Respirando el aire con dificultad, recuperó la templanza de su cordura, de su frialdad y de su solicitud. Tras internarse en el bosque, se detuvo frente a un matorral cuyo ramaje le permitía contemplar el porche del edificio. Ahí, frente a la entrada del local, había tres robustos individuos que charlaban desinteresadamente. Vislumbró a la derecha del edificio un cobertizo destinado a acoger los múltiples vehículos de los clientes. Asimismo, aparcado en un lateral de la carretera, había un ostentoso automóvil, propiedad de Jesús, que permanecería estacionado en aquel lugar toda la noche. Tras respirar hondo, examinar cuidadosamente el exterior del bar de Judas, y distribuir las ideas de su mente en una biblioteca clara y propia, Herodes decidió volver a su vehículo.
Y entonces, al volverse, le vio.
Le habían descubierto.
Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria