto precedente explicaba algunos consejos o pautas a seguir durante el proceso de escritura de la novela o el relato en cuestión. Los siguientes consejos están orientadao tras finalizar el primer borrador de la obra. Es entonces cuando comienza el verdadero, tenaz, insoportable y agotador trabajo de corrector.

Ahora nos adentraremos en esta dura faena. Esperemos que salgamos ilesos.

Revisa la novela un año después de finalizarla, no antes

Paciencia, paciencia, descansa, descansa, relájate, haz un viaje y olvídate de cuanto haz escrito durante los meses pretéritos. Antes de iniciar el proceso de revisión, el autor tiene que realizar un esfuerzo considerable y quitarse de la memoria a personajes, escenarios, situaciones, etc. Olvidarlo todo. Sufrir amnesia literaria podríamos llamarlo.

¿Por qué? Porque los escritores tenemos una memoria selectiva para nuestros escritos. Consecuentemente, en vez de leer el texto escrito, leemos aquel que está introducido en el cerebro. Por eso, antes de iniciar la revisión de la novela hay que dejarla reposar un tiempo… puedes ser varios meses… un año. Todo depende del tiempo que hayamos invertido en la redacción de la obra y cuan absorbidos estemos por ella.

Mientras tanto, hay que aprovechar la espera para escribir otra novela.

Utiliza el corrector ofimático

Antes de adentrarse en la tediosa tarea de revisión, conviene utilizar los mecanismos que la informática ha puesto a nuestro alcance. Tanto LibreOffice Writer como Microsoft Office Word incorporarán un corrector gramatical y ortográfico decente. De hecho, lo mejor es utilizar los dos.

Con sus sugerencias se pueden subsanar muchísimos errores: falta de tildes, carencia de diéresis, palabras en minúsculas, puntuación incorrecta, doble separación entre palabras, etc. Revisar el borrador de la obra con estas herramientas puede llevar un día entero, pero el tiempo invertido merecerá la pena.

Un último consejo: nunca antepongas la sugerencia de la máquina a tu propia disposición. El humano siempre es más sabio que el ordenador.

Ponte siempre cerca un diccionario

Cuando digo un diccionario, digo un diccionario de verdad, no valen las enciclopedias en línea. No es que las primeras sean mejor que las segundas o viceversa, para nada. Es una forma de crear presión, de insistir. Cualquier palabra que suponga un ápice de duda, por pequeña que sea, hay que buscarla inmediatamente en el diccionario, y tener uno cerca sirve como medida de control. Te sorprenderán las cantidad de términos que usamos equivocadamente pensando que conocemos su significado correcto.

Igualmente, se recomienda el uso de un diccionario de sinónimos. Ahora bien, hay una regla inquebrantable que ningún escritor debe olvidar: una vez encontrado un sinónimo, búscalo prontamente en el diccionario de definiciones.

Has un desglose de las palabras más utilizadas por secciones o capítulos

Las repeticiones de palabras y frases son muy comunes en el primer borrador de la obra. Si estas reiteraciones ocurren espaciadamente no hay ningún problema. Por el contrario, si los términos se repiten en la misma página o aún peor en el mismo párrafo, conviene modificarlas con ideas afines.

Para saber las palabras que más se repiten en un texto, utilizo una herramienta web que hace un desglose de las más utilizadas. Es muy sencillo de usar y permite saber rápidamente cuáles son los términos más repetidos o si se están empleando justamente los sinónimos.

En este artículo, por ejemplo, las palabras más explotadas son las siguientes (se excluyen preposiciones y artículos):

  • revisión
  • texto
  • obra
  • diccionario
  • palabra
  • novela
  • borrador

Primero lee el texto, después escucha el texto

Un borrador hay que leerlo varias veces para encontrar cada una de las faltas que contenga. Sin embargo, la última revisión no pasa por una lectura del texto, sino por una escucha del mismo. Léelo en voz alta, o aún mejor, deja que otro lo lea.

