Lejos de la realidad

Ella tenía los ojos cerrados. Él también. Los dos habían naufragado en el océano de los gemidos agudos, de las palpitaciones aceleradas, de los suspiros fatigados, de las ilusiones eróticas. Cualquier vestigio de otros pensamientos se había suprimido.

Habían naufragado en el océano de la sexualidad.

Emitiendo hechiceras exclamaciones, María lanzó la cabeza hacia atrás. El mundo se hundía con ella. Se desataba de la realidad para atarse al edén del cuerpo, de la piel, del contacto, de la lascivia. Mientras ellos hacían el amor, el resto del mundo había desaparecido, enterrando su existencia muy lejos de la verdad.

Ellos eran la única certeza, sus gemidos el único aire, la saliva el único agua, sus labios el único alimento. La mujer era la única Eva y el hombre era el único Adán.

Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria

Los ojos azules

Pero al alzar los ojos y encontrarse con los otros, su voz se
tildó repleta de incertidumbre e indecisión. Descubrió,
extrañamente pesarosa, que en la profundidad de aquellos ojos
azules, de aquellas cuencas repletas de fortuna y perfección,
temblaba un estigma grave y horrible; temblaba inmóvil por el
pánico.

Era ciego.

Extracto de Rayo de luna, de Iraultza Askerria

El amor de Casagemas, la inspiración de Picasso

La última vez que Pablo Ruiz Picasso visitó Málaga, su ciudad natal, fue en las navidades de 1900 a 1901. En esta ocasión, no viajaba a la capital con su familia. Tampoco parece que tuviera muy buenas relaciones con los parientes de la ciudad debido a su carácter bohemio; recordemos que en aquel momento tenía diecinueve años y todo la vida por delante. Su acompañante en este último periplo a su tierra natal fue Carlos Casagemas.

De la misma edad que Picasso, ambos se habían conocido en Barcelona en el año 1899, donde compartieron estudio y visitas a los burdeles de la ciudad. Los dos eran jóvenes promesas de la pintura, jóvenes artistas. Sólo uno de ellos, llegaría a consolidarse como tal, empero.

Se hicieron inseparables amigos, no sólo por su vocación artística, sino también por su personalidad aventurera. A finales del siglo XIX, no había mejor lugar para los románticos que París, centro bohemio. Aquel año de 1900, ambos artistas se encontraban en la capital francesa durante el mes de octubre.

El amor de Casagemas

Allí el cándido Carlos Casagemas conoció a una hermosa bailarina del Moulin Rouge, llamada Germaine. Ningún artista, por veterano e insensible que sea, puede derrotar el amor de una mujer. El joven barcelonés no fue un caso aparte: se enamoró perdidamente de la parisina y mantuvo una corta relación con ella. Sin embargo, la bailarina lo dejó antes de finalizar el año.

Como suele ocurrir en los corazones inexpertos y todavía inmaduros, Carlos cayó en una profunda depresión. Su gran amigo Picasso le propuso viajar a Málaga, donde esperaba que el barcelonés se recuperase de su desamor.

En la ciudad andaluza transcurrieron los dos pintores las últimas navidades del siglo XIX. Pasaron los días en cafés, bares, prostíbulos y ambientes bohemios, fieles a su estilo aventurero y romántico. No obstante, nada de esto fue suficiente para despertar el ánimo en el corazón roto de Casagemas.

A finales de enero, los amigos se separaron. Nunca más volverían a verse, del mismo modo que Picasso nunca más volvería a ver la Málaga donde nació; acaso para evitar recordar a su preciado amigo. Pablo partió a Madrid y Carlos a París. El barcelonés anhelaba reencontrarse con su amor perdido de la metrópoli francesa.

Pero por regla general, cuando se pierde un amor, se pierde para siempre. La fortuna de Carlos no fue distinta, y rechazado, su espíritu artista y romántico sólo tenía dos posibles caminos a seguir.

El primero de ellos era llorar impotente, y dedicarse a la consecución de diferentes obras de arte: óleos, retratos, pinturas, paisajes…; el desamor es uno de los pilares básicos de la inspiración. Desafortunadamente, Casagemas eligió el otro camino: el suicidio.

La muerte de Casagemas, París, 1901, por Pablo Picasso

La muerte de Casagemas, París, 1901, por Pablo Picasso

Se pegó un tiro en la sien derecha, la noche del 17 de febrero de 1901, en la que estaba acompañado por varios amigos, incluida su amada Germaine. Picasso, en aquel instante, estaba lejos, en la capital española. Pero cuando fue notificado del incidente, el pintor malagueño se ahogó en una terrible nostalgia que cambió por completo su noción del mundo.

La inspiración de Picasso

Pablo Ruiz Picasso pintó tres óleos en recuerdo de su difunto amigo. Además de una merecida dedicatoria, también significó la entrada en una nueva etapa artística, que llegaría a denominarse Azul (1901-1904), caracterizada por el empleo de este melancólico color.

Si bien el arte de Casagemas murió con él, puede decirse que la musa que inspiró su suicidio inspiró a su vez a Picasso. El amor de una mujer es la pluma y el pincel de los artistas, y aunque sea como un daño colateral, acaba inspirando obras en los maestros más destacados de la historia.

Pablo Picasso fue uno de ellos.

Iraultza Askerria

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El suicidio que inspiró a Picasso
En busca de Casagemas

Feliz año nuevo

La televisión se deshacía en gritos, difundiendo el comienzo de las campanas. Las agujas del reloj se deslizaban por los segundos con mayor lentitud que de costumbre. Al mismo tiempo, mis familiares, reunidos alrededor de la mesa rotunda del salón, engullían rítmicamente las exquisitas uvas.

Allí estaban mis abuelos, allá mis tíos, por ahí mis hermanas y mis primos y por acá mis padres. El champán había fluido anteriormente entre las copas de cristal, pero los recipientes volvían a estar colmados del preciado líquido a la espera de brindar por la muerte de un año anciano.

Por fin, llegó el esperado momento. El reloj tañó las doce de la noche.

—Feliz año 2013 —grité con mi jubiloso optimismo, tan empalagoso como el embriagador champán—. Feliz año a todo el mundo.

Ahora, como en años pretéritos, debía acontecer el intercambio de besos y abrazos, las felicitaciones particulares entre los miembros de la familia, algún deseo público sobre el futuro inmediato como salir de la crisis y, sobre todo, un brindis comunitario que culminaría en una estruendosa felicitación.

Sin embargo, esta pauta que la familia había seguido durante años, no se repitió en esta ocasión. De hecho, a mí eufórica celebración sólo siguió algún tímido agradecimiento por parte de mis abuelos, ya de voz cansada y afónica; pero nada dijeron mis tíos, mis primos o mis hermanas. Otros años fueron los más cariñosos y joviales, pero este 2013 era diferente.

Estaban todos consumidos en la ceguera de su teléfono móvil, felicitando a amigos y conocidos mediante el odioso WhatsApp y olvidándose de los familiares que les habían dado la vida. Enfrascados en un ambiente virtualizado por la moda no se percataban de la realidad sincera y recíproca que les brindaba la naturaleza.

De esta forma, mis propios deudores, antaño tiernos y dulces, se habían convertido en meras máquinas succionadas por la tecnología más trivial, más pendientes del morbo de la red que de la cercanía familiar. En aquel momento sentí vergüenza, no sólo de mis allegados, sino también de mí mismo y de la propia humanidad.

Así no íbamos a salir de la crisis. Ni ese año ni ningún otro.

Iraultza Askerria