Particularmente, utilizo herramientas informáticas que leen el texto automáticamente. La voz no es precisamente dulce y armoniosa, pera la entonación es más que correcta y permite revelar carencias y errores.

Recomiendo esta práctica insistentemente.

No entres en el bucle infinito de la revisión

Para terminar, he de admitir una cosa: todo texto es susceptible de mejora, independientemente del número de revisiones a las que se haya expuesto. Por consiguiente, los autores tienden a obcecarse en una revisión infinita de sus textos, corrigiéndolos una y otra vez. Es un vicio que conviene erradicar.

Seamos sinceros: la perfección no existe, y nuestra obra tampoco lo será. Por eso, la revisión sólo es el paso intermedio para que la novela alcance su objetivo. Primero ser escrita, luego ser revisada y finalmente ser leída. Esa es la función primordial: incitar la lectura, y para llegar a allí no debemos revisar eternamente la obra.

Espero que estos consejos sirvan a cualquiera que se embarque en la corrección de una obra literaria. Asimismo, me gustaría pedir vuestra colaboración para saber qué metodologías usáis a la hora de revisar textos. Como siempre, cualquier tipo de aportación será bienvenida.

¡Contenido extra!

La revisión de textos es un proceso mucho más duro que la propia escritura. Una novela se puede escribir en tres meses con plena dedicación. Ahora bien, la revisión se puede alargar, sin ningún problema, durante tres años.
El ser humano es un animal que comete errores, muchos errores. No tiene que sorprendernos encontrar incontables fallos en nuestras novelas. Es normal y, lo mejor de todo, enmendable.
La revisión de un texto es como una vacuna, como una medicina, como una operación de larga convalecencia. Pero, en cualquier caso, algo necesario.
Con el tiempo, los autores aprenden a revisar los textos con tanta pulcritud, que ya no temen que la corrección se alargue durante años.

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Mientras escribo II

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Como ya avanzamos la pasada semana, seguimos con el análisis de la obra Mientras escribo de Stephen King, sintetizando brevemente algunos de los consejos que podemos encontrar en este manual para escritores iniciados.

El británico John Creasey, autor de novelas policiacas, escribió cinco mil novelas (sí, cinco mil) bajo distintos seudónimos. Yo he escrito unas treinta y cinco (algunas de extensión trollopiana) y se me considera prolífico, pero al lado de Creasey parezco un caso clínico de bloqueo.

Según su página oficial, John Creasey escribió 562 libros utilizando 20 seudónimos diferentes. 562 libros es una cantidad desproporcionada para cualquiera. John Creasey murió a los 65 años, por lo que suponiendo que aprendiera a escribir con 5, habría escrito ininterrumpidamente 9,3 novelas al año hasta el día de su muerte. No está mal… nada mal.

A pesar de todo, opino que la primera redacción de un libro (aunque sea largo) no debería ocupar más de tres meses, lo que dura una estación. Si tarda más (al menos en mi caso), empieza a quedar la historia como algo un poco ajeno.

No hay que tomarse los tres meses de King como una regla axiomática. En verdad, cada novelista tiene su propio ritmo a la hora de escribir. Lo importante es mantener una redacción fluida durante los 2, 5 o 12 meses necesarios para culminar el primer borrador.

Estar semanas sin escribir o unos pocos días puede menoscabar seriamente la trama; a veces incluso sin que el autor se percate de ello.

Me gusta hacer diez páginas al día, es decir, dos mil palabras. En tres meses son 180.000 palabras, que para un libro no esta mal.

No es mala cifra, no. Para hacernos una idea, la extensión de El Quijote es de 384.000 palabras. La extensión de Pedro Páramo, apenas 35.000. Stephen King cuantifica el trabajo diario en 2.000 palabras. Es una cantidad nada despreciable y aquí, un servidor, sólo alcanza esa cifra ocasionalmente.

Un escritor nobel debería tomarse metas mucho más sencillas como escribir 1.000 palabras al día. De esta forma, la novela seguirá su curso constante y siempre hacia arriba. En tres meses la novela podría estar terminada, suponiendo una extensión cercana a las 90.000 palabras (la traducción del El retrato de Dorian Gray ni siquiera alcanza las 80.000). No es muy recomendable que las primeras obras del autor sean especialmente largas.

La puerta cerrada es una manera de decirles a los demás y a ti mismo que vas en serio.

Escribir es una ocupación que exige una concentración plena. El ruido, las molestias, el teléfono, la vibración del móvil, el navegador de Internet…, por no hablar de los niños correteando por el pasillo. Cuando uno escribe, tiene que refugiarse en su mundo interior, cerrando la puerta a cualquier intruso.

Soy de las personas que necesitan un completo silencio para sumergirse en el mundo de la literatura. El mero pulsar del interruptor de la luz en la cocina (situada al otro lado de la casa), ya es motivo suficiente para distraerme. Consecuentemente, doy muchísima importancia a mi pequeño despacho: nadie entra si la puerta está cerrada y cualquiera que pase junto a ella debe tomar las precauciones necesarias para no importunar a un novelista delirante.

Yo trabajo con la música a tope (siempre he preferido el rock duro, tipo AC/DC, Guns’n Roses y Metallica), pero sólo porque es otra manera de cerrar la puerta. Me rodea, aislándome del mundo. ¿Verdad que al escribir quieres tener el mundo bien lejos? Claro que sí. Escribir es crearse un mundo propio.

Aquí entran en juego los gustos personales. Personalmente, prefiero escribir en un completo silencio, sin música. De hacerlo, las canciones pueden ejercer una enorme influencia sobre la redacción. El episodio puede llenarse de acción o de romanticismo si suena un corte duro o una empalagosa balada, respectivamente.

Para más inri utilizo tapones para los oídos. Me ayudan a aislarme del universo entero y cobijarme única y llanamente en la literatura.

La descripción arranca en la imaginación del escritor, pero debería acabar en la del lector.

Cuidado con el exceso de adjetivos, comparaciones, metáforas, etc. Las descripciones ayudan y son necesarias en la narrativa, pero hay que poner especial atención en no excederse. En última instancia es el lector quien se imaginará al personaje; él creará su perfil del protagonista. El escritor únicamente tiene que sentar las bases de esa fisonomía, pero jamás robarle al lector la oportunidad de crear su imagen particular.

Cuando se sufre un atasco imaginativo, el aburrimiento puede ser muy aconsejable. Mis paseos consistían en aburrirme y reflexionar sobre mi gigantesco despilfarro de páginas.

Es fundamental no forzar la imaginación. Si el episodio no avanza, si las palabras no fluyen, no insistas: cede. Tómate un respiro; detén un instante al caballo desbocado de la imaginación. Le falta resuello. Cuando el bloqueo mental nos impide continuar con la obra, es mejor aburrirse en tareas mundanas: limpiar la casa, pasear durante dos horas, incluso sentarse a meditar. El buen trabajador sabe cuando tiene que descansar.

Debajo de la firma del director, reproducida a máquina, figuraba a mano lo siguiente: «No es malo, pero está hinchado. Revisa la extensión. Fórmula: 2da versión = 1ra versión – 10%. Suerte.»

Stephen King menciona la recepción de uno de sus primeros trabajados por un editor profesional. La respuesta de este último no fue del todo mala: sólo le pidió aligerar la obra. Ocurre que, habitualmente, los escritores nos perdemos en nuestra creatividad concibiendo pasajes infinitos. Otras las descripciones se convierten en una amalgama de pomposo barroquismo, o los diálogos monólogos alternativos entre uno u otro personaje.

La solución es sencilla: aliviar la carga. No hay que tener miedo de resumir, compendiar o incluso suprimir. El borrador de una novela tiende a ser más largo que la edición final.

Escribir no es cuestión de ganar dinero, hacerse famoso, ligar mucho ni hacer amistades. En último término, se trata de enriquecer las vidas de las personas que leen lo que haces, y al mismo tiempo enriquecer la tuya. Es levantarse, recuperarse y superar lo malo. Ser feliz, vaya.

Stephen King termina Mientras escribo haciendo una alusión a un gravísimo accidente de coche que casi acabó con su vida. No murió atropellado por una furgoneta de puro milagro. La vida y la muerte son tan caprichosos que aparecen en los momentos más inesperados. Tristemente, somos mortales, y mortales moriremos.

Por esta razón, no hay que buscar en la literatura ni la fama ni la gloria. La prosa y la poesía son un vehículo hacia la felicidad. Esa es su verdadera función: hacernos felices a nosotros mismos y hacer felices a los lectores.

Mientras escribo

Al final de mis aventuras bebía cada noche una caja de latas de medio litro, y tengo una novela, Cujo, que apenas recuerdo haber escrito.

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Corría el año 2000 cuando Stephen King publicaba en ensayo mezcla de manual narrativo y autobiografía. En esta obra, el autor estadounidense desvelaba los quebraderos de cabeza de sus inicios como escritor, haciendo alarde, sin embargo, de un íntegro compromiso con la literatura.

Además, lejos de convertirse en unas memorias egocéntricas sobre la vida del autor, Mientras escribo es también un manual de instrucción para los escritores noveles. Aportando ideas llenas de sabiduría y recopilando un pequeño tutorial, Stephen King hace a la vez de narrador oral y simpático profesor.

Ahora ya sé qué significa estar borracho: una vaga sensación de buena voluntad, otra más nítida de tener casi toda la conciencia fuera del cuerpo, flotando encima como una cámara en una película de ciencia ficción y filmándolo todo, y por último el mareo, el vómito y el dolor de cabeza. No, me digo que esa gripe no volveré a cogerla, ni en este viaje ni nunca. Es suficiente una vez, sólo para averiguar de qué se trata. Repetir el experimento sería de imbéciles, y dedicar una parte de la vida a beber, de locos, locos masoquistas.

El libro bien puede dividirse en dos mitades, con la primera dedicada a las experiencias del autor y la segunda más orientada a una guía de iniciación a la escritura. En esta segunda sección voy a centrarme, citando el texto de Mientras escribo en un intento de resumir los consejos que en él podemos encontrar.

A veces se tiene la sensación de estar acumulando mierda, y al final sale algo bueno.

Ciertamente, un escritor sólo publica un porcentaje irrisorio de cuanto escribe. Decenas de poemas, relatos, cuentos, ensayos y novelas se quedan en el trastero de la cabeza, a veces con una forma vaga e indeterminada y otras con una configuración total.

Al igual que la vida, la mente del escritor cambia y evoluciona constantemente. Lo que uno escribió hace años puede quedar oculto para siempre. Otras veces, entre todos los papeles amontonados en el contenedor de la locura, se encuentra una obra maestra, un escrito que merece la pena. ¿Quién no ha hallado alguna vez un texto digno en ese cajón donde se amontonan papeles sin memoria?

Poner al vocabulario de tiros largos, buscando palabras complicadas por vergüenza de usar las normales, es de lo peor que se le puede hacer al estilo. Es como ponerle un vestido de noche a un animal doméstico.

Sobre todo el escritor nobel, debe dosificar el uso de cultismos, palabras desconocidas para la mayoría o complejas formas subordinadas. La lectura ha de ser sencilla; nadie leerá un manuscrito si eso supone un insufrible dolor de cabeza. Alejarse de las cursilerías, de los adjetivos ornamentales, de los trucos ostentosos y la pomposidad extrema es lo mejor que podemos hacer al escribir. Lo bueno si breve, dos veces bueno, y si sencillo, aún mejor.

La mejor manera de atribuir diálogos es «dijo».

Informó, manifestó, contestó, respondió, habló, interpeló… son posibles sinónimos del archiconocido “dijo” que abunda en cualquier texto de narrativa. Stephen King defiende el uso de este verbo y ciertamente, no hay palabra más indicada para la introducción de diálogos. Sin embargo, si bien “dijo” debería ser el término más utilizado, no debería ser el único. En la variedad se encuentra la verdadera belleza, y “dijo” no arrastra la misma emoción que otros verbos como “exclamó”, “gritó” o “suplicó”.

Si quieres ser escritor, lo primero es hacer dos cosas: leer mucho y escribir mucho. No conozco ninguna manera de saltárselas. No he visto ningún atajo.

Y no lo hay.

Tradicionalmente las musas eran mujeres, pero el mío es varón. Habrá que acostumbrarse.

Cuanto menos curiosa esta relación del autor con la inspiración. Si bien la mayoría de los mortales, quizá por cierta debilidad por el clasicismo griego, juega y crea con una o varias musas; Stephen King, por su parte, se deja agasajar por el “muso”, su musa masculina.

La mayoría de la gente se acuerda de cuándo perdió la virginidad, y la mayoría de los escritores se acuerdan del primer libro cuya lectura acabaron pensando: yo esto podría superarlo.

En este último punto, admito que los escritores somos unos engreídos, condenados a delirar en los textos que escribimos creyéndolos mejor que lo escrito anteriormente. Es el orgullo del artista, su mayor maldición.

Efectivamente, me vienen a la mente algunos libros cuya lectura me reveló que yo mismo podía haberlos escritos peor, aunque posiblemente me equivocaba. En cualquier caso, saber mejorar las obras de otros es una gran virtud que supone un conocimiento considerable del lenguaje y la escritura.

Leyendo prosa mala es como se aprende de manera más clara a evitar ciertas cosas.

No podría estar más de acuerdo. No hay que centrase exclusivamente en la lectura de obras maestras. También es necesario e interesante leer novelas mediocres de autores sin renombre.

¿Por qué? Alguno puede pensar que es una pérdida de tiempo. Lo cierto es que cualquier libro esconde cierta sabiduría, por escasa que sea. Además, la mala literatura exhibe errores garrafales. Aquel escritor que aprenda a reconocerlos evitará cometerlos en su prosa. Leer lo malo para no reproducirlo. Leer lo bueno para imitarlo.

Si no te diviertes no sirve de nada. Vale más dedicarse a otra cosa donde puedan ser mayores las reservas de talento, y más elevado el cociente de diversión.

Debido a la extensión del artículo, aquí cierro este pequeño análisis que continuaré el próximo domingo. Espero que la lectura haya servido para conocer algunas de las reglas de la escritura, así como la opinión que los escritores consagrados tienen sobre las mismas.

Independientemente de que nos gusten los relatos de Stephen King, se trata de un autor magistral con una creatividad terrible. Novelas tiene muchas y estoy seguro de que muchos de vosotros habéis leído alguna… ¿me equivoco?

El asesino cobarde

The Eye of Eliza - Augusto SernaJesús observaba ahogado como Eva se ahogaba en lágrimas. Sentía la congoja ubicarse entre los recovecos de sus arterias, inflándolas de impotencia. Quería acercarse a ella, rodearle la espalda y ofrecerle un hombro donde apoyarse, pero Jesús siempre se había antojado un hombre sin escrúpulos, imperturbable, sin corazón y con una eminente fuerza de raciocinio. Las pocas veces en las que se sentía humano, un sensible humano, era cuando Eva se oponía a su alma inexorable, ya fuese con gritos o con lágrimas. Sin embargo, el mismo valor que empleaba para asesinar a sus enemigos se disolvía ante el trato sensible y tierno que deseaba inculcarle a la mujer.
Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria